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‘Volver’: El pasado se cura con perdón

‘Volver’: El pasado se cura con perdón

Para aquellos a quienes no les gustan las «almodovaradas», como las llaman sus detractores, Volver seguramente pueda ser una película favorita de Pedro Almodóvar que recomendar. En ella quedan tejidas de una forma muy bien hilvanada temas, influencias y tonos estilísticos diversos como el perdón, la solidaridad familiar, el peso del pasado, el mundo femenino, la muerte, los secretos de familia, el melodrama, la farsa, la propia biografía del autor, la herencia del neorrealismo italiano, lo arcaico supersticioso sustituido por la moderna telerrealidad y la distinción entre lo urbano y lo rural.

A pesar de tener sus raíces en La Mancha (y su estreno primicia en Puertollano), es una de las películas españolas mejor consideradas en el extranjero, con dos premios en el Festival de Cannes (al mejor guion y a la mejor interpretación femenina, concedida en conjunto a las seis mujeres protagonistas principales), cinco premios del Cine Europeo, cinco Goyas (y otras nueve nominaciones) y una nominación a los Oscar para Penélope Cruz.

[Aviso de destripes con cuchillo de cocina en todo el texto]

Volver puede verse como una historia en la cual, en unas pocas semanas, la vida de varias mujeres de la misma familia cambia para bien tras pasar por varias experiencias traumáticas, desfaciendo a base de solidaridad sin alharacas los entuertos del pasado, enfrentándose con arrestos y remango al presente, y encarando el futuro con renovadas esperanzas, todo ello en un ambiente donde cada una de ellas solo se tiene a sí misma a y las demás, sin tener por ello que mencionar la palabra «sororidad». Las protagonistas son una madre, Irene (Carmen Maura), una tía, Paula (Chus Lampreave), dos hijas, Soledad (Lola Dueñas) y Raimunda (Penélope Cruz), una nieta adolescente, Paula (Yohana Cobo) y una vecina, Agustina (Blanca Portillo). Todas ellas nacieron en el pueblo ficticio de Alcanfor de las Infantas, con cuyo nombre ya desde el principio el propio Almodóvar rinde a la vez homenaje y tira puyita irónica a su patria chica. No queda muy claro dónde exactamente está el pueblo, ya que Sole tiene un coche matrícula de Toledo, el río Júcar a cuya vera se entierra a Paco está en Cuenca y el rodaje se hizo en la provincia de Ciudad Real, donde nació el cineasta, pero no importa demasiado. De ellas seis, las hermanas y la nieta viven en Madrid y las otras tres aún siguen en el pueblo.

El desencadenante de la trama es un día de Todos los Santos en el que las tres «madrileñas», como tantas otras, vuelven al pueblo a limpiar las tumbas de la familia, en medio del viento solano «que vuelve loca a la gente». La joven Paula, colgada a su móvil de 2006, alucina con cosas como que haya gente que limpie la propia tumba en la que acabará cuando muera. La otra Paula, la tía mayor, basada en los últimos años de la propia madre de Almodóvar, está cada vez menos hábil para vivir sola, ya sin reconocer a la gente y con achaques por doquier, a pesar de lo cual, para sorpresa de sus sobrinas, parece apañarse bastante bien. Las dos se vuelven para Vallecas cargadas de fiambreras (de las fetén, de metal, qué tuperguares ni qué) con una sensación extraña, a la que contribuye la presencia en la casa de Paula de una inesperada bicicleta estática.

Al llegar a casa conocemos a Paco (Antonio de la Torre), el último de los horribles hombres que les han ido tocando en suerte a estas mujeres: lo acaban de despedir, y está viendo el fútbol de pago en Canal Plus bebiendo las cervezas de seis en seis, y echando miradas libidinosas a Paula. Al día siguiente, Raimunda vuelve de su trabajo de limpiadora en el aeropuerto, encontrando a su hija medio catatónica por algo, y es que Paula acaba de matar a Paco con un cuchillo de cocina después de que él intentara violarla y, crucialmente, le haya dicho que él no es su padre. Raimunda promete contarle todo a Paula más adelante, pero ahora mismo hay que deshacerse del muerto, literalmente. Como sabremos después, Paula no solo es hija de Raimunda, sino también hermanastra suya, ya que el padre de Raimunda la violó en el pueblo, ante la ignorancia de Irene, la madre. La falta de entendimiento entre Irene y Raimunda lleva desde entonces poniendo distancia entre las dos, hasta que un día, harta de las infidelidades de su marido, la encontró con otra en la cama y prendió fuego a la casa, incendio en el que murieron los dos y la amante desapareció. O esa es la historia según se conoce hasta ahora. La verdad real es que Irene no murió en el incendio, sino la amante, pero Irene decidió hacer como si estuviera muerta, desaparecer y vivir a escondidas en casa de su hermana, la tía Paula, a la que ha ido organizando la vida en secreto todo este tiempo, lo cual explica que se valiera tan bien por sí sola. La mujer con la que estaba el marido de Irene era a su vez la madre de Agustina, la vecina, cuyo esposo la había dejado, y también a Soledad la ha dejado su marido, con lo cual tenemos una imagen de los personajes masculinos en esta historia que deja bastante que desear, como fuente de traiciones, sinsabores e incluso violencia para con sus mujeres.

