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El 1-O hay partido en Barcelona

El 1-O hay partido en Barcelona

Principio de claustrofobia

Dejo el altillo físico, que no este dietario donde vamos poniendo en negro sobre blanco el leer que es el vivir, el vivir que es el pensar. Pensar antes de que entren los bárbaros de dentro, de dentro mismo de Iberia. Dejo el altillo de la calle de Fuencarral sin ninguna pena; feliz de mudarme a Argüelles con sus amplias avenidas, sus librerías encajonadas entre cervecerías caras donde alguien, quizá yo mismo, pasara las horas en una mocedad ya perdida. Dice el psiquiatra que he desarrollado gracias al altillo físico un principio de claustrofobia, y es que 1.40 de altura para un dormitorio no es lo más adecuado para la salud mental. Mi amigo Cacspar lo vio un día —el altillo—, y se dio cuenta de que el tercer mundo puede habitar entre nosotros.

Mi psiquiatra se extralimita, y achaca mis ansias de media maratón a una sobrecompensación de espacios abiertos. Me mudo, sí, y ahí pueden ir quedándose los modernos barbudos, los hipsters manchegos, el esnobismo en la Meseta que es ridículo y autogestionario en lo editorial: vean, si no, las gastrolibrerías y otras carajas por el estilo que pueblan Madrid. Alguna vez fue allí con una gafas de pasta, barba de varios días, zapatillas y una americana. Tinder aún no se había inventado y una chica vagamente chilena recitaba o berreaba a partir de un fragmento de Bolaño como elemento inspirador. Obviamente me juré optar para siempre por las librerías de viejo o las comerciales; y al pan, pan, y al libro, libro. Tengo saraos literarios por España, y eso me hace salir a entrenar con una sonrisa. Participo como mecenas en el libro de Brais Cedeira en Libros.com, que luego no se diga que uno no hace lo decible y lo indecible por el «nuevo periodismo».

La mudanza

La mudanza. Toda mudanza, todo trámite entre domicilios tiene para el común de los españoles una carga de desgarro, una mirada atrás y compasiva de uno mismo y sus lecturas. No en mi caso, insisto. He donado a mi tito Miguel todos los ensayos que guardaba en el altillo, y las novelas se las he ido mandando en fardos a mi madre, que me cuenta que el mundo de las series le toca de refiló y prefiere la lectura y el sueño. Del alquiler del altillo, como inquilino, recupero la fianza, y este ingreso tonto y sobrevenido me llena de felicidad. Me compro una boina a lo intelectual francés pero el calor de Madrid me mata a picores. Septiembre es cruel.

Pensar otoño

Otoño son las vagas promesas, el bronceado pálido, la sudadera grande, el amor de verdad y el premio Planeta en el horizonte próximo de los saraos. Septiembre, y lo cantó Aragón —el de Cádiz—: «es el hogar/En la tarde que llueve/De un sol que es más leve/ Y lunas más largas/ Septiembre devuelve el niño a la escuela/Septiembre calienta café/Y devuelve también/A la calle el ruido./Septiembre no calma la sed/ Pero oculta la piel/Bajo su guayabera./Septiembre es el llanto de un mes/De un verano después/De un amor que se ha ido.»
En puridad la mudanza es de 500 kilómetros; de Málaga a Argüelles. Raúl del Pozo me vuelve a dar —como cada equinoccio— la bienvenida a Madrid, que él tiene por «el campo de concentración». Nos junta al gran Úbedaentrevistador estrella de este universo nuestro y de Zenda— y a mí a 300 metros a la redonda de su dacha. Hablamos sobre los caseros y las caseras de Madrid. Le recuerdo cuando compartí piso con una señora del barrio de Salamanca, con lo entrañable y humillante de la situación. Raúl me pregunta si llegó a haber «tema». Yo le respondo que no, que era diabética. Fue lo primero que se me ocurrió, pero casualmente era cierto. Claro.

