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«Viuda Negra» y la trata de blancas según Marvel

«Viuda Negra» y la trata de blancas según Marvel

Un par de pensamientos a raíz del estreno de esta Viuda Negra. Y no exactamente sobre la película, sino sobre todo lo que existe alrededor de ella cuando llega simultáneamente a los cines y a Disney+. En primer lugar, que el momento tenía que llegar y ha llegado. No nos referimos al propio hecho del estreno de la última y esperada producción de Marvel, adaptación de las aventuras en solitario de Natasha Romanoff, tras meses de retraso por la pandemia. Y tampoco por el innegable atractivo del personaje de la factoría Marvel y de su intérprete principal, la norteamericana Scarlett Johansson, que regresa de entre los muertos en una película que se desarrolla antes de los eventos de Endgame (donde, perdón por el spoiler, la Viuda Negra acabó donde acabó).

"Viuda Negra luce igual de bien, pero también de impersonal, que las series de la compañía, así como del 60% de largometrajes que ya conforman su extenso corpus cinematográfico"

Sabíamos que llegaría un momento en el que las series de televisión y las películas, en tiempos de streaming (con mayores presupuestos y oferta, multiplicación de pantallas, concentración de capital…) serían indistinguibles las unas de las otras. Que los mecanismos industriales para producir unas y otras, y los recursos artísticos que se utilizarían, se volverían una cosa homogénea y uniforme. La propia mega-saga cinematográfica de Marvel ya se había apropiado del cliffhanger como recurso para enlazar películas. Y efectivamente, al margen del propio formato de largometraje, se hace ya imposible distinguir las decisiones visuales, narrativas y artísticas de este film con las tomadas por el mismo estudio en productos de televisión como Wandavisión, Capitán América y Soldado de Invierno (y la última y mejor de todas, Loki). Además de compartir el mismo universo narrativo que aquellas, y por tanto mismo fondo y forma, Viuda Negra luce igual de bien, pero también de impersonal, que las series de la compañía, así como del 60% de largometrajes que ya conforman su extenso corpus cinematográfico. Un elemento que constata la eficacia, a la vez que la virtual inexistencia, de su directora, que en este caso es Cate Shortland pero que bien podría haber sido cualquier otra/otro/otre.

Como thriller con sabor a Guerra Fría, de escenario y excusa geopolítica y estética a rebufo del Jason Bourne de Paul Greengrass, Viuda Negra nace ya vieja. La película, eso sí, baña esos estereotipos en la agenda de género que percute ahora mismo los mecanismos de fabricación de productos a la moda y el resultado, en este caso y a diferencia de Capitana Marvel, no es necesariamente terrible. Si ello ocurre es porque personajes y actores se antojan bien fusionados (luego hablamos de ellos, pero Florence Pugh y David Harbour elevan la función) y el filme abunda en ciertas figuras muy atractivas de una manera que, sin embargo, no estoy seguro que sea del todo consciente: esa base secreta del villano que más parece un puticlub aéreo, una casa de luces en mitad del cielo, actualiza el legendario concepto del archivillano 007 y lo baña con un poco de anime steampunk y mucho de Marvel, pero con —ya se sabe— un poco de conciencia de genero, de denuncia de trata de blancas a lo Marvel. Y de nuevo quizá no era la intención de Shortland, pero componentes puramente pulp ganan a los woke, o en todo caso se dan la mano para funcionar.

"Viuda Negra logra discurrir por encima de limitaciones autoimpuestas y otras imposiciones industriales"

Al final, Viuda Negra es una película sobre dos hermanas que han sufrido a la misma familia disfuncional y que acaban en manos de un hombre que trata a las mujeres como objetos. La película funciona por ello como historia de reconstrucción familiar adornada por brutales escenas de acción (la mejor, el motín en la nieve), y como tal lo cierto es que interesa. Scarlett Johansson aporta todo su buen hacer sin dejarse llevar por los mohínes del personaje, pero son Florence Pugh como su hermana y David Harbour como esa imposible y decadente figura paterna, némesis rusa del Capitán América, los que realmente impulsan la función. Gracias a ellos, a su animada parodia de los estereotipos de la Guerra Fría, Viuda Negra logra discurrir por encima de limitaciones autoimpuestas y otras imposiciones industriales. Hay una somera reflexión sobre la naturaleza del libre albedrío y el control, de las paradojas que genera esa contraposición capitalismo/comunismo, EEUU/Rusia, que resulta más interesante que la trama. Aquí la familia rusa a lo The Americans es una farsa confesa que la película reconstruye dentro de unos códigos distintos, más contemporáneos, puntuando la parodia con una adecuada dosis de drama y ciertos recordatorios políticos de la era Trump (los restos de un cierto comunismo operando en la política estadounidense).


Es una pena que la cámara de Cate Shortland nunca acabe de responder adecuadamente. Incluso la banda sonora crea expectativas a las que luego su puesta en escena no sabe responder, incluyendo algunas soluciones tan pedestres como los títulos de crédito iniciales a ritmo de cierta canción de los noventa que he decidido olvidar. Al margen de todo ello, Viuda Negra sabe de sus limitaciones y funciona relativamente bien durante todo su entretenido metraje.

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