El único que se salva un poco es Emilio (Carlos Blanco, que luego encarnó al narco Laureano Oubiña en Fariña), el vecino de Raimunda en Madrid, que justo cuando ella está pensando cómo resolver lo del cadáver de Paco, viene a dejarle las llaves de un restaurante que quiere vender, para que ella lo enseñe a compradores mientras él está fuera, en Cataluña. De un golpe, esto le soluciona a Raimunda lo del lugar para meter a Paco (un arcón congelador) y también el tener un nuevo empleo cerca de casa, ya que en vez de tener el restaurante cerrado, ella lo mantiene abierto para dar de comer a los integrantes de un rodaje que justo también ese día pasaban por allí en busca de soluciones de catering. Es esto un doble deus ex machina que Almodóvar usa con gran pericia, ya que en ese momento lo que esta vuelta de tuerca le causa al espectador es gran alivio, porque desde luego, y dadas las circunstancias, se comprende que Paula matara a Paco (accidentalmente) y que no quieran ir a la policía, dando carpetazo al asunto por sus propios medios. Ninguno de los otros maridos de la familia tienen nombres en esta película, y Paco va a durar dos escenas y poco más, antes de acabar metido en un frigo y luego en una fosa al lado del Júcar.

Durante la preparación de todo esto vemos el papel que tiene Raimunda en su barrio: todo el mundo la conoce por la calle, y se para con dos o tres mujeres, una de ellas una prostituta cubana, para hacer apaños de comida sobrante para el restaurante. En general muestra una personalidad remangada y echá palante, a la que contribuye la imagen con que Almodóvar la presenta: una hija del pueblo hacendosa y luchadora, al estilo de las que interpetaban las maggiorate italianas de los 50 y 60, como Sophia Loren o Silvana Mangano, con el pelo negro y abundante, los ojos oscuros, un busto prominente y una figura de reloj de arena (que hubo que aumentar con un trasero falso, ya que a Almodóvar le parecía que Cruz no era tan culona como él recordaba a las señoras de su pueblo). Al final de la película, Irene ve en la televisión un ejemplo claro de este mismo tipo de rol: Bellísima, la película con Anna Magnani en la que esta lleva a su hija a un concurso de cantantes, detalle que también aparecerá en Volver: Irene también llevó una vez a Raimunda a un concurso de estos, para gran sorpresa de la joven Paula al enterarse, que nunca había visto a su madre en ese plan. Es en ese momento cuando llega una de las escenas más emotivas de la película, cuando tras triunfar con el equipo de rodaje en la cena de despedida, se arranca a cantar el tango «Volver» en versión aflamencada (haciendo playback a la voz de Estrella Morente). A pesar de que aún no se ha deshecho del cadáver de Paco y de que aún no sabe que su madre está viva, Raimunda disfruta por un instante de un momento perfecto, en medio de un rayo de esperanza de cómo podría ser una vida mejor. Los versos claves que ella canta son «que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra».

Qué buen momento, entonces, para que aparezca Irene, «volviendo» de entre los muertos, «volviendo» a la vida de sus hijas, a pesar de que, como sigue la letra, «tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida». Porque, a todo esto, la tía Paula se ha muerto, el mismo día de lo de Paco y de lo del restaurante, y aunque Raimunda no ha podido ir al entierro en medio del desaguisado, será Mahoma quien vaya a la montaña: tras un velatorio lleno de comadres de negro y abanico, Irene se mete en el maletero del coche de Sole, le cuenta la movida al llegar a Madrid (aparcamiento en descampado, barrio de casas bajas, nada de ambiente de gran ciudad, sino de poblachón grande), y deciden no decirle nada a Raimunda por ahora. Comienza aquí la parte de la farsa, consistente en hacer pasar por rusa a Irene ante las clientas de la pelu ilegal de la que Sole vive en su propia casa y evitar que se cruce con Raimunda. Hay un momento incluso en el que Raimunda, en casa de Sole, nota como que huele a su madre, pero no a sus ropas ni a su perfume traído del pueblo, no, sino ¡a sus pedos!

