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Sonia Devillers: «Todos los regímenes comunistas fueron corruptos y en ellos reinaba una inmoralidad total»

Sonia Devillers: «Todos los regímenes comunistas fueron corruptos y en ellos reinaba una inmoralidad total»

La escritora Sonia Devillers revela en Los exportados cómo en la Rumanía de los años sesenta se vendían judíos a cambio de cerdos, vacas y ovejas

¿Cuánto vale una familia? 12.000 dólares. Ese era el precio de un matrimonio judío en la Rumanía de 1961. Pero existía otro baremo. Una tabla diferente de valores. Una lista donde veintitrés personas costaban 10 lechones daneses; 1 verraco landrace danés de 10 meses listo para criar; 4 vacas cebú; 2 toros jersey; 10 vacas jersey; 2 toros frisones; 10 vacas frisonas; 80 cerdas landrace inglesas y 10 verracos ingleses.

El gobierno rumano estuvo vendiendo durante décadas a su población semita a cambio de «ganado de alto rendimiento». El propio Nicolae Ceaușescu reconocería en una conversación privada: «Los judíos y el petróleo son nuestros mejores productos de exportación». Esto es justamente lo que llegaron a valer los ciudadanos bajo el régimen comunista de este país.

Sonia Devillers, periodista y escritora, lo cuenta y lo explica en Los exportados (Impedimenta). Ella conoce bien el asunto porque sus abuelos formaron parte de ese mercado. Fueron parte de este lote de productos que estaba en compra-venta. Gente con una tarifa fijada y estipulaba en «animales comestibles» y tractores. «Esta historia concentra lo peor del comunismo y lo peor del capitalismo. Se supone que estábamos en un régimen político que ha acabado con la economía de mercado, pero cuando miramos esta historia nos damos cuenta de que para los comunistas todo se compra. Todo es un negocio. Todo tiene un precio. La vida humana y también la libertad. El traficante de personas Henry Jacober lo entendió perfectamente, todo este cinismo y la codicia de la nomenclatura rumana, que no tenía límites y que por otra parte era un régimen corrupto. Había dos voluntades de enriquecimiento. La del Estado, que tenía el tesoro vacío y que necesitaba absolutamente equipamiento y divisas extranjeras, y los dignatarios del partido, que reclamaban regalos y corrupción.

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—Se rebajó la condición humana.

—Y no hay nada peor que eso. Tardé mucho tiempo en encontrar el titulo del libro, Los exportados, porque durante años no encontraba en el campo léxico de la migración un término que pudiera caracterizar esta historia. No eran inmigrantes, pero tampoco eran refugiados, o exiliados, o repatriados. Eran personas que se habían vendido como mercancía. Por eso «exportación». Esa palabra no existe en los archivos rumanos. Todos los actores de esa operación y los historiadores que trabajaron sobre este asunto no empleaban esa palabra, sino el vocablo «trata», «comercio», pero jamás «exportación». En realidad la encontré en la última semana en que repasaba el manuscrito, gracias a un periodista de investigación francés que, durante la consulta de algunos documentos del servicio secreto francés, pudo ver archivos desclasificados. La inteligencia francesa estaba al tanto de este comercio, del nombre del traficante y de los responsables de los ministerios rumanos que había detrás, porque, seamos claros, este negocio no puede ser entendido sin el antisemitismo rumano que existía en esa época. Esas páginas hablaban, ya en 1964, de «exportación invisible». Los servicios secretos franceses sí usan «exportación».

—¿Lo peor para estas personas «exportadas»?

—Lo complejo de esta historia es que muchos de ellos no sabían nada. No entendían lo que había detrás de la salida de su país. El coste para escapar eran 12.000 dólares, una fortuna imposible de lograr en una república comunista. A mis abuelos les adelantaron la suma unos familiares desde París. Mi abuelo, más adelante, coincidió dos veces con el traficante, pero desconocía que había formado parte de un intercambio con animales. El gran sufrimiento de mi familia, como para otras, fue la exclusión del partido comunista. Ellos se convirtieron en parias en Bucarest. Luego llegó el sufrimiento de la salida, porque el viaje resultó muy peligroso, muy traumático, y no tenían elección. Tenían que irse, pero sentían un gran afecto por su país, por su familia. Ellos realmente habían creído en el proyecto comunista, pero todo el aparato iba contra ellos y ahora los pretendía aniquilar. Fue un shock. Luego, en París, fueron personas solitarias, porque jamás se sintieron judías y no frecuentaban a esta comunidad. Era gente educada, burguesa, elegante, pero en París solo eran inmigrantes. Ahí no eran burgueses. Además, todos los intelectuales en Francia durante esos años eran comunistas, y de izquierdas, y ellos pensaban que personas como mis abuelos eran traidores.

—Los intelectuales, dice.

—Hoy en Francia está muy documentado. Los intelectuales tuvieron una ceguera muy larga y una hipocresía también muy larga sobre este asunto. Muchos de ellos estaban sordos a las informaciones, fiables sin ambigüedad, de los crímenes que cometió Stalin y la represión en Budapest. Y luego, de nuevo, ante lo de Nicolae Ceaușescu. Hay una serie de intelectuales que han sido culpables de hipocresía durante mucho tiempo hacia el comunismo y lo que hacía. Pero también es interesante que en los años 80 estas mismas personas rompieran con el Partido Comunista. En esa época, el número dos de Ceaușescu había huido a Estados Unidos y en 1987 publicó su libro de memorias. Ahí cuenta la locura del régimen. La venta de los judíos estaba en el capítulo cuatro, pero los grandes diarios de izquierda en Francia, que dedicaron páginas enteras a esta obra, no dijeron nada sobre el asunto. Algunos periodistas me explicaron después que fue porque no llegaron a creérselo del todo y no podían verificarlo. Por eso se quedó en secreto durante tanto tiempo.

