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Las misiones pedagógicas, educación popular de la Segunda República

Las misiones pedagógicas, educación popular de la Segunda República

Primeras páginas del libro Las misiones pedagógicas (Catarata), de Alejandro Tiana Ferrer. Este fragmento del libro, que lleva por subtítulo Educación popular en la Segunda república, incluye la introducción de Carlos López Cortiñas, presidente de la Fundación Educación y Ciudadanía.

 

Capítulo 1

Llegan los misioneros

Ojos sorprendidos, miradas reticentes o interrogativas, manifestaciones de alegría, saludos de bienvenida, cejas fruncidas, muestras de curiosidad, gestos suspicaces, carreras y saltos de los más pequeños, acercamiento comedido, de todo esto hubo cuando los misioneros llegaron a las primeras poblaciones rurales que los recibieron. Los testimonios gráficos, fotografías sobre todo, pero también algún documental que ha llegado hasta nosotros, nos muestran esa mezcla de sensaciones y de sentimientos que vivieron los aldeanos en su primer contacto con aquel grupo de personas tan peculiares procedentes de las ciudades.

Muchos de los habitantes de la España rural no estaban habituados a este tipo de visitas. En algunos casos, sencillamente no las recibían de ningún tipo o eran tan ocasionales que suponían un acontecimiento excepcional. En otros casos se trataba de visitas regulares o esporá­dicas de familiares o de representantes de las autoridades gubernativas o provinciales. Pero ahora recibían a unos visitantes muy especiales, que venían en nombre de la República y traían un buen número de novedades: proyectores y películas de cine, gramófonos con discos, representaciones teatrales, retablo de títeres, reproducciones de cuadros famosos, además de historias, poesías, romances, lecturas y canciones. Su presencia no podía resultar indiferente, como de hecho sucedió.

Llegada de los niños a una sesión de las misiones, hacia 1931. Residencia de Estudiantes

Llegada de los niños a una sesión de las misiones, hacia 1931. Residencia de Estudiantes

La primera misión a Ayllón

El 17 de diciembre de 1931 llegaban a la pequeña población segoviana de Ayllón los componentes de la primera misión que ponía en marcha el Patronato de Misiones Pedagógicas, creado por decreto del 29 de mayo del mismo año. Al frente de la misión viajaban dos vocales del Patronato, Enrique Rioja y Amparo Cebrián, cuyo marido, Luis de Zulueta, asumía precisamente en esos días la cartera del Ministerio de Estado. Les acompañaban dos profesores auxiliares del Instituto-Escuela de Madrid, Elena Felipe y Guillermo Fernández, el abogado Abraham Vázquez, el comisario de la Federación Universitaria Escolar (FUE), Carlos Velo, y el estudiante Antonio Bellver. Además de Ayllón, los misioneros visitaron las localidades cercanas de Santa María de Riaza, Ribota, Saldaña y Estebanvela, desarrollando en todas ellas sesiones más breves, generalmente de un solo día, para volver por la tarde a la cabecera de la misión. En algo menos de seis meses se había trasladado a la práctica el anhelo que venían expresando Manuel Bartolomé Cossío y otros destacados componentes de la Institución Libre de Enseñanza desde finales del siglo anterior. Las misiones pedagógicas se habían convertido en realidad.

De acuerdo con la información que proporcionaba en 1933 Luis Álvarez Santullano en la revista Residencia, basada en el informe redactado por los propios misioneros, los componentes de la misión se instalaron en la posada del pueblo y comenzaron sus actividades. La síntesis de su actuación resulta muy expresiva: “Durante ocho días, en el único salón completo del pueblo, en la sala de baile, congregaron a los vecinos. Al principio acudieron solo los mozos. Después, las mozas. Al final, todo el pueblo”. Los misioneros se manifestaban muy satisfechos de su actuación: “Hubo inmediatamente una relación cordial entre el pueblo y nosotros. Desde el alcalde hasta los niños más pequeños de las escuelas, el pueblo entero participaba en nuestra obra con toda el alma” (citado en Llopis, 1933: 200-201).

