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Tatiana Tibuleac: «En Moldavia hay miedo porque somos los siguientes»

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Tatiana Tibuleac: «En Moldavia hay miedo porque somos los siguientes»

«En Moldavia hay un gran miedo porque somos un país pequeño y sabemos que somos los siguientes», afirma en una entrevista con Efe la escritora moldava Tatiana Tibuleac, que asegura que su país natal «no tiene la fuerza para resistir una guerra como Ucrania», un país con el que tienen «un vinculo especial».

La autora señala que en Moldavia «todo el mundo tiene al menos una historia o recuerdo ligado a Ucrania», donde mucha gente cuenta con familia y seres queridos y es además el lugar donde veranean y donde tienen negocios.

«Para Moldavia esto no es solo una guerra en algún lugar. Para nosotros es una guerra muy cercana«, destaca.

Tibuleac (Chisináu, 1978) reconoce que siempre vivieron con el miedo constante de que Rusia quisiera, en algún momento, recuperar su imperio. Sin embargo, en su país no esperaban que fuera a comenzar por Ucrania ni que fuera a estallar una guerra tan violenta que, según opina, «está muy lejos de llegar a su final».

«Es una tragedia que afectará no solo a Ucrania, Moldavia o a los países de alrededor. Ya está remodelando Europa y el mundo. Y creo que de alguna manera ya nos las arreglamos para aceptar esta guerra y seguir con nuestras vidas», lamenta.

«La venganza vendrá y tendremos que vivir con la sombra de esta guerra por muchas décadas», añade.

Afincada desde 2008 en París, Tibuleac comenzó siendo periodista, de manera que siempre estuvo «familiarizada» con las personas más vulnerables, especialmente en un país que vivió, tras la caída de la Unión Soviética, un proceso de crisis económica pero también de recuperación de la identidad, al volver a su lengua original y su alfabeto.

Las relaciones humanas, el pasado, la memoria y precisamente esa búsqueda de la identidad son algunos de los temas que Tibuleac ha explorado en novelas como El verano que mi madre tuvo los ojos verdes o El jardín de vidrio, ambas publicadas en España por la editorial Impedimenta.

El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, novela en la que relata la compleja relación de Aleksy con una madre que le rechazó de joven y que ahora padece una enfermedad terminal, se convirtió, tras su publicación en 2019, en un fenómeno literario que ha alcanzado las 13 ediciones y ha cosechado numerosos reconocimientos.

Entre ellos, el premio XV Premio Novela Europea Casino de Santiago, que la autora moldava ha venido a recoger a la capital gallega y que comparte con el escritor extremeño Luis Landero.

«Este premio significa mucho para mí. Cuando me lo concedieron, mi padre estaba muy feliz. Murió poco tiempo después y en cierto modo fue una de las últimas alegrías que se llevó», explica la escritora, que se siente «emocionada» de que sus novelas puedan «viajar a otras culturas» y ser traducidas a otros idiomas.

«Cada vez que un libro se traduce se abre una nueva puerta. Un mismo libro se lee diferente en Alemania, en Francia o en España. Creo que aquí tengo un público más amplio, la gente en España ha conectado muy bien con mis trabajos», apunta.

Sorprendida de su éxito en la literatura, asegura que España está llena de emociones y aprecia la vida «en todas sus variantes»: «No se trata sólo de sexo, comida o felicidad. Los españoles celebran, pero también entienden el dolor y entienden el trauma. Para mí fue maravilloso tener este tipo de discusiones aquí, porque hay un gran caleidoscopio de emociones».

Para la autora, escribir sus novelas ha supuesto un viaje personal, que la ha ayudado a comprender mejor su identidad tras sufrir de pequeña el desarraigo ante una lengua —el ruso— que le fue impuesta; y la posterior restauración de su lengua original, el rumano, en la que ahora escribe.

«En París comencé a hacerme preguntas sobre mi identidad que nunca me hice en casa. Creo que solo necesitaba salir, dar un paso más allá y luego mirar en el pasado para entender quién soy», explica.

Tibuleac reconoce que en su país recuperar su propia lengua y alfabeto latino era «muy importante», porque no se trata tan solo de una herramienta de comunicación, sino que también es «un símbolo, una dignidad y una lucha».

«La identidad sigue siendo una lucha para ciertas personas. Hay partes del mundo donde el lenguaje y la identidad todavía se basan en la violencia, en la infelicidad y en la miseria y, por el contrario, esto es lo único que las sigue uniendo», afirma.

Para ella, la literatura puede, de algún modo, «arrojar una luz de justicia», especialmente en Europa del Este, donde «se ha escrito muy poco sobre el pasado».

«No tuvimos una exploración adecuada de los crímenes de la Unión Soviética. No hablamos de eso. No hablamos de gulags de la misma manera que en Europa se habla del Holocausto. Y la guerra actual en Ucrania es, en parte, una consecuencia de eso», añade.

Ahora, aunque reconoce que Europa se ve afectada por la guerra en Ucrania y sus consecuencias económicas, ve «humanamente injusto» pedirle a la gente «que viva constantemente con el dolor de otras personas», porque no es la primera vez que se da un conflicto armado.

«Creo que no es necesario que ocurra una guerra en tu casa para que la sientas. Pero si no lo sientes, nadie puede obligarte a hacerlo. Es una decisión interna», señala la autora.

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