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Un torbellino de fe y energía

Un torbellino de fe y energía

Es muy difícil comprender el sentido que le dio Gaspar García Laviana a su vida en Nicaragua sin valorar antes que venía de una familia de trabajadores mineros asturianos; que su religiosidad no era la tradicional, como demostró en la España de los años sesenta al convertirse en cura obrero; que tampoco en ese compromiso encontraba su sitio, su espacio, y que por eso aceptó irse a América cuando su congregación se lo propuso.

 

Gaspar se fue a Nicaragua porque quería trabajar, proteger y educar a los excluidos, a los que nada tenían, ya fuesen campesinos explotados, mujeres abandonadas, jóvenes condenados a la esclavitud o niñas obligadas a prostituirse, todas víctimas de la usura de una familia, los Somoza, que habían llegado al poder en 1934 y que seguían detentándolo más de cuarenta años después, amasando una de las más grandes fortunas del continente americano. Tres Somoza fueron presidentes de Nicaragua, dos ocuparon la Jefatura de la Guardia Nacional, otros dos terminaron como generales y tenientes coroneles del ejército, y uno más de embajador en los EEUU, país que, salvo en la última etapa de Jimmy Carter, casi siempre dio cobertura y tutela a aquella banda de sátrapas (1).

Pasaban los años y el trabajo de Gaspar no conseguía resultados, unas veces porque las autoridades somozistas decían que sí a promesas que luego no cumplían, y otras porque el desprecio a las personas por parte de los gobernantes sobrepasaba todo lo imaginado. Un ejemplo eran las jóvenes sometidas a la prostitución, algo que provocaba en Gaspar un dolor tan inmenso que en “La niña del prostíbulo” su poesía queda limitada a una descripción tan realista como cruel:

Catorce añitos de edad,
dos de puta
cara joven,
rasgos viejos,
piel lozana,
ojos muertos.
(…)

Hay un momento en el que Gaspar duda entre la impotencia de seguir luchando contra la dictadura de Somoza desde el sacerdocio, conviviendo con el sacrificio de la gente del pueblo, o situarse al lado de los guerrilleros que utilizaban la violencia. Tomar una decisión no fue sencillo, tal y como él mismo reconocería:

“Para mí, con una formación social no violenta, fue un problema muy grande. Pero los documentos de Medellín, suscritos por los obispos de América Latina, lo decían bien claro: la insurrección revolucionaria puede ser legítima en el caso de tiranía evidente y prolongada y que atente gravemente a los derechos fundamentales de la persona y el bien común”. 

Así pues, tras comprobar que su trabajo misionero no solucionaba nada, decide afiliarse al Frente Sandinista de Liberación Nacional. Lo escribe así en el poema titulado “Angustia”: “Las angustias / de mi alma, / no las calma / el rosario, / ni la misa, / ni el breviario. / Mis angustias / las mitigan / las escuelas / en los valles, / el bienestar / campesino, / la libertad / en las calles / y la paz / en los caminos”.

En su poesía, Gaspar adopta estilos y ritmos muy distintos. Así por ejemplo, junto a la dureza de sus palabras al retratar la realidad social de los nicaragüenses, conviven otros tonos, más ensoñadores y nostálgicos, con poemas que muestran su amor al paisaje, por ejemplo al lago que él consideraba el más bello del mundo, el lago Cocibolca, que es el mayor de la América central, con una extensión de 8.264 km cuadrados de agua dulce, y al que utiliza como fondo para hablarnos de los pescadores cosiendo las redes, de las mujeres lavando la ropa o de los niños jugando.

Pero la realidad se impone y después de tres años haciendo de enlace con la guerrilla y adaptándose a la vida clandestina, entra por vez primera en combate en el otoño de 1977, recordando en una carta que envió por Navidad a sus antiguos feligreses las razones de aquel radical cambio de actitud:

“El hambre y sed de justicia del pueblo oprimido y humillado que yo he servido como sacerdote reclama, más que el consuelo de las palabras, el consuelo de la acción”. 

Lo recuerda Ernesto Cardenal tanto en el prólogo de la primera edición de este poemario titulado Cantos de amor y guerra publicado en 1979, como de esta segunda que se publica gracias al impulso, entusiasmo y generosidad de Carmen Rodríguez Suárez y la editorial Hoja de Lata.

En febrero de 1978 ya dirige Gaspar una columna en el Ejército Guerrillero del Sur, y aún tiene tiempo para escribir, sobre todo poemas en los que la muerte, como un final intuido, y tal vez deseado, reaparece como un destino inevitable al que no vuelve la cara.

En “Reflexión II” habla de los campesinos y la muerte, del Indio José Pérez, o de sí mismo:

¡Qué duro es morir
sin ver el triunfo!
Creo que lo mismo
sintió Cristo
y Camilo
y Che Guevara.

A Gaspar le mataron el 11 de diciembre de 1978, de dos disparos, el segundo a quemarropa; fue junto al río Mena, en una emboscada, cerca de la frontera de Costa Rica, y dos de sus poemas resultan premonitorios, como dice en el titulado “Cuando muera”.