En su primera intervención pública, los misioneros leyeron el mensaje que Cossío, presidente del Patronato de Misiones Pedagógicas, había preparado para la ocasión y que sería repetido al comienzo de cada nueva misión, con la intención de explicar su sentido y sus propósitos. Pocos textos hay que expresen tan nítidamente el espíritu con el que los misioneros comenzaron sus viajes por las aldeas españolas:

Es natural que queráis saber, antes de empezar, quiénes somos y a qué venimos. No tengáis miedo. No venimos a pediros nada. Al contrario; venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos. Porque el Gobierno de la República, que nos envía, nos ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas, a las más abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo de lo que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden, y porque nadie, hasta ahora, ha venido a enseñároslo; pero que vengamos también, y lo primero, a divertiros. Y nosotros quisiéramos alegraros, divertiros 19 casi tanto como os alegran y divierten los cómicos y titiriteros (Patronato de Misiones Pedagógicas, 1934: 12-13).

Podemos imaginar la sorpresa, la expectación, la indiferencia, la suspicacia, quizás, con que los habitantes de Ayllón escucharon estas frases. Pero dejemos que los misioneros nos cuenten con sus propias palabras la impresión que se llevaron de su primer día en la localidad. La cita es larga, pero vale la pena permitir que los ecos de sus voces, ahora alejadas en el tiempo, lleguen directamente hasta nosotros:

No había más que el salón de baile del pueblo: una gran panera, con el suelo de tierra y un pequeño tinglado para los músicos, donde se instalaron los operadores de cine. Local sin ventilación apenas, sin asientos, y naturalmente sin sombra de calefacción, se prestaba mal a nuestro tipo de trabajo. Más de quinientas personas, mozos, viejos y chiquillos, con bufanda y boina puesta; muchos fumando. Mujeres, mozas y viejas, que cada día aumentaban en número y se pasaban la sesión entera de pie. Algunas personas, contadísimas, sentadas en los bancos que trajeron de la iglesia. Y era necesario trabajar en esas condiciones. El rumor de tantos pies, el inquieto removerse de gente tan mal instalada, forma un fondo poco propicio a la charla familiar que hubiésemos querido. Entre película y película (que el primer día se pasan a mano por falta de voltaje) damos discos, que quedan ahogados entre aquella masa, perdiendo sus matices más delicados. Las películas (que a las gentes les parecen maravillosas) salen muy imperfectas y a nosotros nos descorazonan (Patronato de Misiones Pedagógicas, 1934: 35).

No obstante, al final de esa primera sesión parece que las cosas ya marchan mejor:

En un descanso ponemos canciones populares; cantares asturianos y aires gallegos. Va después una canción montañesa. Cuando 20 se empieza a oír el tamboril y la dulzaina con su ritmo típico, la gente se calla, y la voz del cantor, una hermosísima voz varonil, hace el silencio absoluto; el pueblo reconoce sus coplas y las oye con emocionado silencio; al repetirse el tema lo corean en voz baja, y al final aplauden entusiasmados, pidiendo otra vez la misma canción. Todas las noches ha sido necesario repetir esta copla. La llaman la nuestra (ídem).

Y según pasan los días, los misioneros se muestran más satisfechos, la misión se va encarrilando:

Para el segundo día ya se ha improvisado una manivela. Las pelí­ culas, muy hermosas, pasan ahora con toda perfección. Muchos espectadores se quitan la gorra cuando se empieza a hablar. Ya saben algunos que no deben fumar. Hay más mujeres y más asientos en la sala. Menos bufandas. Más silencio. Esta rápida adaptación se va acentuando. El sábado podemos ya leer poesías. No hay necesidad de reclamar silencio; las películas, la música y, sobre todo, la convivencia han hecho el milagro (ídem).

 

Escuelas ambulantes, por Carlos López Cortiñas

Conocemos a Alejandro Tiana de su etapa del Ministerio de Educación como un buen gestor de lo público. Lo demostró al aportar toda su experiencia y sabiduría para conseguir una ley (LOE) en un contexto complicado y difí­cil, además lo hizo con la mayor participación y consenso que era posible en ese momento. Sabemos que en la actua­lidad, como rector de la UNED, está empeñado en inter­nacionalizarla y en asentar una universidad online de calidad contrastada dentro del campus universitario. Y ahora con este libro vuelve a su profesión, esta vez para ilustrarnos sobre las misiones pedagógicas, de gran tras­cendencia en tiempos de la Segunda República.