Ensayos.cat

Todo el verano he ido manteniendo un perfil bajo; combustionado por los calores y quizá hundiendo tecla y tejiendo una prosa sin fuerza en el verbo, como cuenta mi amigo Teorías. En verano he leído con la furia de la tarde y de la siesta; mucho ensayo. He leído a un exministro, Margallo, que tira de mayéutica, socarronería y hasta de ritmo en la prosa para proponer una reforma de la Constitución con sensatez y no a arreones populistas; también he leído ese manifiesto los cuatro (Josep Borrell, De Carreras, López Burniol y Piqué) que es el «Escucha Cataluña. Escucha España» al socaire de la famosa oda de Maragall. En todo caso Piqué —no el excelso columnista del Barça, me refiero al exministro— anda templando gaitas, escribiendo prólogos, chasqueando la lengua y paseando en el puente aéreo (sí, es una metáfora, se usa el AVE) esas canas de plata, esas nieves del tiempo que prestigian a algunos ex que se saben reconvertir. Tal es el caso de Manuel Pimentel que viene a ser algo así como el editor tranquilo que publicaba veloz, o el hombre que le susurraba a la Atlántida. Pimentel se dice leal español y andaluz de corazón, y el hombre escribe, edita, lo llaman a conferencias chorra de liderazgo y otras de más enjundia sobre Barbastro o un galeón hundido de la Armada. En todo caso lo recuerdo en una cena, en un mesón trasero a la Gran Vía, tras presentarle junto a Raúl del Pozo y Carmona un libro a Chani Pérez-Henares. «Hay partido aún en Cataluña», dijo a media voz. Dios lo oiga.

Viaje con nosotros

Junto al ensayo, el viaje. Libros de viajes. Coleccionar paralelos y latitudes. Despertarme en Madrid y acostarme en Tailandia. Mis amistades viajan en lo físico, y hacen voluntariados en la India, y uno no sabe muy bien si de buen corazón o de buen bolsillo familiar. Va de suyo, que diría León Gross, que después mendigan un coche compartido para ir de Barajas a Albacete cuando vuelven de zonas geopolíticamente inestables. Quizá después se monten un blog con sus fotos, y te vendan un catálogo y una pulserita. Y si los secuestran, ya andará Exteriores para salvar a estos ‘marcopolos’ e influencers. Yo prefiero viajar a través de la prosa, a paraísos cercanos o lejanos. Y después visitar estos paraísos si hay novia propicia que nos subvencione. Recibo un libro maquetado como una caja de puros, con su «precinto y su vitola» que cantaba Pepe Domingo en las míticas tardes de Carrusel en Gran Vía 32 (por ahí anduve también); el libro en cuestión se titula Caladas de Cuba: crónicas del verano del deshielo. Lo firma Manuel Madrid, a quien le compraba yo de buena gana el apellido y la prosa: una prosa tumultuosa, mecida a los compases del guaguancó, con olor a hacienda tabaquera. Manolo Madrid se ha dejado llevar por la isla, de cabo a rabo. Por sus gentes. Alguien tenía que escribir la intrahistoria de Cuba, del tópico a lo inédito para volver al tópico. Porque viajar en lo vital y en lo literario quizá no sea más que adecuar la geografía a nuestro marco mental, y comer bien en la medida de lo posible.

Noventayochista en maillot

He salido a pedalear por la sierra. Ha refrescado de buena mañana, pero en la subida, a la solana, aún llega el olor del resol y de la paja seca. Para transpirar mejor el sudor llevo un maillot de un equipo portugués con orificios de milímetros y tejido de fibra. Sigo insistiendo en que subir y ascender, con la fatiga y al borde de echar el bofe, es la mejor manera para inspirarse. Cuando el camino se pone al 11% se me vienen al magín las mejores metáforas; es entonces cuando corono, abro la libreta virtual y anoto. Como soy vagamente del 98 pedaleo por el Sistema Central y pienso en el problema de España. Y lo tuiteo. Unamuno no tuiteaba, pero entre los destierros se llevaba una comparsita por los picachos de Gredos.

La semana

Antes del 1-0, día de Santa Teresita de Lisieux, la Gran Vía estrena algún que otro musical. Paso por allí con la feliz inopia de ir a un espectáculo del que todo ignoro y del que todo me sorprende. Cuestiones sentimentales me alejaron el pasado ‘finde’ del Hay Festival segoviano, y a la búsqueda del tiempo perdido escribo ya con toda el alma. Una vez mudado, tengo ya mi cuartito, mis folios (Azorín) y un ventanuco que da a la librería Alberti.

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