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‘Tenet’ o el poder de los palíndromos

‘Tenet’ o el poder de los palíndromos

Dice Juan Filloy en su tratado de palindromía que ésta “es diurna y nocturna, simultáneamente. Un sol extraño —un sol semiótico— ilumina su claridad expresiva y su sombra gemela. La lectura natural visible se sume en la sombra de caracteres gráficos iguales. Mas la paradoja se esclarece leyendo retrospectivamente. Así, lo que fue nítido al principio, se torna diferente sin haber dejado de ser idéntico”.

Y eso es lo que ocurre en Tenet, la última película de Christopher Nolan.

No teman por la última paranoia grupal de los llamados aficionados al cine, aquí no encontrarán spoilers. Tampoco encontrarán una crítica a esta sociedad ávida de sorpresa y asombro que ha olvidado que el camino es lo importante y que éste se recorre una y otra vez en ambos sentidos. Solo hablaremos de cine y literatura, de esa extraña parte de la literatura que venera el poder de cada una de las palabras que la componen y de ese aún más extraño fenómeno cinematográfico que trata a los espectadores con respeto y sin trampas.

No hace falta contar nada más para saber de qué trata Tenet, todo está en el cuadrado mágico laterculus —»baldosa» en latín— que se puede leer de arriba abajo, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o de abajo arriba, encontrado por casualidad por el capitán Abbott durante las excavaciones de un muro romano en el condado de Gloucester allá por 1868, al que luego le siguieron muchos otros, desde Dura Europos en Siria (1933) hasta Budapest (1954), pasando por Pompeya (1936).

La crítica generalizada a la película es que no se entiende, otra paradoja. Nunca he encontrado a nadie que me dijera que no había entendido En busca del tiempo perdido (1913), y sin embargo Marcel Proust escribió:

Así como los diferentes azares que nos hacen conocer a ciertas personas no coinciden con el tiempo en el que las amamos, sino que pueden producirse antes de que comience y repetirse después de que haya acabado, así también las primeras apariciones que hace en nuestra vida una persona destinada a gustarnos más adelante cobran retrospectivamente un valor de advertencia, de presagio, para nosotros.

Y esto es lo que pasa en Tenet.

Ya lo adelantó Andrea Marcolongo en La medida de los héroes (2018): haría falta que llegara Proust para iluminar los engaños del tiempo cronológico y del tiempo narrativo. Y, sobre todo, el juego de espejos reflectantes de nuestra propia memoria.

De la cronología de viajes en el tiempo escritos e imaginados hasta la fecha, Tenet se eleva sobre todos ellos, ya que no existen realmente esos viajes, sino que son más bien inversiones temporales. No se trata de volver a vivir lo ya vivido para mejorar nuestro futuro, sino de revivirlo para evitar que nada cambie, como en el relato de Ray Bradbury El ruido de un trueno (1952), donde se describen las consecuencias que tiene sobre el futuro la más mínima alteración del pasado en un viaje en el tiempo. En su caso, la muerte de una mariposa en la era de los dinosaurios.

El protagonista de Tenet es el creador de una organización más allá del tiempo, encargada de velar por el flujo continuo del tiempo e impedir sus posibles paradojas, similar a la ya descrita por Isaac Asimov en su novela de 1955 El fin de la eternidad, cuya finalidad era evitar los problemas generados por las paradojas creadas en los viajes temporales, muy populares en un hipotético futuro lejano.

«La obra contiene al creador, el creador a la obra» es la traducción del cuadrado mágico, en este caso también ampliable al espectador, que se ve envuelto en una revisión de su propia vida y de sus propios recuerdos.

En la oscuridad de la sala Tenet, como las estrellas en la noche, no solo nos baña con su luz, sino también con su tiempo.

El recuerdo de El hombre que puso fin a la historia, el relato de Ken Liu de 2016, nos aborda. Si miramos a la estrella de la constelación de Libra llamada Gliese 581, en realidad la estamos viendo tal como era hace algo más de dos décadas, porque está a unos veinte años luz de nosotros. Y a la inversa, si ahora mismo alguien situado en alguno de los seis planetas que orbitan alrededor de Gliese 581 tuviera un telescopio lo suficientemente potente apuntando hacia aquí, tal vez podría verme admirando el cuadrado mágico encontrado en una de las columnas del gimnasio de Pompeya.

El tiempo en Tenet es eso, y nos invita a mirar a nuestro pasado con otros ojos y a revivir aquello que no entendimos en su día bajo otra luz. Cualquier otra interpretación relativa a las escenas de acción, a la teoría de la retrocausalidad de John Wheeler o a los diagramas de Richard Feynman probablemente sea más cercana a los gustos del público, pero son solo fuegos de artificio que permiten hacer poesía en un tiempo ajeno a ella, un tiempo en el que siempre hay que pagar un precio, como en nuestro día a día, para seguir viviendo. Al igual que aquel otro palíndromo mágico latino:

In girum imus nocte et consumimur igni

Giramos en la noche y nos consumimos en el fuego

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