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Sirimiri, de Araceli Cobos: Un complemento necesario para Patria

Sirimiri, de Araceli Cobos: Un complemento necesario para Patria

Portada: Araceli Cobos, autora de ‘Sirimiri’, en el Parque Inglés de Múnich, ciudad donde reside desde hace 18 años.

Todos conocemos la novela Patria, de Fernando Aramburu, que ha sabido sintetizar y recrear con habilidad esos años del País Vasco en los que la violencia de ETA y las muertes fueran una constante, e incluso dio origen a enfrentamientos entre familias. Las crónicas periodísticas lo fueron recogiendo diariamente, pero faltaba la novela, el gran fresco que inmortalizara lo que estaba pasando y que llegase a todos los lectores. Aramburu lo logró con considerable maestría, de manera que Patria se ha convertido en la memoria viva —el recordatorio— de lo que muchos ya sabíamos y algunos padecieron. La novela abarca desde mediados de los ochenta al 2011, cuando ETA anuncia el fin de la lucha armada. En este sentido, Patria es una novela épica que narra la Historia, pero faltaba su cara B, las pequeñas historias, esa gente anónima cuya vida cotidiana se vio afectada —casi sin darse cuenta— por la violencia de fondo; nos faltaba una novela que nos hablara de esos detalles que pasan desapercibidos y que únicamente pueden contar los que lo han vivido.

Y aquí es donde aparece Sirimiri, de Araceli Cobos, una especie de Cuéntame vasco, ya que los protagonistas de esta novela coral son los vecinos del barrio, todos ellos vistos desde los ojos de Ana, una niña traviesa y soñadora, que va despertando a la vida y contando lo que sucede a su alrededor, pequeñas cosas no muy distintas a las de cualquier otra infancia. En este sentido, Sirimiri se puede considerar una novela de aprendizaje. La mirada inquieta de Ana también descubre que los chicos se drogan y mueren (son los años negros de la heroína), que el cura es malo, y que hay algo que se llama ETA y nadie quiere hablar de ello. La niña y su mejor amiga lo viven como un juego e intentan descubrir el enigma de esa palabra.

"Su primer título era Una chica de barrio, porque eso es lo que pretendía: recrear una infancia y adolescencia, pero el terrorismo estaba ahí, aunque la mirada de la niña no se diese cuenta"

Ese barrio, en realidad Valle de Trápaga, hoy considerado un barrio del Gran Bilbao, será el escenario en el que se mueven los personajes y donde Ana sigue creciendo y contemplando lo que sucede a su alrededor: las conversaciones en voz baja, el asesinato de un policía a la puerta de su colegio o la desaparición de uno de sus vecinos, un buen chico que quiere ser futbolista del Athletic para sacar de la miseria a su madre.

Si antes hemos hablado de que Sirimiri podría ser un complemento de Patria —y, de hecho, las dos obras abarcan casi los mismos años—, el paralelismo vital de los dos autores es para creer en algo más que la casualidad. Araceli Cobos nació en Baracaldo en 1976, estudió Periodismo, trabajó en varios medios de Bilbao, conoció a un chico alemán y se fue a vivir a Múnich, donde lleva casi veinte años. Allí empezó a escribir Sirimiri, cuyo primer título era Una chica de barrio, porque eso es lo que pretendía: recrear una infancia y adolescencia, pero el terrorismo estaba ahí, aunque la mirada de la niña no se diese cuenta. Tuvo que irse lejos para escribir algo que de cerca —inmersa en esa realidad— no habría podido vislumbrar con perspectiva. Quizás como le sucediese a Fernando Aramburu, que, como todos sabemos, nació y pasó sus primeros años en San Sebastián, y en 1985, poco después de licenciarse, se fue a vivir a Alemania, donde se casó con una mujer alemana.

Fernando Aramburu firmando ejemplares de ‘Patria’ en septiembre del 2017 en el Hay Festival de Segovia. Foto: José María Plaza.

No sería improbable que esta coincidencia —sentida como una señal del destino— fuese la que animara a Araceli Cobos a viajar, un 24 de septiembre del 2017, hasta el Hay Festival de Segovia con una copia de su novela para entregársela a Fernando Aramburu, que daba una charla y fue recibido en olor de multitudes. Pero había tanta gente a su alrededor, y aún más en la fila donde firmaba los libros, que nunca veía el momento oportuno de abordar al autor. Lo sé bien, porque yo estaba allí cubriendo el acto, y me fijé en aquella joven que miraba hacia todas partes, nerviosa, y casi al mismo tiempo se acercaba y alejaba del consagrado autor, no con Patria en las manos sino con un manuscrito entre los brazos, como si fuese la carpeta del colegio de una adolescente.

"Patria es una gran novela, la novela de esos años negros del terrorismo, pero Sirimiri nos conquista por la emoción, por la cercanía, por la cotidianidad y por su universalidad"

Me acerqué a ella, porque ahí había una anécdota para mi crónica del periódico, y me contó, ya a punto de desistir, lo que acabo de relatar. Le dije que Aramburu era un buen tipo, un hombre amable, al que le haría gracia ese paralelismo, y que esperara al final de las firmas; pero algo debió de ocurrir (acaso los organizadores lo arrebataron inesperadamente), porque el manuscrito nunca llegó a las manos del escritor. Desconectada como estaba de la vida cultural española, Araceli Cobos guardó el manuscrito en su casa de Múnich, convencida de que nunca sería una escritora (publicada) y resignada a su suerte, ya sólo como lectora, porque ella ama la literatura por encima de todas las cosas.

