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Viaje literario a la casa de Don Lope

Viaje literario a la casa de Don Lope

Los primeros académicos de la Española eran laboriosos como abejas. Habían construido el gran Diccionario de la Lengua Española, publicado la Ortografía, bosquejado y editado un importante modelo de Gramática, y no contentos con eso, habían reeditado con dignidad, belleza e imágenes (sin escatimar en ningún tipo de lujo), la obra cumbre de la literatura española: Don Quijote de la Mancha.

Pero la Corporación había llegado orgullosa y exhausta a la segunda mitad del siglo XIX con una espinita: les faltaba honrar debidamente al otro genio del Siglo de Oro: Lope de Vega.

"Un entusiasmo lopista impulsado por Marcelino Menéndez Pelayo flotaba en el aire de los plenos"

Un entusiasmo lopista impulsado por el director de ese momento, Marcelino Menéndez Pelayo, flotaba en el aire de los plenos y como era tradición, los académicos se pusieron manos a la obra ideando un proyecto literario casi tan importante como el cervantino del siglo anterior: editar nuevamente la enorme obra teatral del Fénix de los Ingenios.

El resultado fueron quince tomos prologados por diferentes académicos reservando para el tomo primero, impreso en 1890, la Nueva biografía de Lope de Vega, del académico Cayetano Alberto de la Barrera, una obra que vino a cambiar completamente la visión que hasta entonces se tenía de la novelesca vida del prolífico escritor.

Esta biografía más las doscientas cincuenta y ocho comedias recuperadas tuvieron el privilegio de poder descansar en los estantes de la casa donde dos siglos antes el mismísimo Lope de Vega  las había concebido.

Con anterioridad al inicio de este ingente proyecto editorial, el escritor y académico Ramón de Mesonero Romanos se hallaba inmerso en un trabajo que encajaba muy bien con sus anhelos como autor: por una parte, su amor castizo por la historia de Madrid y sus honorables vecinos, y por otra su interés por colaborar en los trabajos lopistas que se venían realizando en la institución debido a que en 1862 se conmemoraba el tercer centenario del nacimiento del Lope.

"Gracias a este estudio de Mesonero Romanos, se conoció en profundidad la historia de la casa de Lope de Vega "

Gracias a este estudio de Mesonero Romanos, se conoció en profundidad la historia de la casa de Lope de Vega situada en la vieja Calle de Francos (hoy Calle de Cervantes) tan querida por el autor, donde pasó sus últimos veinticinco años de vida escribiendo, amando, llorando a sus muertos, cuidando de las flores de su jardín, rezando y finalmente despidiéndose del mundo antes de ser enterrado en la cercana iglesia de San Sebastián.

Así supimos que ya existía el edificio en 1578 y que perteneció a Inés de Mendoza, viuda de un vecino de Segovia, matrimonio que, casi con seguridad, la construyó. La casa fue cambiando de manos y vida, y un buen día un mercader de lanas, Juan Ambrosio de Lena, se la vendió a Lope de Vega en septiembre de 1610 por la nada desdeñable cantidad de nueve mil reales. Tanto la descripción de la casa como el precio revelan una vivienda de cierto nivel, a pesar de que Lope la describiese como “modesta casilla”.

"Improvisaron un jardincillo con los aires de aquel lopesco jardín más breve que cometa"

La casa perteneció a la familia de Lope, pero su nieto Luis Antonio, hijo de Feliciana (nacida allí en 1613) tuvo finalmente que venderla. Con el paso de los siglos y los nuevos dueños, se fue perdiendo la memoria de la sombra de Lope entre aquellas paredes hasta el citado año de 1867, en el que el afán detectivesco de Mesonero Romanos le llevó a contactar con los dueños de entonces, la familia de Morelle, que ante la propuesta de celebrar un acto académico de carácter especial dentro de la casa se mostró muy colaboradora, tanto que incluso accedió a tirar algunos tabiques  para conseguir una sala de ciertas dimensiones donde celebrar el encuentro de los miembros de la Academia en sesión extraordinaria.

La Corporación encargó una lápida con el busto del poeta al prestigioso escultor Ponziano Ponzano que fue colocado en la fachada y solicitó a la Biblioteca Nacional un retrato de Lope para que presidiera la reunión. No escatimaron en detalles, y sabiendo  que el escritor amaba su huerto y su patio casi con devoción, improvisaron un jardincillo con los aires de aquel lopesco “jardín más breve que cometa”.

Aquel acto era el principio del claro deseo de adquirir la casa para convertirla en un museo vivo de la memoria del gran genio barroco. Aquel deseo se cumplió en 1929, cuando la última propietaria, doña Antonia García de Cabrejo, anticuaria y especialista en encajes, moría dejando en testamento la voluntad de que sus bienes pasasen a formar parte de una fundación dedicada a enseñar el arte del encaje a las niñas huérfanas. Su albacea contactó con los académicos logrando para la institución el Patronato de la nueva Fundación.

"Aprovechando de paso para insultar a Cervantes en el prólogo del libro, llamándolo manco y viejo"

Así, la RAE, como nueva dueña de la casa de Lope, se comprometía a restaurar adecuadamente el edificio destinándolo a la recuperación de la memoria de su antiguo propietario. Con una esperanzada mirada al futuro los académicos planearon tenerlo todo terminado en 1935, año del tercer centenario de la muerte del Fénix.

