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2021, el año Flaubert

A Gustave Flaubert no lo envejecen ni siquiera los dos siglos que han transcurrido desde su nacimiento. A él pertenecen las criaturas literarias más longevas y universales. Su drama protagonizado por Emma Bovary, esa joven de provincias cuya desgraciada historia retrató la insatisfacción burguesa, no sólo irritó profundamente a la Francia decimonónica, también diagnosticó a la sociedad de los siguientes doscientos años. Lo mismo ocurrió con el Frédéric Moreau de La educación sentimental.

Como la civilización de la que forma parte y a la que dedica el grueso de su obra narrativa, Flaubert habita un mundo en trance de desaparecer. Su pesimismo e individualismo, casi tan grandes como su perfeccionismo y su talento, se hacen patentes en todo cuanto escribió. Tras la invasión de los soldados a su casa en Croissent y el piso de Ruán, y aunque se une a la resistencia, el novelista es incapaz de comprender la naturaleza humana.

"Flaubert consiguió confeccionar una obra inmune a la ley de gravedad"

Este 2020 se han publicado y reeditado volúmenes maravillosos. Desde el que publicó el sello Fórcola sobre el Flaubert viajero, el que descubre en Egipto el vértigo estético que acabará por sostener su obra, hasta la edición de su correspondencia en Alianza y sus cuentos completos, traducidos por Mauro Armiño, en Páginas de Espuma.

Perfeccionista, inflexible con su propia prosa, Flaubert consiguió confeccionar una obra inmune a la ley de gravedad, tal y como él lo explicó en aquella carta a su amante Louise Colet: “Lo que me parece bello, lo que cuenta hacer, es un libro sobre nada, sin atadura exterior, que se sostuviera por sí mismo gracias a la fuerza interna de su estilo, como la tierra pende en el aire sin que nada la sostenga”.

«Si alguna vez tomo parte activa en el mundo será como pensador y moralizador. Lo único que haré será decir la verdad», escribió Gustave Flaubert (1821-1880) a su amigo Ernest Chevalier. Tenía apenas 18 años, recién salía del Collège Royal de Ruán y avanzaba jalonado por los tirones del placer y la vocación literaria. Desde muy joven, se mostró como un adelantado a su tiempo: ya habitaba el que estaba por llegar.

"Para haber nacido en 1821, Flaubert estaba hundido hasta la cintura en nuestro tiempo"

Antes de aprender siquiera a leer, Flaubert ya recitaba de memoria pasajes del Quijote. Su pulso intelectual con el mundo aparece desde muy pronto en su juventud, que transcurre entre su Ruán natal y París. Ya desde entonces lleva la contraria a las ideas de su tiempo: cuestiona la adoración del progreso, así como el estrabismo de la moral burguesa del XIX. Las misivas que acumula a lo largo del tiempo con personajes como Émile Zola, Charles Baudelaire o Guy de Maupassant perfeccionan su visión narradora.

Sin un plan trazado, la literatura naufraga, escribe en enero de 1852 sobre el oficio de escritor. «Hablas de perlas, pero las perlas no forman el collar, es el hilo». Un espíritu expansivo y enciclopédico —hay que leerlo y vivirlo todo— empuja a Flaubert al mundo. La desazón y el desánimo de la Guerra Franco-prusiana, en 1870, desatan el pesimismo de un individualista consumado como él. La guerra hunde a Flaubert, aumenta su misantropía, empeora su salud y exhibe ante el lector los estigmas de una biografía que recorre la historia del XIX, desde sus paseos, escéptico, por el París de la Revolución de febrero de 1848 hasta la eclosión de un mundo crepuscular aquejado ya por la disolución de los imperios y la eclosión de los nacionalismos.

Para haber nacido en 1821, Flaubert estaba hundido hasta la cintura en nuestro tiempo. Por eso seguimos leyéndolo. Por eso sigue fascinándonos.

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