Cuando ganemos la guerra,
no vengáis compungidos a mi tumba
con rosas y claveles rojos,
como mi sangre derramada.
Os juro que me levantaré
y os azotaré con ellos.
Solo admitiré violetas
como mi carne macerada,
como el dolor de mi madre,
como el hambre campesina
de mi América Latina.

Según cuentan algunos de sus amigos, la última vez que Gaspar estuvo en España ya se adivinaba su disposición al sacrificio total. En una reunión con curas que le eran cercanos, en la casa parroquial de La Felguera, en abril de 1977, les anuncia su compromiso guerrillero. Él deseaba fervientemente la derrota de la dictadura somozista, pero intuía cuál iba a ser su final y así lo dejó escrito en el poema titulado “Victoria”:

A morir, a morir,
guerrillero,
que para subir
al cielo,
hay que morir
primero.

Ernesto Cardenal, autor del prólogo de estos Cantos de amor y guerra, que además de sandinista es también poeta, cree que muchos poemas de Gaspar eran en realidad canciones, y tiene razón, pues son como estribillos breves en los que parece resonar una musicalidad muy cercana a la de otro poeta asturiano que también compartió amor y arraigo con la América central y el mar de las Antillas, Alfonso Camín.

Armonía

Canta alegre el carretero,
cantan alegres los ejes
y escuchan mudos los bueyes
el alegre cancionero.

Las ruedas giran sosiego
al compás de las tonadas
que acompasan las pisadas
de los bueyes en el suelo 

Pedro Casaldáliga, vinculado como es sabido a la Teología de la Liberación, que fue obispo en Brasil y defensor de los indígenas del Mato Grosso, escribió un poema dedicado a Gaspar en el que incluía estos versos:

Terratenientes eran
los que ahogaban a tus pobres,
los que ahogaban a mis gentes
(…)

Asturiano, justicia de minero,
bronco acantilado.

El siguiente poema lo escribió Casaldáliga en el año 2007, mucho antes de que Nicaragua entrase en la espiral de violencia en la que se encuentra actualmente. Y con un sentido premonitorio incontrolable, casi al final del poema, se pregunta:

Dime, Gaspar,
¿Qué harías
si volvieras? 

Indudablemente hay diversas formas de “dibujar” a Gaspar en nuestra mente porque disponemos de imágenes suyas en movimiento, de fotografías y dibujos que le retratan, pero sobre todo merece la pena fijarse en las personas que, tras conocerle, le reconocieron, haciéndole partícipe de sus vidas. Entre esas personas está la poetisa y novelista nicaragüense Gioconda Belli (2), ganadora del Premio Latinoamericano de Literatura con la novela El país de las mujeres, que en el epílogo de este libro le retrata con estas palabras: “Aquel torbellino de fe, energía y esperanza, que entraba y salía como un huracán, se nos fue demasiado pronto”.

Pues bien, de ese torbellino nacido en Les Roces, allá en lo alto del monte, a la entrada del valle de La Güeria (concejo de San Martín del Rey Aurelio); criado luego en el pueblo de Tuilla (Langreo), y muerto el 11 de diciembre de 1978, a los 37 años, en el municipio nicaragüense de Cárdenas, quedan huellas que son necesario preservar, y una de ellas, absolutamente recomendable, es esta edición de los Cantos de amor y guerra, que cuenta con una magnífica portada del ilustrador Alfonso Zapico, Premio Nacional del Cómic 2012, y autor de La Balada del Norte, uno de los más importantes éxitos editoriales de los últimos años.

 

(1) Cuando Gaspar García Laviana llegó a Nicaragua en noviembre de 1970, los Somoza habían impuesto jornadas laborales de más de 15 horas, los obreros recibían su salario en forma de bonos que solo podían ser canjeados en tiendas propiedad de las empresas que les daban trabajo, el desempleo era del 40% y el analfabetismo alcanzaba al 60%. La corrupción y el enriquecimiento de los allegados al dictador se hicieron notar muy especialmente cuando se supo que la ayuda internacional para socorrer a la población, tras el terremoto del 23 de diciembre de 1972 que asoló a ese país centroamericano, no había llegado nunca a sus destinatarios.

(2) Gioconda Belli ha pedido hace tan solo tres días (el 28 de  enero), al cantante Carlos Vives, quien había anunciado un próximo concierto en Managua, organizado por los amigos del Presidente Daniel Ortega, que lo anule, y no contribuya a una falsa normalidad a un gobierno autoritario, en medio de la durísima represión que sufren los nicaragüenses. El país centroamericano vive una crisis que enfrenta al Gobierno y al pueblo nicaragüense desde el mes de abril del pasado año que, según las organizaciones humanitarias, ha dejado más de medio millar de muertos, cerca de 800 detenidos, cientos de desaparecidos, miles de heridos y decenas de miles que han tenido que abandonar el país y exiliarse.

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Autor: Gaspar García Laviana. Título: Cantos de amor y guerra. Editorial: Hoja de Lata. Venta: Librerías La Buena Letra, 984 39 58 30. Paradiso, 985 34 18 80 y La Llocura, 984 49 26 29.

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