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Simplemente mira hacia arriba

Simplemente mira hacia arriba

La de avistar aves es una pasión singular. Para empezar, porque, directamente, se la reconoce como pasión, algo poco frecuente en nuestros días, en los que cualquier afición se disfraza de motivos supuestamente más elevados: salvar el planeta, salvar una cultura en particular o salvarse uno mismo. Esto es una pasión sin más, algo que uno siente o no siente y que probablemente no sirva para nada. Porque en ella lo único que se hace es anotar las aves que se han visto. Y así existen “competiciones” por todo el mundo, donde en realidad por nada se compite ni mucho menos existen árbitros. Todo se fía a la ética de los avistadores que se espera no engañen. Porque ¿para qué?, se pregunta el autor. Después de todo, no es más que eso: una pasión.

Una pasión, pues, y nada más que eso. Y tal vez por ello propicie vidas e individuos tan singulares como los que pueblan este libro de Stanisław Łubieński, conformado por muchos pequeños reportajes, que permiten una aproximación muy variada al fenómeno. En él se avisa, por ejemplo, de la singularidad de muchas especies, como el carricero políglota, que no tiene “voz propia” y cuyo canto es “una ingeniosa recopilación de los sonidos que escuchan,” destapándose así, advierte el autor, como “un DJ sensacional”. También se muestran las prácticas exterminadoras que aún se dan en algunos países como Líbano, donde ninguna ley protege a las aves, de manera que solamente revisando las fotos que cuelgan en las redes sociales quienes las matan, se ha podido certificar “la muerte de más de trece mil aves pertenecientes a ciento cuarenta y tres especies”. Es esta una pasión por el reino animal, en todo caso, para cuyo ejercicio tampoco es imprescindible ascender a la cumbre más elevada o adentrarse en el más tupido bosque. De ella se puede disfrutar igualmente en la ciudad a poco que uno cambie sus hábitos. “Simplemente mira hacia arriba”, advierte David Lindo, uno de los ornitólogos urbanos más conocidos de Gran Bretaña y que también se menciona en este libro.

Porque aquí tenemos, sí, muchos nombres de aves, con sus singularidades físicas, sus costumbres y su capacidad para sorprender, aún, al hombre. Pero también y yo diría que, sobre todo, —especialmente si lo comparamos con un manual de ornitología al uso— lo que tenemos son las vidas de quienes dedican su tiempo a observarlas. Están los ornitólogos, por supuesto, con su ambición científica, y los fotógrafos, con su mirada estética, y que también protagonizan algunas de las mejores páginas de este libro; pero están, sobre todo, los avistadores de aves, para quienes Łubieński busca un nombre mejor que este pero no lo encuentra. En esta nómina figuran desde el escritor Jonathan Franzen al hasta ese momento desconocido hombre que inspiró a Ian Fleming el nombre de James Bond pasando por un inquietante compañero de viaje del nazismo cuya memoria permanece sepultada hasta que Łubieński la rescata. Pero están, sobre todo, todos aquellos avistadores anónimos que no pueden resistirse a observar pájaros aunque se hallen en el interior de un campo de prisioneros de la Segunda Guerra Mundial. Es, tal vez, su peripecia la que mejor nos informa acerca de la naturaleza pasional de esta actividad porque, como bien advierte Łubieński, es algo que no se puede dejar de hacer ni siquiera en la hora más oscura de la humanidad porque, al fin, y al cabo, recuerda, “la guerra es la guerra pero siempre se puede observar a los pájaros.”

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Autor: Stanisław Łubieński. Traductora: Amelia Serraller Calvo. Título: Mirad las aves del cielo. Editorial: Volcano Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Bixen
Bixen
2 años hace

Hoy me avistaron, los pájaros de ellos (gorriones) y me siguieron y llamaron, hasta que les volví a dar de comer. Es cierto, si no fue ayer.

ricarrob
ricarrob
2 años hace

Benditas sean las pasiones que no sirven para nada. Promete ser interesante este libro sobre aves, las siempre admiradas por su inmensa libertad. Imaginad ser una de ellas y deslizarse por el viento, subiendo y bajando por la inmensidad del cielo. Mi admiración no solo por las aves sino también por los todos los animales voladores sea cual sea su especie como, por ejemplo, los murcielagos. La algarabía de chillidos y de vuelos aparentemente aleatorios que montan en los anocheceres de verano es una delicia.