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Y se fueron a Rusia, por Augusto Ferrer-Dalmau

Y se fueron a Rusia, por Augusto Ferrer-Dalmau

Reproducimos en Zenda el texto Y se fueron a Rusia, publicado por el pintor Augusto Ferrer-Dalmau en ABC. 

 

Recuerdo un sábado por la tarde, después de haber visto la película Objetivo Birmania en la primera cadena de TVE, lo entusiasmado que me quedé viendo a Errol Flynn dándole candela de la buena a los “japos”. Tenía yo por aquel entonces 12 años y era un ferviente admirador del ejército americano y de los alemanes, con sus flamantes uniformes, y por supuesto, siempre contra los malísimos rusos y los diabólicos hijos del sol naciente.

"Yo, que desconocía ese episodio de la historia militar de España, devoré sin pausa las 270 páginas del libro A orillas del Voljov, de Vadillo"

Ese día mi madre, lectora incansable de libros que adquiría en la librería Cinc d’Oros de Barcelona, y propietaria de una importante biblioteca histórica, viendo mi entusiasmo por la Segunda Guerra Mundial, me habló de los españoles que lucharon con los alemanes en dicha contienda, sugiriéndome alguno de los títulos que ella poseía. Yo, que desconocía ese episodio de la historia militar de España, devoré sin pausa las 270 páginas del libro A orillas del Voljov, de Fernando Vadillo. Me impresionó y me sentí partícipe de aquella epopeya, de aquellos españoles que marcharon tan lejos para luchar en Rusia a 40 grados bajo cero… y rebuscando en la biblioteca materna encontré Arrabales de Leningrado, del mismo autor, y que también devoré en un abrir y cerrar de ojos.

Recuerdo como todo me parecía poco, le siguieron Lucharon en Krasny Bor, también de Vadillo, De Leningrado a Odesa, del prisionero Gerardo Oroquieta, Embajador en el infierno, de Torcuato Luca de Tena, Algunos no hemos muerto, de Ydígoras, y el incomparable División 250, de Tomás Salvador. Todos estos títulos referidos a la campaña de Rusia eran los que tenía mi madre en su librería y todos los conservo como oro en paño.

"En mi imaginario infantil había siempre culatazos, bombas de mano, “naranjeros” y fusiles, con los capotes roídos y las botas quemadas por el frío"

A partir de entonces la campaña de Rusia se volvió recurrente: cuanto libro encontraba sobre este asunto lo leía una y otra vez; todos mis juegos y mis dibujos giraban en torno a aquellos hombres que fueron a la estepa rusa a luchar y a morir. Me parecían seres de leyenda, los imaginaba siempre al asalto de posiciones plagadas de “Ivanes”, o defendiéndose a la bayoneta de oleadas de soldados rusos. En mi imaginario infantil había siempre culatazos, bombas de mano, “naranjeros” y fusiles, con los capotes roídos y las botas quemadas por el frío, un frío que yo mismo podía sentir en mis dibujos, sin echarle mucha imaginación.

Pasados los años, mi afición juvenil fue dando paso a la investigación, y con esfuerzo adquirí una biblioteca nada desdeñable; quería conocer a aquellos hombres ya canosos, quería saber de primera mano sus vivencias juveniles de luchas y de sufrimiento, y para ello me metí en las hermandades de excombatientes. Cuanto más les escuchaba, mi imaginario infantil pasaba de la categoría de leyenda a la de mito; eran hombres de carne y hueso —españoles como yo—, los tenía delante de mí y todo lo que me contaban me parecía asombroso; el soldado alemán dejo de ser un paradigma, los yanquis pasaron a la categoría de “nenazas”, y los rusos, soldados duros como el acero. Por supuesto, los españoles para mí eran los mejores, los más aguerridos y sufridos, los más humanos en la guerra —de por sí inhumana—, los más salvajes en el combate, los más justos en su trato con la población rusa, y todo esto es algo que sigo pensando, pasados ya todos estos años.


