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Una tormenta nocturna en alta mar, de José María Blanco White

Una tormenta nocturna en alta mar, de José María Blanco White

Fue un escritor, teólogo, periodista, crítico literario, conocido por sus poemas y por ser un sacerdote convertido al protestantismo. A continuación reproduzco Una tormenta nocturna en alta mar, de José María Blanco White, poema en la que se muestra su vena más romántica.

Una tormenta nocturna en alta mar

¡Gran dios, gran Dios, qué miro!
El sol se sumergió, y el negro velo
desarrolló la noche sobre el cielo;
mas con plácido giro
una hueste de estrellas se derrama
por la ancha faz del alto firmamento.
¡Cual reverbera la gloriosa llama
del gran Señor del día!
Cual, rayos no prestados
por las regiones del espacio envía.
¡Oh Dios, y qué soy yo! Punto invisible
entre tanta grandeza:
aquí sentado sobre un mar terrible,
tiemblo al ver su fiereza.
No ha mucho, oh mar, que te miré halagüeño
con bonancible y plácido reposo,
bullendo en risa amable,
juguetear con este enorme leño.
¡Traidor, oh, quien juzgara
que tu favor no fuese más estable!
¿Por qué mudas color? ¿Por qué oscureces
el espejo grandioso en que miraba
el estrellado cielo su hermosura?
¡Tan presto, ay de mí, acaba
de un plácido entusiasmo la dulzura!
Enbebecido ¡oh Dios! cuando contemplo,
en religiosa calma,
ésta tu habitación, tu eterno templo,
a tu trono inmortal vuela mi alma.
¡Oh, si del bien supremo
pudiese aquí mirar la no turbada
imagen, y gozarme en su belleza!
Mas de uno al otro extremo
del planeta inferior en que resido,
el mal hace su nido,
y por él agitada
la gran naturaleza,
parece apetecer su antigua nada.
¡Oh, cómo gime el viento!
Con lúgubre concierto agudas voces
parecen lamentarse entre las velas,
y estremecer sus telas
con perpetuo temblor, aunque veloces
a escapar se apresuran.
¡Oh, cuán mal aseguran
los marineros sus desnudas plantas!
al cielo te levantas
y bajas al abismo, oh frágil nave,
cual leve pluma, o cual peñasco grave.
¿Por qué no busco asilo
en el estrecho y congojoso seno
del cerrado navío?…
No; rompa aquí, si quiere el débil hilo
de mi vida la suerte:
no me arrendra la muerte,
mas si viniere, ¡oh Dios!, en ti confío.
¿Por qué temer? ¿No estás en la tormenta
lo mismo que en la calma más tranquila?
La nube, que destila
aljófar, en presencia de la aurora,
¿no es tuya, como aquesta que amedrenta
con su espesor mi nave voladora?
¿Y qué es morir? Volver al quiero seno
de la madre común de ti amparado;
o bien me abisme en el profundo cieno
de este mar alterado;
o yazga bajo el césped y sus flores,
donde en la primavera
cantan las avecillas sus amores.
¡Oh traidores recuerdos que desecho,
de paz, de amor, de maternal ternura,
no interrumpáis la cura
que el infortunio comenzó en mi pecho!
Imagen de la amada madre mía,
retírate de aquí, no me derritas
el corazón que he menester de acero,
en el amargo día
de angustia y pena, que azorado espero.
¡Tú, imagen de mi padre, que me irritas
a contender con el furor del hado,
consérvate a mi lado!
Que aunque monstruo voraz el mar profundo
me sepultare en su interior inmundo,
contigo el alma volará hacia el cielo,
libre y exenta de este mortal velo.

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