Ambientada en un remoto y tranquilo pueblo alpino, esta novela relata el escalofriante modo en que el nazismo se infiltró en la vida de los alemanes corrientes. Las autoras se han basado en material de archivo, cartas, entrevistas y memorias.
En Zenda adelantamos la introducción de Un pueblo en el Tercer Reich (Ático de los Libros), de Julia Boyd y Angelika Patel.
***
Introducción
En la tarde del 5 de marzo de 1933, los habitantes del pueblo bávaro de Oberstdorf se dirigieron a la plaza del mercado, ansiosos por escuchar lo que el alcalde tenía que decir sobre las elecciones federales celebradas ese mismo día. Junto a los habitantes de esta bonita localidad, con sus casas de madera y sus tabernas, había un gran número de visitantes del norte de Alemania, llega dos para practicar deportes de invierno. Los picos nevados de los alrededores, recortados contra un brillante cielo estrellado, aportaban una grandiosidad natural a la escena. Entre la multitud se palpaba una sensación expectante, mientras todos, abrigados contra el frío aire nocturno, esperaban el desarrollo de los acontecimientos. Sin duda, muchos de los presentes charlaban con sus amigos sobre el extraordinario espectáculo que habían presencia do la noche anterior, cuando, como preludio a las elecciones, se encendieron numerosas hogueras en las montañas. La más espectacular de todas fue la enorme esvástica formada por bengalas parpadeantes, que se divisó en lo alto del pico Himmelschrofen.
Poco después de las ocho, el débil retumbar de los tambores aumentó de intensidad cuando una unidad de tropas paramilitares entró en el mercado portando antorchas y gritando consignas del partido. Hacía tiempo que los aldeanos se habían acostumbrado a la presencia de estos ruidosos camisas pardas en sus calles, aunque no necesariamente la aprobaran. Sin embargo, aunque la parafernalia del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (‘Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán’, NSDAP o Partido Nazi) no era del gusto de todos, el mensaje y el estilo de liderazgo de Hitler habían captado la imaginación de suficientes electores, incluidos los esquiadores visitantes, como para que el 5 de marzo Oberstdorf votara más a los nazis que a cualquier otro partido.
La plaza del mercado, donde se habían reunido todos, se encontraba en el centro de este pueblo devotamente católico. Dominada por la iglesia de San Juan Bautista, cuya aguja se divisaba desde varios kilómetros a la redonda, era también el lugar donde los habitantes de Oberstdorf acudían a recordar a sus caídos en los monumentos conmemorativos de la guerra franco-prusiana (1870-1971) y de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), este último ubicado en una pequeña capilla junto a la iglesia. En el centro de la plaza había dos mástiles: uno con la bandera blanquinegra del antiguo Imperio alemán y el otro con una esvástica. La multitud enmudeció cuando una salva de artillería marcó el inicio oficial de la concentración. Entonces, un «forastero», prácticamente recién llegado a Oberstdorf, subió al estrado, para sorpresa de los habitantes del pueblo, quienes esperaban que hablara su alcalde. Para los que aún no lo sabían, pronto se hizo evidente que este hombre era el nuevo líder nacionalsocialista del pueblo. Su discurso fue breve, pero sus maneras autoritarias no dejaron lugar a dudas de que pretendía hacerse con el control de mucho más que el Partido Nazi local.
Más tarde, cuando la multitud se dispersó y volvieron al calor y la seguridad de sus hogares, incluso los aldeanos que habían votado a Hitler debieron de preguntarse qué les deparaba exacta mente el futuro.
***
La consolidación del poder de Hitler tras las elecciones del 5 de marzo tendría consecuencias que cambiarían el mundo para siempre. La muerte y la destrucción, la miseria, el horror que padecieron tantos millones de personas durante los doce años del Tercer Reich fueron de tal magnitud que resulta imposible asimilar por completo el alcance del sufrimiento mundial. El presente libro cuenta esa historia desde la perspectiva de un pueblo del sur de Alemania.
Oberstdorf se encuentra en Suabia (parte de Baviera), en una región denominada Algovia, reconocida desde hace tiempo por la belleza de sus montañas y la dureza de sus gentes. Su posición geográfica lo define de manera única como el pueblo más meridional de Alemania. Una vez allí, el viajero ha llegado literalmente al final de la carretera, pues hacia el sur solo hay senderos a través de las montañas. Por ello, a diferencia de sus vecinos alpinos como Bad Tölz, Garmisch-Partenkirchen o Bad Reichenhall, Oberstdorf nunca disfrutó de las ventajas de encontrarse en una ruta comercial; no poseía, como Berchtesgaden, extensas minas de sal, ni desarrolló ninguna artesanía o industria especializada, como hizo el famoso pueblo de Mittenwald, dedicado a la fabricación de violines. Antes de la llegada del turismo a finales del siglo XIX, sobrevivía principalmente de la agricultura de subsistencia, la producción de queso y pequeños yacimientos de mineral de hierro. El pueblo siempre se ha preocupado sobremanera por su historia y, por ello, posee un archivo muy bien conservado. Contiene una gran cantidad de detalles sobre casi todos los aspectos de la vida del pueblo durante el régimen nazi, datos que en el anhelo de la posguerra por olvidar todo lo relacionado con el Tercer Reich podrían haberse «perdido» o abandonado fácilmente. Otras fuentes importantes son los periódicos locales, memorias inéditas y entrevistas concedidas por los propios aldeanos. Esta obra también se ha enriquecido con diarios y cartas de colecciones privadas y documentos conservados en diversos archivos nacionales, esta tales y eclesiásticos. Gracias a todas estas fuentes, se ha podido crear un retrato extraordinariamente íntimo de Oberstdorf durante el trascendental período comprendido entre el final de la Primera Guerra Mundial en 1918 y la concesión de plenos derechos de soberanía a la República Federal de Alemania en 1955.