Fue a finales de los noventa cuando con mi amigo, el historiador Fernando Carrera, decidimos escribir un libro sobre la unidad más fogueada de la División Azul: el segundo Batallón del Regimiento 269, conocido como el “Batallón Román”, y así lo titulamos. Para documentarme me tocó viajar y entrevistar a decenas de excombatientes, recopilé información y fotografías, aunque lo que más me interesaba era llegar a saber por qué fueron a Rusia, qué fuerza interior les impulsaba a irse tan lejos de casa para combatir en una guerra que, a simple vista, no era la suya…

Y encontré todo tipo de respuestas: había los que se enrolaron por ideología: eran falangistas y creían en un nuevo orden europeo; estaban los militares de profesión, ávidos de gloria y ascensos; había jóvenes que fueron por aventura y otros que huían de la miseria de los cuarteles; algunos me dijeron que ansiaban la suculenta paga alemana para sus familias. También había antiguos soldados republicanos de la Guerra Civil española que querían maquillar su pasado, y los que creían que aquello duraría poco y sería un paseo militar; alguno conocí que tenía intención de pasarse a los rusos, pero los que más me impresionaron fueron los inadaptados para la paz,  hombres que tenían la guerra en los huesos y se sentían vivos entre los muertos… o muertos entre los vivos.

"Todos tenían algo en común: aquello marcó sus vidas para siempre, una parte de ellos quedó allí en Rusia"

Pero he de confesar que todos, todos tenían algo en común: aquello marcó sus vidas para siempre, una parte de ellos quedó allí en Rusia, junto a sus camaradas caídos, recogiendo los despojos del que fue minutos antes su hermano de armas, compartiendo la miseria de la guerra y vertiendo sangre con mucho valor, en la cabeza de puente del Voljov, o en el lago Ilmen, en la “posición intermedia”, en la bolsa del Voljov, en el frente de Leningrado, en el Lago Ladoga, en Krasny Bor, incluso en Berlín, y en tantos otros lugares con nombres impronunciables que quedarían marcados en sus corazones y en sus retinas para siempre.

Todas y cada una de las entrevistas fueron una fuente de conocimiento para entender al soldado español, pero de todas las repuestas que me dieron sobre las razones de su alistamiento, la que más recuerdo fue la de un divisionario de Málaga, muy buena gente, mutilado en la defensa de Udarnik, que después de contarme su guerra y cómo perdió el brazo por encima del codo de un bombazo, me miró fijamente a los ojos, levantó sus cejas y con media sonrisa me respondió con su gracejo andaluz:

 ¿Que por qué fui? Pues no sabría decirle. Supongo que era muy joven e irresponsable y quería correrme una aventura. Fui de los primeros en enrolarme, con mi amigo Antonio, un tío con dos cojones, que tuvo muy “mala muerte” en los combates de Possad. Nunca imaginé lo que tendría que ver y vivir…—hizo una pausa, tragó saliva, estaba ligeramente emocionado—, pero le digo una cosa, y se lo juro por mis nietos: si yo volviera a nacer, le aseguro que volvería a enrolarme. Aquello que me tocó vivir, aquella miseria, odio, sufrimiento, miedo y valor, todo eso… me hizo ser mejor persona.

"A todos ellos adornaba el mismo carácter hispano que he venido comentando y que marcaba grandes diferencias en el frente de combate"

También conocí españoles del otro bando, con los rusos; españoles que perdieron la Guerra Civil y se fueron a la URSS, y allí les cogió el ataque alemán en junio de 1941. Muchos de ellos dieron el paso de inmediato y pidieron luchar en tierra o desde el aire, pues la mayoría habían sido aviadores en España o se habían formado en la Unión Soviética y no habían tenido ocasión de combatir.

A todos ellos adornaba el mismo carácter hispano que he venido comentando y que marcaba grandes diferencias en el frente de combate. A todos ellos dedico también estas líneas, como compatriotas y como idealistas en una contienda terrible. Ya terminada la guerra el buque Semíramis, que en 1954 repatrió a los prisioneros y españoles refugiados en Rusia, unió voluntades de alguno de estos combatientes con muchos divisionarios y juntos hicieron la travesía, hacia la ansiada patria.

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Y se fueron a Rusia es un artículo publicado originalmente en ABC.

Artículo relacionado: Los españoles del lago Ilmen, por Arturo Pérez-Reverte

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