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Una película sobre mi novela y no me gustó más el libro

Una película sobre mi novela y no me gustó más el libro

A mediados del mes de junio de 2015, mi novela El silencio del pantano velaba armas, ya que en aquel septiembre llegaría a las librerías. Lo hizo de la mano de Ediciones B, gracias a la confianza que Carmen Romero, mi editora, puso en este escribidor. Era mi primera incursión en el terreno de la ficción tras haber publicado un librito de viajes sobre Suecia (En Ítaca hace frío, Editorial Xplora) y dos décadas escribiendo en periódicos, radio y televisión. Aquel verano lo afrontaba con una comprensible sobredosis de ilusión, ya que cualquiera que haya probado suerte en el proceloso mundo de la Literatura sabe que, en España, es más fácil escribir una novela que publicarla. Con todo, mi caso no fue de los frustrantes, pues no coseché una pila de rechazos o silencios por parte de las editoriales, como suele ser habitual en un autor novel, salvo si se sale en la tele, se tiene un canal de YouTube (propio o en gananciales) o unos cuantos miles de seguidores en cualquier red social por la razón que sea y para vender lo que sea. Yo no tenía —ni tengo— nada de eso. Mi patrimonio era una historia sobre la maldad humana más oscura contada bajo el cielo brillante del Mediterráneo, fruto a su vez de un año y pico de trabajo y la humilde ambición de verla en las estanterías de una librería en unos meses. Y por poco que parezca, en aquel momento, con lo conseguido ya me sentía plenamente satisfecho.

"La lista de cosas que pueden salir mal es tan larga y variada que llegué a la conclusión de que, en España, cada ficción audiovisual que llega a ser una realidad es un milagro"

En Valencia —donde vivo— las mañanas de junio son especialmente bonitas. La luz mediterránea lo pinta todo de dorado y el sol aún no hace arder el aire con la ferocidad con la que lo hará apenas un par de semanas después. Un servidor de ustedes salía de un organismo oficial donde había acudido a realizar una gestión cuando sonó el teléfono. Era Carmen Romero que, presa de la emoción, me comunicaba que el director de Zeta Audiovisual, Francisco Ramos, había leído uno de los ejemplares no venales que por entonces se empezaban a distribuir. “Quiere hacer una película de tu novela —me dijo—, porque le ha encantado la historia”. Cinco años después de aquella llamada, su mero recuerdo aún consigue dibujarme en la cara cierta sonrisa bobalicona, la misma que mantuve durante casi una hora paseando por el jardín del viejo cauce del Turia para asimilar la noticia. Y creo que aún hoy no la he asimilado del todo.

En septiembre, como estaba previsto, la novela llegó a las librerías. La crítica la recibió muy bien y no le fue nada mal en ventas. A mediados de noviembre, en un restaurante cerca de la calle Bailén de Madrid, nos vimos las caras por primera vez el que iba a ser —y ha sido— el director de la película, Marc Vigil, y el guionista, Carlos de Pando, a cuya tarea se incorporó después Sara Antuña. La comida se prolongó más de seis horas, y fuimos cambiando de mesa y mantel conforme nos iban cerrando los bares. Aquella gélida tarde madrileña la cuento entre los privilegios que la vida me ha brindado, pues la conversación entre tres tipos barbudos que hablaban de Literatura, Cine, Cómic, Arte, Música y un sinfín de cosas más destilaba la magia de lo que está empezando y que combina la fragilidad aparente del minúsculo brote que es apenas una brizna verde en medio de un yermo con el interior potencial de convertirse en un árbol gigantesco.

El director, Marc Vigil, prueba un encuadre mientras al fondo a la derecha, el autor de la novela, Juanjo Braulio espera su turno para participar en una pequeña escena. FOTO DE SAM L. ESPERANZA.

Después pasó el tiempo. Quizá demasiado. Si publicar una novela es más difícil que escribirla, rodar una película —o «levantarla», por usar el mismo término que la gente del cine— es una tarea que haría dudar de la eficacia de sus trucos y recursos al mismísimo Diablo. La lista de cosas que pueden salir mal es tan larga y variada que llegué a la conclusión de que, en España, cada ficción audiovisual que llega a ser una realidad es un milagro que se produce gracias a que los profesionales del sector van tan sobrados de ganas y talento como escasos de apoyo financiero, institucional y social. Quizá para los dos primeros problemas la solución podría ser factible. Para el último —lo mismo pasa con la Literatura, no se crean— ya no lo tengo tan claro. Pero eso es otra historia y otro jardín en el que no quiero meterme. Por ahora.

"Ya no era Nacho Fresneda, sino el temible Falconetti que cinco años antes sólo existía en mi cabeza"

Otra tarde de noviembre, pero cuatro años después y en Valencia, Marc daba por primera vez la orden para que la fábrica de sueños se pusiera en marcha. “Acción”, exclamó. Entonces, Nacho Fresneda, aterradoramente irreconocible con veinte kilos más, una espantosa cicatriz en la mejilla derecha y voz rota de tabaco y carajillos, se movía en la penumbra de un taller de reparación de coches. Y ya no era Nacho Fresneda, sino el temible Falconetti —uno de los protagonistas de la novela— que cinco años antes sólo existía en mi cabeza y ahora caminaba en la penumbra de un taller del barrio del Cabañal, respiraba y hablaba con otros personajes. En suma, era verdad cinematográfica, quizá la única verdad verdadera que nos queda. Después, a lo largo de dos meses de rodaje, conocí al resto del elenco. A Pedro Alonso (el diabólico Q); a Carmina Barrios, mi arrolladora Puri; a Zaira Romero su nieta; a Javier Godino, Mayte Sandoval, Thimbo Samb o José Ángel Egido. Y fue un privilegio que Marc Vigil y Ester Velasco  —la directora de producción— me hicieran sentir como uno más pese a que siempre tuve la sensación de estar molestando el trabajo de grandes profesionales como Sergio Francisco, Falele Ygueravide, Rocío Pastor, Eli Adánez, Jesús García, Sam L. Esperanza, Álvaro Sánchez, Majo García, Paula Salañer, Pere Capotillo, Patti Vera, Carlos Ramírez, Adrián Such, Isaac Vila, la encantadora Dolo o la compositora Zeltia Montes, así como el resto del equipo que, literalmente, hicieron la película. Y después también recibí el cariño de Miriam Rodríguez y Patricia Echevarría. Todos ellos saben de mi gratitud por el trabajo que realizaron, pero creo que debo volver a agradecérselo aquí de nuevo. Y todas las veces que me lo pregunten.

