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Una clase de escritura, de Javier Hernando

Una clase de escritura, de Javier Hernando

Javier Hernando Herráez es un poeta y dramaturgo nacido en Ávila en 1986. Ha publicado varios libros de poemas, como Todos los animales muertos en la carretera (Premio de Poesía Joven RNE, Pre-Textos, 2016). Escribe y hace teatro con la compañía Los Bárbaros, de la que La uÑa RoTa publicará un volumen con cinco de sus textos bajo el título Permiso de extranjería. Presentamos un poema y una reseña de Miguel Rojo de su último libro, Una clase de escritura, publicado también por esta última editorial.

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EL NIÑO, LAS PALABRAS Y EL MUNDO. Algunas ideas sobre Una clase de escritura, de Javier Hernando Herráez

El niño aprende las palabras y se acerca un poco al mundo. Eso es una mesa y al decir la palabra mesa se acerca a las cosas y las abraza. Poco tiempo después el niño comprende que al aprender las palabras también se aleja un poco del mundo. Antes, sin palabras, él era uno con todo, estaba en el mundo y el mundo en él. Ahora el niño no es la mesa y así, poco a poco, comprende que es un individuo, que es también en sí mismo, solo. Más adelante el niño vuelve a comprender que las palabras le acercan al mundo, relata una tarde que pasó en la mesa merendando con su abuela y esa descripción le acerca a poder decir algo intangible como la felicidad, una concepción profunda del mundo. Por último, el niño comprende una última vez que las palabras le alejan del mundo, se sube a la mesa que ahora es una isla, rodeada de un mar repleto de tiburones. El niño está en otro sitio. En Una clase de escritura, Javier Hernando Herráez se ejercita en ese acercarse y alejarse del mundo, en esa tensión. ¿Puede uno aproximarse a las cosas lo suficiente como para fundirse con ellas? ¿Puede uno mirar las cosas de tal manera que dejen de ser lo que son para ser otras? ¿puede uno usar las palabras para recorrer esa arista, achicar los espacios, desplazarse de plano?

Esta es la imagen a la que he llegado tras leer el libro de Javier Hernando Herráez. La imagen que quería compartir con vosotras. Ese niño acercándose y alejándose al mundo, a las cosas del mundo. Acercándose tanto como para poder fundirse con las cosas. Alejándose tanto como para poder estar en otro lugar. De pronto, la imagen del niño me parece acertada, pues es un yo en formación. Un yo con la capacidad del asombro, o mejor, con la necesidad del asombro. Un yo entre dos mundos, el del paisaje y el del sentido. Un yo que balbucea, que encuentra a un dios en las pequeñas cosas porque las pequeñas cosas contienen la posibilidad del milagro, porque son pequeñas cosas grandes. Un yo que todavía puede ejercer disidencias porque a su mirada, aún, no le han dado forma.

La mirada de un niño. Su posibilidad de darle al mundo una mirada nueva sabiendo que es el mundo el que le entrega esa mirada, porque no tiene una sola, porque es ahí, en la mirada, en las conexiones, los encuentros, el espacio entre las cosas, que ocurre lo verdaderamente interesante. Un poemario sobre un gesto: la posibilidad de mirar las cosas (mirarlas de verdad, de la única forma que uno puede mirarlas: dejándose mirar) y que a la luz de esa mirada el mundo pueda ser al mismo tiempo asombro y posibilidad.

El niño mira la mesa y tras la mesa hay un mago. El mago tapa la mesa con un pañuelo y al alzar el pañuelo sobre la mesa hay un conejo. Magia. Pero detengamos la imagen en un momento exacto. Justo antes de que el mago levante el pañuelo. En ese instante, con el pañuelo algo levantado por la tracción del gesto del mago pero aún sin desvelar lo que hay debajo. En ese instante cualquier cosa puede estar bajo el pañuelo. Un conejo, una paloma, un niño emocionado, un tigre, un elefante, una ballena. Incluso puede que haya sólo una mesa. Realmente no importa lo que haya bajo el pañuelo y al mismo tiempo es fundamental. El pañuelo del mago sobre la mesa son las palabras sobre el mundo. Es el pañuelo el que nos permite imaginar bajo él una posibilidad. Del mismo modo, son las palabras posadas sobre las cosas que permiten que bajo ellas pueda existir un torbellino ignoto, una suerte desbocada, algo parecido a estos poemas. El niño dice: ¡oh!

***

Imagina
un idioma de cosas
y no de palabras,
en el que para nombrar
una flor
haya que tener la flor
entre las manos,
donde cada flor
que se nombra
es una palabra nueva
e irrepetible,
porque esa flor es la palabra
y no hay otra,
igual que la botella
que se llena de agua
hasta la mitad
para colocar la flor
es esa y no es otra,
un idioma
que haga de las circunstancias
la clave de su sentido,
que calla mucho,
de palabras únicas,
donde participa el tacto
y su diccionario
es un almacén
que se llama mundo
y las definiciones
son innecesarias
pues cada palabra
se ve,
se toca,
se puede probar,
solo podría nombrarse
lo que estuviera
a nuestro alcance,
los poetas serían inventores
y, en vez de bibliotecas,
algunos vivirían
en talleres de escultura
y los lingüistas
sabrían de química
y de geología
mucho más de lo que saben ahora,
imagina entonces,
en ese mundo,
que alguien
saltándose las normas
del idioma
dice una palabra teniendo
las manos vacías,
dice, por ejemplo
belleza,
y todo lo que le rodea,
se hace bello
en un momento,
una belleza de manos vacías,
diferente a cuando
vuelva a nombrarse,
que entra la luz
y te fijas cómo la luz entra
y en lo que la luz
hace con las cosas,
imagina
esta vez
que yo dijese lectora,
haciendo
un cuenco
con las manos
y, de algún modo,
aparecieses
entre las cosas del cuarto
ocupando algo más
que una idea
tantas veces repetida,
de ese idioma
me gustaría
que estuviese hecha
esta clase de escritura

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Autor: Javier Hernando Herráez. Título: Una clase de escritura. Editorial: La uÑa RoTa. Venta: Todos tus libros.

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Hernán Urón Quintero
Hernán Urón Quintero
1 mes hace

De ese deseo último de la clase de escritura, está hecho el Universo y así,lo relata la Biblia;y,no se queda atrás, el pensamiento,los pensamientos son cosas (no lo digo yo, alguien lo ha dicho ya),de suerte que,basta mirar todo lo hecho por las diversas civilizaciones.
Creo que todo pasó primero por el pensamiento,se convirtió en palabra, y terminó en elemento concreto, llámese como se llame.

Amapola
Amapola
1 mes hace

Muy interesante ,gracias