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«También el reloj está en cuarentena» (Tiempos de coronavirus 4)

«También el reloj está en cuarentena» (Tiempos de coronavirus 4)

Sobre el alféizar de la ventana de la casa de enfrente, un pájaro marrón de pico corto y buche abombado me mira fijamente. Diría que sin parpadear. No sé si forma parte del grupo que a eso de las cinco de la mañana pregona con trinos que todo está por empezar, que ayer es pasado y que hoy… No se mueve, atento al humo que sale del cigarrillo. Algo tiene que pensar, debe de echar de menos la algarabía de otros días a estas horas. Se harta y se va.

Me quedo mirando los trapos, calzoncillos y camisas que han caído de los tendederos y se van pudriendo atravesados por los ganchos que sobresalen de unos triángulos de plástico blanco que impiden ver desde la calle la ropa tendida. Las tuberías de gas revestidas de aluminio, las persianas sucias, los ladrillos que ocultan el desánimo de los vecinos. Todo es silencio y abandono. Un vecino de arriba se incorpora para tender una sábana, nos saludamos con la mirada.

Abro un librito sobre la triste vida del uruguayo Mario Levrero y subrayo esto: “No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”.

"También el reloj está en cuarentena. Muevo el péndulo pero enseguida se para. No entiendo por qué se empeña en un silencio terco si le he dado cuerda. Le miro como preguntándole qué necesita"

También el reloj está en cuarentena. Muevo el péndulo pero enseguida se para. No entiendo por qué se empeña en un silencio terco si le he dado cuerda. Le miro como preguntándole qué necesita. Estoy por hablarle. A falta de perro, él tendría que hacerme compañía con su tic tac melodioso, como un metrónomo elegante, con su esfera de porcelana y su caja de madera sin carcoma.

¿Es lo mismo que un reloj esté parado un día que mes y medio? Debería darle lo mismo. Tampoco sé si las tres y cuarto que ahora marca corresponden al mediodía o a la madrugada. Abro y cierro la puertecilla con cristal que protege a la maquinaria del polvo. Quito y pongo el péndulo. Coloco detrás otro libro, de menos páginas, para que esté más paralelo a la pared. Vuelvo a impulsar, muy despacio, el péndulo.

—¿Qué te falta? ¡Háblame!

Me marcho para que no le dé pudor regresar a lo que debería ser su obligación. Hago como que lo ignoro. Riego las plantas, las nueve, con agua que he dejado reposar para que se evapore el cloro. Me prometo que no moveré las agujas, para qué: lo importante es escuchar las medias, las horas, sean las cuatro o las diez. Acompañaré mi vida a su ritmo. Bajaré las persianas cuando él quiera dar las doce y ajustaré el despertador a su capricho. Vuelvo y le pongo El Mesías de Haendel. Salgo con cuidado y, despacio, cierro la puerta del salón.

—Igual es que quiere compañía, no mía sino otra, y su táctica es hacerme la vida imposible —me digo.

"Igual, sopeso, no le gusta Händel. Si es así le pondré la Primavera de Vivaldi, que siempre anima"

Hace tiempo que quiero comprarme otro reloj, pero de repisa. Le podría hacer un hueco en la biblioteca, pero entonces no se verían. En la pared de enfrente no tengo ningún mueble en qué apoyarlo, así que debiera hacerme con un aparador. Por las noches, de puntillas, me acercaría a escuchar sus conversaciones desde el pasillo.

—¿Tú eres español?

—No, suizo. Me trajeron de un mercadillo de Vevey, en el lago de Ginebra. Para que te hagas una idea, donde vivió Chaplin.

—Yo he vivido muchos años en la calle Melchor Prieto. Éramos unos quince o así, de todos los tamaños y de todos los precios. No te puedes imaginar cuando llegaban las doce, cada uno a su aire.

—¿Nunca os pusisteis de acuerdo?

—Lo intentamos, no creas. Y no era tan fácil. Cuando nos estábamos ajustando, uno, que era inglés, el segundo más antiguo de todos, le dio por decir que no, que no destacaría su sonido grave de Oxfordshire y tuvimos que dejarlo.

Igual, sopeso, no le gusta Händel. Si es así le pondré la Primavera de Vivaldi, que siempre anima. O los lieder de Schubert que le recuerden a su tierra.

No me atrevo a levantarme y comprobar si sigue enfadado o ha recobrado el ánimo. Hasta que no acabe el oratorio tendré que aguantarme. También puede que se haya quede dormido y entonces no sabré si se trata de una pequeña siesta o es que sigue en sus trece. Cómo son los artistas.

¿Estoy desvariando?

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