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La conquista de la identidad

Supongo que muchos lectores, desde luego aquellos de cierta edad, sentirán, al doblar la página final de El amor del revés, la revelación de cuánto ha cambiado nuestro país en los treinta o cuarenta últimos años. En buena medida se ha cumplido el desafiante reto de Alfonso Guerra en los albores de la democracia, «A España no la va a conocer ni la madre que la parió». Pero una cosa es que lo comprobemos en el nivel de vida, en los logros varios de la sociedad del bienestar o en el desarrollo de las infraestructuras, y otra que un relato nos lo ponga ante los ojos con la fuerza de una epifanía.

Cuánto ha evolucionado en lo material, digo, pero también en la mentalidad y en la moral colectiva ante los tabúes de la España eterna y las imposiciones del nacionalcatolicismo que perduraron más acá de la dictadura. La moral sexual fue uno de esos trágalas que en este tiempo reciente ha conocido una urgentísima rectificación. La recepción del propio libro, crónica vibrante de cómo Luisgé Martín conquistó su derecho a la homosexualidad, es símbolo de la normalidad. Recordemos cuánto escandalizaron no hace tantos años, mediados los ochenta, las memorias de Juan Goytisolo, Coto vedado y En los reinos de Taifa, en las que descubría inclinaciones que eran un secreto a voces, pero siempre susurrado con un punto de morbo o de maledicencia. Con menor intensidad, algo no muy distinto ocurrió todavía un lustro después con las dos magníficas entregas de recuerdos de Terenci Moix, El peso de la paja, y eso que su exhibicionismo habitual les restaba buena parte de sorpresa. El amor del revés se está recibiendo con absoluta naturalidad a pesar de la desinhibición y crudeza con que el autor confiesa su peripecia homosexual.

La autobiografía de Luisgé Martín servirá algún día como documento sociológico imprescindible para la reconstrucción de la mentalidad de la España del último trecho del pasado siglo. Dispondrán los historiadores de datos, estadísticas y documentos mil, pero con ellos no podrán alcanzar la verdad intrahistórica, la que yace bajo las apariencias y los datos empíricos, con la profundidad con que se presenta en el desnudamiento espiritual y vital del escritor madrileño. Hay en El amor al revés un acopio noticioso de primera magnitud, sin embargo no es ello lo relevante. Quiero decir que no sirve, que también, como testimonio impactante de ciertas formas de vida de un pasado reciente y todavía actual. Vale como decantación de un amargo estar en el mundo por culpa de prejuicios y, en el fondo, por la intolerancia que anida en el ser mismo de nuestra especie, más allá de los condicionantes de época y lugar. En buena medida, la crónica particular de sus desventuras en la búsqueda anhelante de ternura, de amor en sentido fisiológico y de compañía que venza el fantasma de la soledad —tal vez la soledad, más que el sexo, sea el leitmotiv del escritor— adquiere una dimensión antropológica.

"El amor al revés se abre y cierra con una imagen que sintetiza la trayectoria entera de las memorias sodomitas, una cucaracha."

Luego, por supuesto, está la cuestión de cómo contarlo. No se trata ni mucho menos de acertar en determinadas técnicas narrativas o de manejar una prosa con las debidas exigencias retóricas, estilísticas y verbales. Todo ello, inexcusable para que la historia no sea solo un contarnos su vida, es un instrumento al servicio de un objetivo central, que el relato sea verdadero. Lo que exterioriza Luisgé Martín suena a sincero. Tiene la marca de la confesión auténtica por ser necesaria. No es un ejercicio de oportunismo ni una liberación de la mala conciencia por las cobardías y disimulos cometidos. Esa verdad se deriva de un registro general que afronta los hechos sin restricciones mentales y sin caer en el patetismo, máximo peligro de esta clase de escritura. Hay pasajes muy crudos que aparecen en una escueta desnudez: ni inflan ni rebajan lo que fueron muy amargas experiencias. Se presentan como pura constatación de hechos, para los que la memoria no busca coartadas, quizás solo las matiza con cierta sentimentalización emocional.

Las páginas en que Luisgé Martín refiere su bajada a los infiernos son algunas de las más intensas, lúcidas y conmovedoras de toda la literatura memorialística española. Parece en algún momento que va a hacer concesiones a la imagen del patito feo que varias veces asoma a su discurso moral. Pero pone de inmediato un intransigente freno a la autoconmiseración que deja la transgresión y el encanallamiento en una vivísima estampa de derrota y sufrimiento. Estos episodios y otros como los amores juveniles, los esfuerzos por integrarse contra su naturaleza en la sociedad hetero y la huida hacia adelante en la seducción del vicio se articulan en el proyecto general de encontrar un sentido a la vida. Este se halla, al fin, tras padecimientos que podrían haber llevado a la autodestrucción o la locura, cuando el sujeto asume por entero su pasado y salda sentimientos de culpa y otros fantasmas.

El amor al revés se abre y cierra con una imagen que sintetiza la trayectoria entera de las «memorias sodomitas», una cucaracha. El narrador hace el recorrido inverso al de Gregorio Samsa. El personaje de Kafka diluyó su personalidad en un informe insecto. Nuestro protagonista, al revés, supera la vivencia degradatoria que le marcaba desde joven para conquistar la identidad plena. Conquista que logra tras superar las estaciones de su calvario. La autobiografía llega de este modo a un desenlace positivo. Por fin, escribe Luisgé Martín en las últimas líneas, este libro que cuenta su vida real es el único de los suyos que tiene un final feliz. Así es, pero el contento por haber conseguido la identidad no cierra las puertas a la vida. Por eso bromea con sabio escepticismo: «ningún final es feliz: si es feliz no es todavía el final».

Autor: Luisgé Martín. Título: El amor del revés. Editorial: Anagrama.Edición: Papel y kindle

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