Sísifo y yo

El reloj de Kant

Kant, que fue durante toda su vida un solitario con costumbres férreas, como corresponde a un “raro solitario” que nunca tuvo la necesidad de salir de Königsberg, su ciudad natal, salía a pasear diariamente después de la cena y lo hacía por la misma calle, arriba y abajo. El autor de Crítica de la razón pura llegó a tener tal precisión en sus paseos que sus convecinos ajustaban los relojes según el lugar en el que se encontraba el filósofo en cada momento.

A tan alto grado de precisión no tendré que llegar pero sí de ocuparme de que funcione un sistema en mi actual confinamiento (de un lado a otro del pasillo), siquiera sea para demostrarme a mí mismo que si Kant lo hacía yo no voy a ser menos… digamos menos raro que este alemán que planteó, en el siglo XVIII, un cambio de paradigma en la filosofía.

"Soy ese Sísifo que camina de un lado a otro del pasillo de mi casa sin otro afán que buscar el sentido de las cosas, pero como Camus concluye que a «Sísifo debemos imaginárnoslo feliz», yo también me siento así"

Los existencialistas Sartre y Camus dijeron que la vida no solo no tiene sentido, sino que es absurda. Ahora yo, como cuando Camus escribió en El mito de Sísifo, que se pasa la vida empujando cuesta arriba una roca que deja caer para empezar de nuevo, soy ese Sísifo que camina de un lado a otro del pasillo de mi casa sin otro afán que buscar el sentido de las cosas, pero como Camus concluye que “a Sísifo debemos imaginárnoslo feliz”, yo también me siento así, con una misión importante: la de llegar al día siguiente dispuesto a emprender esta dura y a veces reconfortante tarea de vivir.

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Chiste filosófico

¿Cuál de los Marx es más anarquista? Karl, que dijo: “Es inevitable que las clases oprimidas se alcen y rompan sus cadenas”, o Groucho, que dijo: “Fuera del perro, el mejor amigo del hombre es el libro. Dentro del perro está tan oscuro que no se puede leer”.

Thomas Cathcart y Daniel Klein: Platón y un ornitorrinco entran en un bar y… (Booket).

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Milán

Recupero un texto escrito hace algunos años a modo de sentido homenaje a Italia (a Milán y a Bérgamo).

Italia es tan bella que no es extraño que al viajero le suceda lo mismo que a Henri-Marie Beyle, a quien conocemos como Stendhal, cuando en 1871 viajó por Italia recogiendo documentación para su próximo libro. En Florencia, extasiado ante tanta belleza, sintió su corazón acelerarse hasta tal punto que un vértigo le obligó a sentarse para no caer al suelo. Acababa de vivir lo que hoy se conoce como “síndrome de Stendhal”.

El viaje nos oxigena las ideas. Mi admirado Carlo Goldoni lo expresó mejor: “El que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios”.

"El Duomo es un espectáculo, pero caminar por su tejado fue el mayor y más emocionante descubrimiento en mucho tiempo"

El Instituto Cervantes de Milán y la editorial Mondadori habían invitado a Natalia Sanmartín Fenollera (El despertar de la señorita Prim, Planeta) a participar en un ciclo de conferencias con motivo de un encuentro literario en el festival Bookcity. Estos días en Milán han tenido efectos mágicos, empezando porque hemos acompañado a una escritora de la talla de Natalia, quien impartió una conferencia que tituló Viajar desde el sillón, y que arrancó los aplausos más largos y calurosos en una mañana lluviosa en la que sus compañeros de mesa empezaban a aburrirnos un poco a todos.

El encuentro con Milán es impresionante, con sus calles adoquinadas, los tranvías… y el arte que te asalta en cada esquina. El Duomo es un espectáculo, pero caminar por su tejado fue el mayor y más emocionante descubrimiento en mucho tiempo. Pasamos más de una hora bajo los paraguas, guarecidos de la llovizna que no dejó de caer durante todo el día, caminando entre los recovecos de las columnas en las que reposan las estatuas y unas bellísimas gárgolas que disfrutamos al alcance de la mano.

El Duomo. Milán

Dedicamos un día a visitar Bérgamo, en la región de Lombardía. Un corto viaje en tren que nos trasladó a otro mundo y a otra época. En la Città Alta, rodeada de murallas venecianas, pisamos los adoquines, extasiados con la belleza de la Piazza Vecchia, una plaza medieval en el centro de la parte antigua. Detrás de ella, la pequeña Piazza del Duomo, te sorprenden la Catedral de Santa María Maggiore, la Capilla Colleoni, con frescos de Tiepolo (siglo XVIII), el Baptisterio…

El síndrome Stendhal amenazaba.

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