La película no llega a meterse en el realismo mágico, porque no le hace falta: la ancestral superstición del pueblo manchego, de la que Almodóvar bebe copiosamente y aposta en estas partes de la trama, ya es suficiente para darle un tono diferente al tema de la muerte, y aunque a través de las truculentas historietas del personaje de Agustina se llega a plantar la duda sobre si en algún momento la película tirará por lo sobrenatural, en ningún momento se interna por ahí. Agustina es una bendita de Dios, que siempre ayuda a las vecinas sin pedir nada a cambio y que le da a los porros con la marihuana que ella misma cultiva en las macetas de su típico patio manchego para aliviar sus dolores (pronto sabrá que tiene cáncer, y para eso le vino bien a Portillo el rapado de cabello que se había hecho para su papel justo anterior, el del inquisidor Emilio Bocanegra en Alatriste). Está muy orgullosa de que su madre fuera la única hippie del pueblo, y la joven Paula alucina con la bisutería de mercadillo todo «vintaje» que dejó en casa («un plástico buenísimo», le asegura Agustina).

Se llega entonces a un punto donde ya hay una auténtica madeja de mentiras acumulada, que, por haberse presentado cada una de ellas con sus razones y contexto para existir, no deja al espectador con ningún tipo de odio hacia los personajes: Raimunda no ha contado a su hermana Sole lo de Paco, para no meterla en líos al hacerla cómplice, e incluso le pide un día que se quede Paula con ella esa noche para que «ella pueda hablar con él de lo suyo» (en realidad va a enterrarlo). Sole, por su parte, no le ha contado a Raimunda lo de que la madre de las dos está viva, llegando incluso a causar un roce serio, ya que Raimunda piensa, al ver ropa de Irene en casa de Sole, que su hermana se la ha traído del pueblo porque quiere quedarse con las cosas de su madre. Paula, por su parte, sigue esperando a que alguien le aclare lo de quién es su padre. Raimunda recluta a Regina la cubana y a otras amigas para enterrar definitivamente a Paco, pero a cambio de que no hagan preguntas. Tampoco le ha dicho a Emilio que está abriendo el restaurante ella y rechazando compradores. Y lógicamente está la mentira original, la de Irene ocultando el incendio que provocó y su escondite posterior. Todas estas mentiras y ocultaciones empiezan por fin a salir del armario, permitiendo que llegue el aire fresco que curará el mal que han provocado hasta ahora.

Y la primera revelación ocurre de una manera pública e impactante: Agustina acepta aparecer en el programa televisivo de cotilleos Dondequiera que estés, presentado por su propia hermana, porque desde que sabe que tiene cáncer terminal está dispuesta a todo por saber qué pasó con su madre, a la que cree viva y huida del pueblo tras el escándalo del incendio. No es la primera vez que este tipo de telebasura aparece criticada en películas de Almodóvar, y aquí Agustina ni siquiera consigue su objetivo (solo que se rían de ella y que su hermana la trate como mera carnaza en busca de audiencia), pero este desesperado gesto sí hace que Sole le acabe revelando a Raimunda que Irene está viva y escondida bajo la cama. Irene y Raimunda, emotivamente reunidas, hablan de nuevo tras quince años, se aclaran lo del incendio, y por fin los secretos se convierten en perdón. En cuanto a Agustina, ya enferma terminal, deciden mantener hacia ella el embuste, en modo de mentira piadosa, sin contarle que su madre murió en el incendio, y con Irene fingiendo que en verdad es un fantasma que ha venido a cuidarla en sus últimos días.

Almodóvar, pues, logra en esta película podar lo peor de sus excesos, dotar a sus personajes de hondura, introspección y sentido del humor al mismo tiempo, y a la vez incluir parte de su propia biografía en su arte (por algo sus mismas dos hermanas aparecen en los créditos como «coordinadoras de asuntos manchegos»). Sí, es cierto que él fue primero conocido como el movidero iconoclasta disfrazado de drag en un Madrid que quería sumarse a lo último a toda pastilla tras años perdidos (como los que han perdido las mujeres de Volver), pero sus raíces, para lo bueno y para lo malo, tenían material en el que ahondar, desde ese enjambre de señoras de negro en el entierro hasta ese bosque de molinos de viento (ahora eólicos, modernos) que yace en las tierras por donde una vez pisó don Quijote.

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