Por supuesto, la situación de Oberstdorf durante el Tercer Reich no es representativa de toda Alemania: la respuesta de cada ciudad o pueblo fue única. No obstante, al seguir de cerca a estas personas mientras se enfrentaban a los retos cotidianos de la vida bajo el nazismo, podemos hacernos una idea fundada de cómo los alemanes de a pie apoyaron, se adaptaron y sobrevivieron a un régimen que, después de prometerles tanto, al final solo les proporcionó angustia y devastación.
Nos encontraremos con silvicultores, sacerdotes, granjeros y monjas; posaderos, funcionarios nazis, veteranos y miembros del partido; concejales de pueblo, montañeros, socialistas, esclavos, colegiales, judíos, empresarios, turistas y aristócratas. También conoceremos a un niño ciego condenado a morir en una cámara de gas porque llevaba «una vida indigna de ser vivida». Y, por supuesto, no faltarán los soldados, muchos de ellos deseosos de luchar por una dictadura que les había lavado el cerebro para que nunca la cuestionasen, mientras que otros se opusieron a la guerra desde el principio. Toda la vida está aquí condensada: la brutalidad y el amor; el valor y la debilidad; la acción, la apatía y la pena; la esperanza, el dolor, la alegría y la desesperación; en otras palabras, los matices de gris que componen la vida real tal y como la conocemos, y no una historia de trazo gordo con buenos y malos. A medida que vayamos conociendo mejor a los aldeanos, no nos sorprenderá saber que su respuesta a estos acontecimientos cataclísmicos estuvo impulsada tanto por preocupaciones prácticas cotidianas, el instinto de salvaguardar a sus familias y sus lealtades y enemistades personales, como por las grandes cuestiones políticas y sociales de la época. La historia de Oberstdorf también pone de manifiesto que las estadísticas, por abrumadoras que sean, no pueden atenuar el impacto de todas y cada una de las tragedias individuales.
El relato de este pueblo comienza al final de la Primera Guerra Mundial, cuando los alemanes intentaban recuperarse de una derrota tan traumática como para hacer tambalear los cimientos mismos de su mundo. A pesar de la miseria provocada por el Tratado de Versalles y la locura de la hiperinflación, Oberstdorf se había transformado a finales de los años veinte en un floreciente destino vacacional. Pero incluso con la constante afluencia de gentes del norte que traían consigo nuevas ideas y una visión del mundo distinta, las raíces rurales y los valores tradicionales del pueblo seguían siendo el núcleo de su identidad.
Centrado en la recuperación económica, Oberstdorf ignoró al principio el ruido generado por Hitler y su nuevo partido en Múnich, a ciento sesenta kilómetros de distancia. Cuando en 1927 un cartero intentó establecer una rama del NSDAP en la comunidad firmemente católica del pueblo, aquello fue, como se quejó más tarde a Joseph Goebbels, una lucha cuesta arriba. Pero, en sintonía con muchos de sus compatriotas, los habitantes del pueblo estaban exasperados con el caos político de la República de Weimar y anhelaban un gobierno fuerte. En 1930, quedó claro que habían cambiado de opinión sobre el nacionalsocialismo cuando en las elecciones federales de septiembre muchos de ellos votaron a Hitler por encima de cualquier otro candidato.
Sin embargo, cuando la realidad del régimen nazi golpeó el pueblo dos años y medio después, el impacto fue tremendo. El nacionalsocialismo, descubrieron todos, no era solo un sistema de gobierno, sino que pretendía controlar todos los aspectos de sus vidas y remodelar sus tradiciones centenarias a imagen y semejanza de los nazis. Así, aunque los aldeanos se mantuvieron firmes en su lealtad a Hitler, no recibieron de buen grado a su primer alcalde nazi, quien los despojó sin piedad de toda autonomía sobre sus propios asuntos. Incluso aquellos que apoyaban de forma activa el nacionalsocialismo se vieron obligados a asumir ciertos ajustes indeseados. Al mismo tiempo, se hizo terriblemente evidente que cualquiera que se saliera de la línea o criticara al régimen se arriesgaba a una «custodia protectora» en el recién creado campo de prisioneros políticos de Dachau. A medida que pasaban los meses, algunos aldeanos encontraban cada vez más inquietantes los métodos nazis, pero otros, desestimando los rumores más desagradables como propaganda extranjera, siguieron fieles al régimen en las duras y en las maduras.
__________________________
Autoras: Julia Boyd y Angelika Patel. Título: Un pueblo en el Tercer Reich. Traducción: Claudia Casanova. Editorial: Ático de los Libros. Venta: Todostuslibros



Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: