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Violencia vista y oída

Violencia vista y oída

Ese amigo que sabe mucho de fútbol también lo tengo yo. Nadie lo puede evitar porque la mies es mucha. Unas veces es mi fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, gran predicador de lo bueno de las cosas y otras veces es el maestro Ciruela, que no sabia leer y puso escuela.

Hace unos días, tras ver el partido Real Madrid – Leipzig por la tele, me llamó por teléfono para preguntarme si me había dado cuenta, como él se la había dado, de que algunos futbolistas son delincuentes arrepentidos que tienen por penitencia jugar al fútbol para poder conservar sus malas mañas.

Para confirmármelo, me envió a mi correo, escrita, la frase que le dedicó un jugador alemán a un jugador madridista. “Te voy a joder, hijo de puta”. A la vista está que el futbolista alemán es, además, un filólogo especializado en lenguas indoeuropeas históricas, más concretamente el castellano antiguo. La frase, sin duda de origen español, la tienen metida en el caletre los belgas desde aquellos tiempos históricos en que los soldados de los Tercios del siglo XVI se enfrentaban a los soldados belgas, aunque los historiadores del lenguaje no se ponen de acuerdo. De lo que sí están seguros es de que la expresión se conserva fresca en el lenguaje del marginalismo belga.

"Cuando se levantó del suelo el belga-alemán se enfrentó al jugador español chocando su frente amenazadora con la del madridista"

Mi amigo omitía el nombre del notable lingüista y me advertía lo mucho que ha resonado la frase en los medios informativos actuales al dejar al descubierto la pasta de la que están hechos algunos futbolistas, ya que el deslenguado jugador es belga de origen y millonario de fútbol (43 millones de euros pagaron por semejante prenda). No se los merece como futbolista porque incumple la norma no escrita del correcto comportamiento en un espectáculo público en el que interviene.

Antes de vestirse de futbolista debería haber buscado por las escuelas de su país donde le pagaran lo que valen sus conocimientos por haber conservado en el acervo popular semejante expresión, que menospreciaría el Capitán Alatriste. Como gramático, el tipo no tiene precio. Como futbolista, yo no hubiera pagado un duro por un individuo como él, aunque reconozco que es muy meritorio, siendo belga, traducir del castellano antiguo al francés moderno la propuesta homosexual y amenazadora, para que la entendiera Carvajal, su receptor.

El suceso tuvo una segunda parte. De las palabras se pasó a los hechos. Cuando se levantó del suelo el belga-alemán, tras dar una lección magistral de alta comedia sobre el césped, se enfrentó al jugador español chocando su frente amenazadora con la del madridista, tal cual hacen los ciervos durante la berrea. Fino detalle de amor a los animales y sus costumbres. No se sabe si emitió algún berrido, aunque se asegura que el berrido fue la frase.

"¿Se entrenan estas agresiones verbales y físicas en las sesiones previas a un encuentro importante?"

Mi amigo insiste: la televisión no nos ofreció imágenes de todo lo que pasó en el terreno de juego, donde algunos futbolistas convirtieron el estadio en una fragua, donde saltaban chispas en muchas de sus intervenciones. Mi meticuloso amigo me hace llegar una fotografía en la que un jugador alemán (o de donde sea, pero vestido de azul) repele la entrada de un jugador madridista (del color de los angelitos de Machín) clavándole un dedo en la mejilla con fines poco deportivos o quizá para secarle el sudor, ¡quién sabe!

¿Y estos son los tipos que los alemanes han hecho millonarios para que les ganen partidos de fútbol?

¿Se entrenan estas agresiones verbales y físicas en las sesiones previas a un encuentro importante? Es imposible creer que lo hagan, a no ser que se trate de individuos con secuelas de una desgraciada infancia que brotan del hondón de algunas almas desalmadas. Están instalados en la torcida doctrina de que lo bueno es ganar, sea como sea, con buenas o con malas artes.

El fútbol es ya un negocio en el que abundan, como en todos los negocios donde se mueven muchos millones, delincuentes infiltrados de toda laya que, como decía mi profesor de Historia, suelen “afirmar las delanteras y lanzan con fuerza las traseras”.

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