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Tantas funciones por hacer

Llevo semanas deseando escribir esta carta de despedida, este texto para el que aún me cuesta hilvanar las frases. Os vais. Os habéis ido. A final de enero cerraron las puertas del Teatro Pavón Kamikaze.

Conocimos al Pavón antes de ver vuestro trabajo entre sus cuatro paredes, y lo conoceremos, seguro, después. Como también disfrutábamos del trabajo de la compañía Kamikaze sin una casa que lo acogiera tanto tiempo.

Creo que es bueno sentir un teatro como un hogar. Eso ha sido para mí este viaje. A oscuras, en esa sala que se veía continuamente desbordada por tantos buenos trabajos, con esos maravillosos textos que se deslizaban a viva voz. Ha sido un orgullo, y un placer, llevar también, invisible, la insignia de Kamikaze en la solapa cada vez que hemos disfrutado con alguno de vuestros montajes. Cada uno de ellos ha marcado al espectador de manera sutil y única, y hoy todos nos sentimos huérfanos de aquellas experiencias que marcaron tantos puntos y aparte.

Recuerdo correr desde Sigüenza para llegar a tiempo para ver vuestro Molière. En eso consiste, creo, amar el teatro. Recuerdo la espera antes de que diera comienzo Ilusiones: sentir mi corazón latiendo apresurado, mis sienes que se movían siguiendo aquella canción tan premonitoria. Recuerdo, como otro de tantos momentos bellísimos, la primera vez que vi La función por hacer: la angustia y desesperación de una madre, el amor por el teatro en ese texto y aquellas magníficas interpretaciones, pero, sobre todo, ese grito desgarrado que rompía el tiempo. Las veces que repetí aquella obra fueron, mágicamente, otras tantas primeras veces.

Ya ha cerrado sus puertas el teatro Pavón Kamikaze. Y sé que nos veremos en otras salas: ¡quedan tantas funciones por hacer! Imaginar ahora al Pavón vacío es sentir de nuevo aquel sollozo que avanzaba la penumbra, el grito aislado de una madre a la que le han robado el hijo. Es dolor y es silencio ver un teatro vacío. Más aún cuando sientes que es un teatro que todo lo llenó. Gracias. Gracias Miguel, gracias Aitor, gracias Israel, gracias Jordi. Gracias a vosotros he amado más el teatro. Lo he amado mejor.

Recuerdo… recuerdo tantos montajes estremecedores… pienso que muchas veces ver teatro es aferrarse a la vida. Vivir por unos momentos, con todo en suspensión, aturdidos constantemente por ese grito que nos rompía. Aún hoy siento ese grito que nos sigue resquebrajando. Se me nubla la mente cuando lo oigo, pero sé que volveréis, ¡quedan tantas funciones por hacer!

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