Y hubiera sido una lástima. Patria es una gran novela, la novela de esos años negros del terrorismo, pero Sirimiri nos conquista por la emoción, por la cercanía, por la cotidianidad y por su universalidad: lo que cuenta Ana quizás lo podía haber contado una niña de Belfast en tiempos del IRA, y no habría mucha diferencia.

La novela tiene tres partes bien definidas: la primera, «Una niña de barrio», es la infancia. Ana vive esos años difíciles como si fuese un juego; por ejemplo, un día, al entrar las dos amigas en el patio de una casona abandonada, leen una pintada que dice: «Yoyes chivata». Ellas se imaginan que es una chivata buena y se inventan una historia en la que Yoyes es la princesa de ese castillo. El tiempo va transcurriendo, se cierran los Altos Hornos y el paro se apodera del barrio, que ya vive sumido en la droga y en las muertes. Pero aún hay esperanza y se sueña —una gran parte de su población procede de Andalucía— con mejorar de condición. Los niños siguen felices con sus juegos, sus grandes pequeñeces y sus sueños, aunque lleguen demasiado tarde. «Cuando al fin pusieron un parque en el barrio ya no teníamos edad de montarnos en los columpios ni en los toboganes (….). Lo del mercado fue otra cosa. El mercado le dio la vida que necesitaba. Llevaba varios años agonizando el barrio».

"Paralelamente a la vida de Ana y de la gente de Valle, se van sucediendo los acontecimientos: la llegada del lendakari Ardanza, el estreno de Supermán..."

La segunda parte, «Así que pasen los años», es el tiempo de la adolescencia, de las fiestas de los pueblos y de los primeros amores (aquí abundan las citas de canciones del momento, e Itoiz podía ser la banda sonora de la parte romántica), pero también es el tiempo de la toma de conciencia, de la politización en la Universidad y de enfrentarse a una realidad que bifurcará las relaciones y separará amistades de toda la vida. Aquí las citas ya son políticas: «Estos chicos de ETA, los chicos de la gasolina, los jóvenes patriotas vascos…» (Arzalluz dixit).

Paralelamente a la vida de Ana y de la gente del Valle, se van sucediendo los acontecimientos: la llegada del lendakari Ardanza, el estreno de Supermán, las inundaciones de Bilbao, la Marcha de Hierro, el Metro, el Museo Guggenheim… la historia de la sociedad que pasa ante los ojos de esa niña, que ya será una joven con criterio cuando se produce el secuestro de Miguel Ángel Blanco, un punto y aparte que Ana vivirá en la Universidad, y todo el barrio lo sentirá e interpretará a su manera. En este sentido, el capítulo «Tres días de julio. Amenaza cumplida» es uno de los más estremecedores. Se inicia con una cita de la hermana del secuestrado: «tengo la esperanza de que Miguel Ángel vuelva a casa», y se narra de una manera rápida e intensa, casi impresionista, la vida del barrio en esos tres días negros del 10 al 12 de julio de 1997.

Araceli Cobos, en el casco viejo de Bilbao en una de las visitas a su ciudad.

Como todos sabemos, ETA asesina al concejal, y los vecinos, espantados, creen que se ha tocado fondo, que no se puede llegar más lejos. Pero Margarita, una de las más viejas del lugar y uno de los mejores personajes de la novela, no es de la misma opinión: «Vienen tiempos peores. Los nacionalistas no van a ceder el poder por nada del mundo. Primero se mostrarán muy cautos, pero luego pactarán con quien sea con tal de retenerlo». El epílogo de tres capítulos se introduce con una frase de Eduardo Galeano: «La Historia en realidad nunca dice adiós. La Historia dice hasta luego».

"El sirimiri es, en este caso, la violencia etarra, la tensión, las amenazas, el silencio, que ya no es perceptible, porque te has acostumbrado a ese paisaje"

Me parecen muy significativos los títulos de los libros de Aramburu y Araceli Cobos, ya que sus autores han concentrado la esencia de lo que pasaba a su alrededor —y de sus novelas— en una sola palabra: Patria, y aquí la explicación es evidente, y Sirimiri. Sirimiri es esa lluvia menuda y persistente, propia del norte de España, que parece que no llueve, que no moja, pero te cala hasta los huesos, te marca la vida, e incluso el carácter. Y el sirimiri es, en este caso (por si a alguien se le ha escapado el simbolismo), la violencia etarra, la tensión, las amenazas, el silencio, que ya no es perceptible, porque te has acostumbrado a ese paisaje, que no solo te invade la piel sino que se te va quedando dentro y te empapa hasta el alma.

Ya hemos dicho que Sirimiri es como un Cuéntame vasco, una historia coral y costumbrista con unos estupendos diálogos, y es una novela de iniciación de la que saldría una hermosa y necesaria película. No estamos seguros de que, tal como están las cosas, pudiera estrenarse en el Festival de Cine de San Sebastián, aunque en esta obra también hay una larga entrevista (Ana ya es periodista) a un etarra; claro que no es el jefe de la banda, sino un peón más, y encima, está muy arrepentido. Aquel chico del barrio que quería sacar a su madre de la miseria…

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Autora: Araceli Cobos. Título: Sirimiri. Editorial: Milenio. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Araceli Cobos hace unos días en la librería Selecta de Rute (Córdoba), firmando ‘Sirimiri’.

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