—No se habla mucho de un tema que es evidente: el antisemitismo del comunismo.

—Se ignoró durante varias décadas, pero hoy está bien documentado. Stalin era antisemita. En la URSS siempre lo fueron. Hubo grandes juicios en la Unión Soviética que han tenido que ver con los judíos, como el gran proceso de las blusas blancas. Sabemos que los partidos comunistas en el Este hicieron violentas purgas internas que consistían en sacar a los judíos de los altos cargos. Lo que es complejo en este antisemitismo es que era totalmente tabú. No se hablaba de judíos. No se hablaba de antisemitismo. Cuando se hablaba de ellos se hablaba de «cosmopolitas», un término inventado en el entorno de Stalin. Alrededor de ellos quedaba la idea de que el judío era un traidor a la patria porque no tenía patria. Para Stalin un judío no era un verdadero ciudadano. También hay que explicar que el partido comunista era inexistente después de la guerra y que había que agrandar sus filas de una manera rápida y muchos militantes fascistas se convirtieron del día a la mañana y entraron en el partido.

—¿Los fascistas se reciclaron al comunismo?

—La voluntad del régimen comunista era borrar la historia del partido fascista en el país, porque ellos eran adversarios de los comunistas. Se hizo un esfuerzo para que se olvidaran los años de guerra, lo que pasó con los nazis, de la misma manera que se hizo todo lo que se pudo para que se olvidaran los crímenes de la Shoa y la responsabilidad de los rumanos.

—Habla de la corrupción que había detrás del telón de acero.

—Fueron regímenes muy corruptos, donde reinaba una inmoralidad total. Lo que vemos en los archivos de la Securitate es que la corrupción destruyó vidas, aunque eso también permitió salvar otras. Vemos cómo muchos prisioneros políticos también obtuvieron la libertad gracias a que los vendieron por ovejas o por cerdos. A eso sujetaba la vida humana en aquel momento de la historia.

—Ionesco, Cioran, Eliade… los menciona.

—Es una de las particularidades de los años 30 y la explosión del fascismo. Grandes intelectuales fueron antisemitas y fascistas fanáticos. Ionesco vivió en Francia y fue adorado allí, pero colaboró con el fascismo. Mircea Eliade y, sobre todo, Cioran fueron antisemitas. El primero emigró a Estados Unidos y el segundo a la capital de Francia, donde también fue adorado. Pero fueron antisemitas atroces, y cuando el líder fascista fue asesinado, Cioran escribió un homenaje radiofónico dedicado a él. Es un texto completamente fanático. No se puede entender que intelectuales franceses hayan cerrado los ojos sobre este pasado en estas últimas décadas en París. Eliade tuvo una gran carrera universitaria en EEUU, pero se pasó su vida tratando de borrar su pasado fascista.

—¿Quién era Henry Jacober, el traficante que comerciaba con estos judíos?

—Cuando lo conoció mi abuelo era un hombre de 60 años pequeño, muy gordo, que vestía muy bien, era muy simpático y bastante autoritario, pero tenía buen contacto humano. No hablaba rumano. Mi abuelo se entendía en alemán con él. Era un comerciante muy bueno, que hacía importación y exportación de ganado y de máquinas agrícolas. Era un hombre que logró tener contactos en todas partes en el bloque del Este y en el norte de Europa, como Dinamarca, que prohibía exportación de animales de granja. Tenía una logística impresionante y, aunque no tenemos pruebas, se cree que fue él quien tuvo la idea de monetizar la salida de rumanos judíos para que el Ministerio de Agricultura pudiera pagarse el ganado y la maquinaria agrícola. Tenía la particularidad de dirigirse tanto a ministros como a los agentes de segunda clase. Por eso su idea funcionó. Comerció con centenares de familias judías. Cuando el Mosad se interesó por él, como todos los servicios secretos europeos, fue porque podía hacer salir judíos de Rumanía para llevarlos a Israel. Veían a Jacober como un hombre horrible, un mafioso. Les causaba asco. En Londres tenía muy mala imagen. Pero como tenía una agenda de contactos tan relevante y esa capacidad logística… lo utilizaron. A partir de los sesenta se vio como un intermediario entre Rumanía e Israel para que decenas de judíos rumanos marcharan para Israel.

—¿Cómo llevan esta historia en Rumanía?

—El primer problema hoy es que los rumanos no logran enfrentarse al pasado. Es el drama de los totalitarismos y los dictadores que reescriben la historia. Hay agujeros en la memoria de varias generaciones gracias a eso. No he vivido en la Shoa, pero allí no se le dedican clases y existen revisionistas que aseguran que el dirigente rumano durante la Segunda Guerra Mundial salvó más judíos de los que mataron, lo que, está claro, evita mirar de frente al genocidio. También hay historiadores, una franja que ha sido anticomunista, que se adhirió a una ideología de extrema derecha que está muy viva. Por eso la subida del populismo da mucho miedo en todos los países, sobre todo en aquellos que no han hecho ese trabajo de memoria.

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