Fueron tres los arquitectos implicados en la magnífica obra de recuperación, aunque uno de ellos, Pedro Muguruza, pasará a la memoria colectiva gracias a que fue tomando minuciosa nota de todo cuanto acontecía en el trabajo; una especie de diario de arquitecto que Muguruza utilizaría luego como base para su discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

El perro del hortelano

Tal y como estaba planteado, el 20 de diciembre de 1935 se inauguró el flamante museo. Cabe destacar que la obra arquitectónica estuvo arropada con una valiosa colección de objetos de la época obtenidos por cesión de diversos museos, destacando la importante donación de las Madres Trinitarias, pues el convento (el mismo donde descansaban los huesos de Miguel de Cervantes) había guardado celosamente muebles, objetos y recuerdos de Lope. No olvidemos que Marcela, hija del escritor, era monja del convento y había recibido los enseres familiares  a la muerte de su hermana Antonia Clara.

Marcela, por cierto, fue monja escritora, y aunque nunca alcanzaron sus obras la altura de las de su padre, fue capaz de componer algunos versos dignos de su herencia genética:

Con esto, dueño mío,

No haya más amenazas:

No mates con temores

A quien de amores matas.”

Esos objetos conservados en el convento y aquella casa recuperada facilitaban, siglos después y gracias al esfuerzo de la Academia, la memoria emocionante de los ecos de la creación literaria.

"Resolviendo matar a su protagonista como triunfo final sobre todos los osados avellanedas que estuviesen tentados a intentarlo de nuevo"

Allí Lope de Vega había compuesto algunas de sus más famosas obras, La dama boba; Peribáñez y el comendador de Ocaña; El perro del hortelano; El castigo sin venganza; Fuenteovejuna; El caballero de Olmedo. Y quién sabe lo que nos dirían las paredes de esta casa si pudieran hablar. Tal vez revelarían la verdadera identidad del misterioso Avellaneda que las malas lenguas de los mentideros de Madrid relacionaban con la pluma de Lope.

Contemporáneo de Cervantes y tal vez obsesionado por el éxito de best seller del Quijote, este escritor embozado se puso manos a la obra recreando la continuación de las aventuras del caballero andante manchego y su fiel escudero, aprovechando de paso para insultar a Cervantes en el prólogo del libro, llamándolo “manco y viejo”.

Sor Marcela de San Félix

Cervantes, que de sobras sabía la identidad oculta tras ese Avellaneda, reunió fuerzas físicas y narrativas y con su acostumbrado humor inteligente que en esos años ya de vejez se mezclaba con la más lúcida de las sabidurías, se sentó a escribir la segunda parte del Quijote, construyendo una novela más genial, triste, hermosa y moderna, si cabe, que la primera, resolviendo matar a su protagonista como triunfo final sobre todos los osados avellanedas que estuviesen tentados a intentarlo de nuevo. Aprovechó además el prólogo para contestar a la ofensa de Avellaneda, pero lo hizo con tanta dignidad y altura que su estocada sigue siendo hoy de las más bellas que un hombre haya podido dedicar nunca a un enemigo:

“Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, ni esperan ver los venideros”.

"Su estocada sigue siendo hoy de las más bellas que un hombre haya podido dedicar nunca a un enemigo"

El caso es que las relaciones entre Cervantes y Lope eran bastante poco cordiales; muy a la española. Se admiraban y se odiaban como solo dos titanes de ese calibre en este país y en aquel siglo podían hacerlo: dando mandobles traicioneros con la pluma en público pero reconociendo el talento frente a las páginas del otro, a solas.

También en esta casa, la novelesca  vida del escritor dejó la huella de algunos hechos singulares, como la muerte de su amada Juana de Guardo y el hijo de ambos, Carlitos, con tan solo cinco años. Aquí Lope escribió la escalofriante elegía a su hijo muerto y aquí decidió ordenarse sacerdote.

Entierro de Lope de Vega

"Se admiraban y se odiaban como solo dos titanes de ese calibre en este país y en aquel siglo podían hacerlo"

Trajo a vivir con él a Feliciana y a los hijos que le diera Micaela de Luján (a la que Lope llamó Luscinda en sus obras), Marcela y su adorado Lopito. Y aquí también surge su última pasión de madurez por Marta de Nevares, la famosa Amarilis de sus poemas, que morirá también en esta casa, ciega y loca. La desgracia no dejó de rondar las paredes del rincón madrileño y Lope aún tuvo que afrontar el rapto de su hija Antonia Clara y la pérdida de Lopito, su aventurero hijo soldado, desaparecido en un naufragio en las costas de la Isla Margarita.

Finalmente en esta casa la muerte puntual visitaría al escritor tal día como hoy, 27 de agosto, hace exactamente trescientos ochenta y cuatro años, aunque su victoria fue relativa. Lope de Vega sigue viviendo, águila orgullosa y genial, entre quienes aún lo leemos emocionados:

“Siempre al que sabe en todo estado estimo;
Huyo al que ignora, aunque Alejandro sea;
Nunca mi yedra a rudo tronco arrimo.

De mí nací. Ninguno crea
Que de mi voluntad la gloria oprimo,
Porque el milano entre águilas me vea”

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