Hoy hace exactamente quince días se apagaron las luces de una sala de cine repleta para el preestreno, y supe que El silencio del pantano tenía en mí a su espectador más especial. Probablemente, el único. Nadie podía sentir lo que yo sentí porque, si hace cuatro años asumí que la novela había dejado de ser mía para convertirse en una posesión intelectual de los miles de lectores de dos continentes que la quisieron leer, la historia se convertía ahora en un patrimonio mucho más universal. Y es ahora cuando, creo, debo contestar la pregunta de si me gustó: Sí. Me gustó. Mucho.

Nacho Fresneda caracterizado como el temible Falconetti en un momento del rodaje en el barrio del Cabañal de Valencia. FOTO DE SAM L. ESPERANZA.

Carlos de Pando y Sara Antuña —los guionistas— afrontaron un reto monumental, porque la novela no era fácil de adaptar al lenguaje audiovisual. De hecho, honestamente, pensé que era imposible. La narración escrita es una fábula perversa con dos niveles: una historia dentro de otra historia donde emborroné a propósito los límites de una y otra para que la ficción y la realidad se mezclaran de tal manera que obligara al lector a un compromiso con la obra que exigía su implicación. Valga como anécdota las dificultades de Carlos y Sara para construir un papel protagonista de un personaje que en la novela no tiene descripción física, ni siquiera nombre (el demoníaco Q que interpreta Pedro Alonso) y que, en el libro, para más inri, sólo habla con tres personas, pues sus aportaciones a la trama son a través de monólogos interiores. Sin embargo, lo consiguieron. Y con nota.

"El silencio del pantano de Marc Vigil es también el fruto de una conversación que no tenía ni podía ser ni un monólogo ni una repetición"

Como es evidente, ha habido cambios, muchos, de la novela a la película. Y los aplaudo todos, porque entiendo la cultura y el arte como una conversación donde los creadores hablan entre sí y la audiencia recibe algo que es mejor que si fuera una sucesión de monólogos. Si no fuera de este modo, no se habría pintado nada más que los bisontes de las cuevas de Altamira, ni se habría escrito otra cosa que no fuera La Ilíada ni se hubieran compuesto más canciones que las del canto gregoriano ni se habrían hecho más películas que El acorazado Potemkin. Para escribir El silencio del pantano, el autor de estas líneas hablaba con Patricia Highsmith, Rafael Chirbes, Vicente Blasco Ibáñez, José Manuel Casañ, Alan Moore y, probablemente, con docenas de creadores de cuya influencia ni yo mismo soy consciente. Y El silencio del pantano de Marc Vigil es también el fruto de una conversación —primero conmigo y antes con muchos otros— que no tenía ni podía ser ni un monólogo ni una repetición, porque ni de uno ni de la otra se puede sacar nada positivo; es del intercambio de ideas, pareceres y sensibilidades de donde se extraen nuevas formas artísticas, nuevas miradas que fusionan elementos existentes para alumbrar otras creaciones.

Marc Vigil (director), Carlos de Pando (guionista) y Juanjo Braulio (novelista) juntos en Gestalgar en mayo de 2016.

El autor de la novela junto a Carmina Barrios, la actriz que interpreta a la poderosa Puri, jefa de un clan de narcotraficantes.

Nacho Fresneda, Juanjo Braulio, Marc Vigil y Pedro Alonso momentos antes del preestreno de El silencio del pantano en Valencia.

Marc, Carlos, Sara, Nacho, Pedro, Carmina y todo el equipo de Zeta Cinema han hecho una cosa nueva que tiene valor por sí misma, que no debe ser comparada y que, por la parte que me toca, mantiene la esencia de la historia que plasmé en la novela y la enriquece hasta hacerla singular y aterradoramente bella, porque gracias a su visión y su aportación artística y técnica, es otro producto cultural cuya evaluación y juicio —de igual modo que hago con mis novelas— corresponde al público.

El silencio del pantano, de Marc Vigil, inspirada en la novela de Juanjo Braulio, llega este primer día del año 2020 a todos los cines. Serán inevitables las comparaciones entre novela y película, excepto para nosotros dos y, en especial, para quien firma estas líneas. Y no. No me gustó más el libro, porque no tiene por qué gustarme más, de la misma forma que cuando tengo una conversación agradable (como las muchas que tuve con Marc durante ese tiempo) no me gusta más lo que yo he dicho respecto a lo que ha dicho otro, sino que toda la charla es enriquecedora en su conjunto. Así pues, vean la película y lean la novela, o al revés —o hagan solo una de las dos cosas si así les place—, y disfruten de cada cosa en su esencia, con su lenguaje y sus méritos. En definitiva, únanse a nosotros en la conversación.

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