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Una historia de terror

All that she wants is another baby
She’s gone tomorrow boy

Ace of base, ‘All that she wants’, 1992. Una letra que no dice nada, que golpea fuerte al idioma en el que está escrita, pero que se pega como una lapa a una melodía que se coló en nuestras cabezas hace 25 años.

He pasado miedo, es más, sigo teniendo pesadillas. Ya las había tenido, incluso despierto, con algunas de las melodías que aparecen en La fábrica de canciones, de John Seabrook (Reservoir Books, 2017). El libro cuenta básicamente la historia de un grupo de suecos que acaba dominando el mercado musical mundial a través de melodías prefabricadas. Encuentran la fórmula para producir en serie números uno haciendo creer a los demás que los verdaderos protagonistas son unos artistas que tan sólo se dejan llevar por el éxito garantizado que ofrece la fábrica.

Su triunfo en las listas de éxitos de todo el mundo es tan bestial que crean escuela y, al final, consiguen dominar los gustos musicales de medio planeta con su modo de trabajar robotizado. En la cadena de montaje alguien pone un ritmo, otro tararea lo que llaman «el gancho», un tercero hace los estribillos, un cuarto las estrofas, un quinto escribe las letras, un sexto las retoca, etc. Al final un cantante pone la cara y unos cuantos ejecutivos cuentan billetes.

Lo malo de esta historia es que es real. John Seabrook hace ensayos, no novelas. Los suecos se llaman Denniz Pop, que fue quien empezó todo en los estudios Cheiron de Estocolmo, y Max Martin, el discípulo que lleva 25 años generando las melodías que nos taladran el cerebro cada vez que sintonizamos una radiofórmula. Los artistas sí que os sonarán, incluso en exceso. La máquina de componer nórdica empezó en su tierra natal con Ace of Base, pero la expansión global llegó con New Kids on the Block, Backstreets Boys, N’Sync, Britney Spears, Céline Dion, Bryan Adams, Bon Jovi (sí, It’s my life no es cosa del bueno de Jon), Avril Lavigne, Kelly Clarkson, Christina Aguilera, Taylor Swift, Justin Bieber, Pink, Adele, Ariana Grande, Demi Lovato, Selena Gómez, Justin Timberlake y un larguísimo e insoportable etcétera.

El impacto de estos señores en la industria musical fue de tal calibre que ya hay cientos de fábricas similares desplegadas por todo el mundo, es imposible poner la radio y que no suene una melodía prefabricada, son como los muebles de Ikea, se cuelan en todas partes. Gracias a la experiencia acumulada, estas factorías saben qué espera tu cerebro de la próxima frase, qué ritmo necesitas, qué estilo está de capa caída y cuál le sustituirá. Saben que si se anticipan a tus expectativas colarán un nuevo estribillo en tu vida.

Así es, queridos amigos, cómo la industria musical ha sobrevivido a los cambios tecnológicos, haciendo melodías de un modo robótico con las que gente de todo el mundo llora, ríe, baila, canta, se despierta, se casa, se acuesta o despide a sus seres queridos en un funeral. La creación procede ya de un algoritmo, es un hecho, aunque todavía resistamos un grupo de absolutos pringados dispuestos a escribir canciones y grabar discos imperfectos tocados por seres humanos.

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