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Tras el rastro del tiempo

Tras el rastro del tiempo

El autor de La herida del tiempo, obra publicada por Siruela este mes de enero, cuenta a los lectores de Zenda qué es su novela y por qué caminos ha llegado hasta ella. Según Luis Mateo Díez, es “una gran fábula de herencia naturalista con un personaje extraordinario”.

Tras un primer tiempo entregado al periodismo, he dedicado treinta y cuatro años de mi vida profesional a la edición y la cultura del libro, con un sesgo manifiesto hacia la edición de libros de Historia en su sentido total, y una querencia de tradición humanística, animada por criterios de selección, rigor y belleza. Entre el periodismo y la edición, he publicado libros de ensayo historiográfico, viajero y cultural, pero no concretamente literarios, ni de creación, estudio o ensayo, hasta mi “novela” Valcarlos (Tabla Rasa, 2004), un libro nacido como documento de un fresco social de los años ochenta del siglo pasado, que devino en un diario narrativo de condición híbrida. Mi relación con la literatura, pues, en su sentido cabal, ha sido corta pero muy intensa, porque su incursión en ella fue para mí una sensación inimaginada, al descubrir en la experiencia creativa esa parte de misterio asombroso que entraña y que, tan brillantemente, explicó Stefan Zweig en su conferencia titulada “El misterio de la creación artística”.

"La novela o llega a su colmo en la perfección de su construcción y expresión, o pasará sin pena ni gloria a engrosar el gigantesco montón anodino de la literatura olvidada a lo largo del tiempo."

Desde mi adolescencia lectora, siempre pensé que la más atractiva de las literaturas estaba en los cuentos, esa forma extrema de condensación y expresión radical, exacta; ese arrebato de la historia constreñida que te golpea y arrastra como a un muñeco, una marioneta, un pelele. A medida que fui creciendo como lector, fui confirmando esa impresión, pero fue la primera lectura de El llano en llamas, de Juan Rulfo, y los cuentos y narraciones de Borges lo que me confirmó plenamente mis impresiones de aficionado literario. Este punto de partida está en la base de mi atracción e intento de escribir literatura, y en la decisión de probarme a mí mismo en género tan difícil que, al final, tuvo como resultado mis cuentos integrados en Cuando leas esta carta yo habré muerto (Siruela, 2009). En la primera parte de esos relatos, los pertenecientes al territorio de la memoria literaria denominada Hontanalta, pueblo y comarca de los llanos centrales de la Castilla norte, se esbozaba con claridad un mundo que subyacía a todos ellos y que, tras una atenta lectura, estaba pidiendo a gritos una estructura superior que lo exhumara, una novela.

Pero la novela, como género, por muy confuso que haya llegado a ser el término “novela”, si no se tiene el genio de la imaginación y fantasía portentosas, sólo dable a unos pocos, exige una arquitectura de construcción y orden que amparen el fluir de seres y mundos nuevos o su reconstrucción, con verosimilitud y belleza. Esa arquitectura, junto a la expresión ajustada del lenguaje, ha de ser capaz de llevar a los lectores la emoción inefable de la verdad literaria y su arrebato, mucho más perdurables e indelebles en la memoria que la propia realidad, aunque esta, en efecto, supere a menudo a la ficción. Es decir, la novela, o llega a su colmo en la perfección de su construcción y expresión, o pasará sin pena ni gloria a engrosar el gigantesco montón anodino de la literatura olvidada a lo largo del tiempo.

"Partí de la luz de mi infancia, ese recuerdo iluminado, imborrable, que suscita instantes encadenados y dan vida animada a un mundo ahormado por la memoria, que los años deforman y, muy a menudo, contaminan espuriamente."

Y, sin embargo, después darle muchas vueltas, yo no tenía otra opción que la novela para completar el mundo de mis cuentos. De modo que decidí volver a probarme a mí mismo, esta vez en un género que, como acabo de decir, me parece harto complicado, y no muy convencido del resultado final. Así que partí de la luz de mi infancia, ese recuerdo iluminado, imborrable, que suscita instantes encadenados y dan vida animada a un mundo ahormado por la memoria, que los años deforman y, muy a menudo, contaminan espuriamente, hasta degenerar en algo nuevo que nunca existió. Seguí el rastro del tiempo, el transcurso de su huella. Vi cómo a su paso todo se transforma o destruye. Pero también, cómo en sus entresijos se mantiene el eco del dolor, la impresión lacerante de la impostura y el estigma de su herida, que transporta con el paso de los años como una muesca seca, inane, hasta que la literatura la rescata. Esta La herida del tiempo es esa literatura.

Sinopsis de La herida del tiempo, de Agustín García Simón

El trazo que marca la vida de Heliodoro García Vallejo, en el territorio de la memoria de Hontanalta, es una línea de sombra en el natural contraste de su luz espléndida y la cruda realidad de la Castilla del siglo XX, desde sus primeros compases hasta el desarrollismo de los años sesenta y el definitivo periclitar de la sociedad rural en los setenta. Detrás del trampantojo secular de una vida rústica, estancada en las miasmas de la decadencia, surgen las pasiones descarnadas de unos seres ahormados por la inercia y la necesidad. Solo el tajo de la guerra sacudirá con su impacto rotundo las ondas de esta balsa cenagosa, en que sus moradores, lejos de encontrar nuevos caminos, mimetizarán su existencia, adaptándola penosamente a un tiempo oscuro e interminable.

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Autor: Agustín García Simón. Título: La herida del tiempo. Editorial: Siruela. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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