Los bárbaros

Foto: La invasión de los bárbaros, de Ulpiano Checa

ESPERANDO A LOS BÁRBAROS (1904) /  Περιμένοντας τους βαρβάρους

Konstantino Kavafis (Κωνσταντίνος Καβάφης. Alejandría, 29, abril, 1863 – Alejandría, 29, abril, 1933)
(Versión propia del poema)

-¿Qué estamos esperando aquí, reunidos en el foro?

– A los bárbaros, que llegan hoy.

-¿Y esta calma en el Senado?
¿Por qué están los senadores sentados, sin legislar?

– Porque hoy llegan los bárbaros.
– ¿Qué leyes van a hacer los senadores?

– Ya las promulgarán cuando vengan los bárbaros

-¿Por qué el emperador se levantó tan pronto esta mañana,
ha ceñido su corona y se ha sentado solemne en su trono, ante la puerta
mayor de la ciudad?
– Porque hoy llegan los bárbaros
y el emperador va a recibir
a su jefe. Incluso le ha preparado un pergamino en el que
ha escrito muchos nombres con sus nobles títulos.
-¿Por qué nuestros dos cónsules y todos los pretores
han salido hoy con sus togas rojas cargadas de brocados?
¿Por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos con brillantes y cristalinas esmeraldas?
¿Por qué empuñan sus preciosos bastones
de oro y plata, cincelados tan ricamente?

– Porque hoy llegan los bárbaros,
y saben que todas estas cosas los deslumbran.
-¿Por qué los pretores más ilustres no vienen, como siempre,
a hablar y a decir sus discursos?

– Porque hoy llegan los bárbaros
y a ellos no les gusta la retórica ni las alocuciones.
-¿Por qué nos invade de pronto esta intranquilidad
y esta confusión? (¡Cuánta gravedad en los  rostros!)
¿Por qué se han vaciado de repente las calles y las plazas
y todos vuelven cabizbajos a sus casas?

– Porque ha caído la noche y los bárbaros no han llegado;
algunos viajeros que han venido de la frontera
dicen que no han visto ninguno, que los bárbaros no existen.

– Y ahora, ¿qué será de nosotros sin los bárbaros?
Esta gente era, al fin y al cabo, eran una solución.

Santiago Roncagliolo escribió hace un par de años un artículo en El País Semanal titulado “Los soldados discretos”, que empezaba así:

“Durante los años del apartheid, el escritor John Maxwell Coetzee se libró de la censura con un argumento demoledor: era demasiado inteligente. El informe del Gobierno sudafricano sobre uno de sus libros decía al pie de la letra:
–No hace falta prohibirlo porque sólo será leído por gente de profesión literaria. Su obra carece de atractivo popular. Es sólo para lectores sofisticados y entendidos de obras de arte. Su problema es universal y no se limita a Sudáfrica. El encuadre geográfico e histórico (de la obra) vuelve aceptable (su publicación). Sólo lo leerán los intelectuales.
El libro en cuestión era Esperando a los bárbaros, una feroz alegoría del sistema político sudafricano que, gracias a ese informe, circuló por el país libremente. Los censores tenían razón. Coetzee era inteligente”.

Kavafis

Kavafis

Esperando a los bárbaros, mismo título del poema de Kavafis y tema que está relacionado con él, es otra alegoría del maestro Coetzee, en la que se establece una relación enferma entre ciudadanos y poder, en este caso un poder violento e injusto que merma los sueños individuales y colectivos y los hace desembocar, tarde o temprano, en una explosión social. Que ocurra o no en Sudáfrica, como dice la solapa del libro, es lo de menos: el protagonista, que es la voz narradora, es un Magistrado de edad provecta que vive en una ciudad fronteriza del Imperio (así, sin más señas). Comienza con la llegada de un destacamento militar, al mando del coronel Joll, cuya misión es la de defender la ciudad contra el ataque de los bárbaros, de los que el autor apenas nos da señales para identificarlos, pero que el lector sabe desde un principio que esa gente son “de algún modo una solución”, según el final del poema de Kavafis. La narrativa de Coetzee -se ve también en Desgracia, por ejemplo– suele tener un contexto sudafricano, y los problemas planteados -el poder, el miedo al otro, la conciencia o la moral-, pueden tener ese origen geográfico, pero creo que deben leerse como parábolas en las que está implícita la actuación del ser humano como un lobo para su semejante. Es decir, que su significado es intemporal porque de lo que hablan es de la sumisión a lo cercano por temor a lo desconocido, de la corrupción moral y política, los nacionalismos…

Coetzee, por John Spooner

Coetzee, por John Spooner

El desierto de los tártaros
El escritor italiano Dino Buzzati publicó la novela El desierto de los tártaros, su obra maestra, en 1940. Una obra de gran profundidad y espíritu reflexivo, que fue precursora de la de Coetzee. El desierto de los tártaros es una deuda de honor a la literatura, y un complemento a Esperando a los bárbaros. Mi edición es la de Debate, de 1991, con traducción de Esther Benítez y prólogo de Juan Carlos Suñén, quien escribe: “… Así, también, la fascinación por un enemigo invisible en cuya espera se consumirá la vida del Magistrado es, en Esperando a los bárbaros, del surafricano J. M. Coetzee, sólo la más visible de las deudas que la novela reconoce a Buzzati…”.

BARBAROS. FORTALEZA tártaros

Foto: Imagen del filme El desierto de los tártaros

La llegada de los bárbarosCon un título parecido, La llegada de los bárbaros, Joaquín Marco y Jordi Gracia firman un libro que recoge una amplia muestra de reseñas sobre el Boom latinoamericano, además de sendos prólogos de los compiladores. Un tomazo de más de 800 páginas que trata varios períodos: el que va entre 1960 y 1966, en el que Mario Vargas Llosa es la figura; otro desde 1967 a 1973, con Gabriel García Márquez y Miguel Ángel Asturias, y un tercero que abarca desde 1973 a 1982, momento en que la literatura latinoamericana reconfirma el espacio  que tiene hoy en el mundo y que ya vio Luis Harss en Los nuestros (editorial Sudamericana, 1964) , un libro de entrevistas a Borges, Asturias, Guimarães Rosa, Onetti, Cortázar, Rulfo, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa cuyo resultado, “sin proponérselo ni adivinar lo atinado de su predicción”, creó el canon de lo que más tarde se llamaría Boom.

La llegada de los bárbaros es la evidencia de que el Boom no fue solo un trabajo de lobby editorial sino la constatación de una novelística de probada calidad, con una recepción entusiasta y millonaria que el público sigue rubricando cincuenta años después. Las entrevistas recopiladas con Carpentier, Onetti, Cabrera Infante, Cortázar, Mujica Láinez, Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, Benedetti… son interesantísimas, así como las reseñas y los estudios. Aquellos fueron tiempos nuevos en que “los bárbaros” irrumpieron en el cansado panorama de las letras españolas causando heridas difíciles de curar. Eran tiempos de escritores como Grosso, Lera, Gironella, Torrente Ballester, quien se despachó a gusto en un artículo sobre Borges. Pero no todos actuaron así porque García Hortelano, Vázquez Montalbán, Juan Benet, Terenci Moix, Martín Gaite, Juan Goytisolo, Caballero Bonald o Guelbenzu, eran escritores “modernos” que huían del realismo social imperante, y apostaban por la libertad  lingüística que traían las nuevas tendencias, viendo en ellas la posibilidad de aire fresco, como habían visto antes algunos escritores franceses.

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