las-misiones-pedagogicasLas misiones pedagógicas, surgidas a finales del siglo XIX como una idea de Manuel Bartolomé Cossío y Fran­cisco Giner de los Ríos, definidas por el propio Bartolomé “como escuelas ambulantes que van de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay que aprender con lágrimas, porque lo primero es divertirnos”, fueron revitalizadas por la República con el fin de llevar los valores republica­nos a los pueblos más olvidados de la geografía española. Tenemos que ubicarnos en la España de 1931, en uno de esos pueblos abandonados y atenazados por los poderes de caciques y religiosos. Ponernos en el lugar de esos hombres y mujeres ante la sorpresa, pero también des­confianza, que les producían personas ajenas a sus pue­blos, generalmente relacionadas con la enseñanza, pero también escritores, pintores, actores… que iban cargados con libros, periódicos, cuadros, música, proyectores de películas, obras de teatro… Al escucharlos en sus exposi­ciones, al comentar los artículos periodísticos, al verlos escenificando obras de teatro o recitando poesías abrían sus mentes a nuevas inquietudes e intereses. Seguramente, el paso de estos “misioneros culturales” dejaría, a buen seguro, un poso de motivación cultural que permanecería en el tiempo.

Como bien refleja Alejandro en el libro, Rodolfo Llopis, como director general del Ministerio de Instrucción Pública, diseñó y puso en marcha este proyecto. Potenció las misiones pedagógicas con un doble objetivo: por un lado, sensibilizar culturalmente a la España más profunda, pero por otro llevar los valores republicanos a la España tradicionalista y rural que era esquiva a la República. Así lo reconocía el propio Rodolfo Llopis al afirmar el día 12 de abril de 1931 que “las urnas reflejan la realidad de la socie­dad española. Las grandes ciudades son republicanas, mientras que el campo sigue aferrado a la tradición”. El objetivo estaba claro, había que conquistar ideológica­mente el campo para la República, y por ser una empresa muy compleja este reto no podía recaer exclusivamente en las escuelas ni en el profesorado y así surgieron las misio­nes pedagógicas: “Había que ir a los pueblos a llevar lo que la civilización crea y solo disfruta la ciudad” (R. Llopis).

El desarrollo de este proyecto no fue fácil; a la des­confianza hacia la República por parte de algunos sectores había que añadir el descontento generalizado de muchos trabajadores del campo, que veían cómo las promesas revolucionarias de la República llegaban a los pueblos tarde y matizadas.

Así, el autor recoge varias experiencias de los misio­neros en diferentes lugares en donde se entremezclan experiencias positivas con otras que no lo fueron tanto; son fiel reflejo de las dificultades de llevar a la práctica este proyecto: Navalcán (Toledo), Valdepeñas de la Sierra (Guadalajara), Navas del Madroño (Cáceres), La Cabrera (León)

La Fundación “Educación para la Ciudadanía”, vincu­lada al sector de la enseñanza de la UGT, contempla como uno de sus objetivos recuperar la memoria histórica en el campo educativo, y este libro, que nos expone una realidad pero también reflexiona sobre el instrumento que utilizó la República para culturalizar a la sociedad rural, cumple con el objetivo de recuperar el valor que la República le daba a la educación y a la cultura. Siguiendo con el mismo método es nuestra intención organizar debates, con el soporte del libro, para analizar lo que representó en la España de prin­cipios del siglo XX las misiones pedagógicas.

Al mismo tiempo, estas actividades reconocen el esfuerzo de muchos docentes, muchos de ellos afiliados a la FETE UGT, que en sus periodos vacacionales se com­prometían con la República a través de las misiones peda­gógicas.

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Autor: Alejandro Tiana Ferrer. Título: Las misiones pedagógicas. Editorial: Catarata. EdiciónPapel

Alejandro Tiana Ferrer es catedrático de Teoría e Historia de la Educación y actual rector de la UNED. Ha investigado y publicado sobre la historia de los sistemas educativos contemporáneos, política y legislación educativa, educación comparada y evaluación de la educación. Ha ocupado diversos cargos en la UNED y otros organismos, así como en el Ministerio de Educación y Ciencia, entre ellos secretario general de Educación (2004-2008).

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