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5 poemas de Ale Oseguera

Foto: José Gallardo.

Ale Oseguera es una poeta y narradora nacida en Guadalajara, México, en 1982, y vive en Barcelona desde 2006. Es autora de los poemarios Tormenta de Tierra (2016) y Un hotel de cinco estrellas sobre un cementerio (2019), que fue galardonado con el XII premio de poesía La Nunca. Debutó en la novela con Realidad en Mono (2020). Actualmente pone su voz a audiolibros y realiza una investigación académica sobre literaturas migrantes desde la perspectiva poscolonial. Desde 2019 presenta y coordina la sección de poesía del programa Todos Somos Sospechosos de Radio 3 (RNE). En su poesía, Ale Oseguera combina elementos teatrales con la literatura, creando piezas que trascienden la palabra y se expresan también a través de la voz y el cuerpo. Ha presentado su trabajo escénico-poético en diversos escenarios y festivales literarios de Bélgica, España, Inglaterra y México. Es cofundadora de Las Hermanas del Desorden, agrupación dedicada a explorar las posibilidades escénicas de la poesía. En 2019 publicaron el disco de spokenword La Musa Suicida, acompañado por un poemario del mismo título. Presentamos una selección de textos de Mi rostro es un mapa de mi cuerpo, su próximo libro, que será editado por Esto No Es Berlín en 2023.

***

MI ROSTRO ES UN MAPA DE MI CUERPO

(fragmento)

¿Hay esperanza después de asumir que somos la herida del cuerpo?

Mi cara es un mapa de mi cuerpo.
Montañas bermejas,
márgenes inabarcables,
caudales eternos,
cristal y jade.

Mi cuerpo es un secreto a voces.
Una bomba molotov con la mecha aún intacta.
El poema en la arena que nadie leyó.

Mi rostro es el logotipo de una aerolínea
que no se atreve a aterrizar en mi nariz.

Mi cuerpo es el rostro de unos ojos
que no distinguen colores,
la guarida de las perras,
un transbordador cruzando el Aqueronte.

Por eso lo ato,
para que no lo veas,
para que otros no lo aten,
para hablar en las 400 lenguas del cenzontle
para que no le temas.

***

HIJAS DE LA SERPIENTE

“¡Vamos a cortarle la cabeza a la serpiente!”
gritaron.
No sabían que la deidad era bicéfala
y que callarla requería más
que la insolencia del cuchillo.

Es peligrosa la ingenuidad de quienes creen
que bajo tierra
sólo hay muertos en vela.
No conocen el valor de una semilla,
no ven nuestros rostros en las paredes del abismo.

Enterrar un árbol
no es cavar su tumba.

Las hijas de la serpiente nacen bajo tierra.
Se alimentan de su madre,
la cabeza cercenada por el hombre.
Dedican su vida a amamantar al árbol,
a afilar la obsidiana.
En el día marcado para el nacimiento del huevo,
abrirán la grieta-puente en el rojo cielo corazón del planeta,
y unirán finalmente

a las hijas de la tierra
con las hijas de la muerte:

las dos cabezas de serpiente.

***

ESPACIO LIMINAL

Yo soy de alguna orilla, de otra parte.

Rosario Castellanos

Dentro de la orilla, en el azul profundo: el espacio liminal.

Se encuentra pasado el túnel de Itoloca. Profundidad: desconocida.

Decían que nadie podía habitar aquí.

«Nadie puede habitar allí»:    bajo la presión del azul piel,

sobre la oscuridad del río aire,

entre las estrellas de patas largas.

 

Pero en el espacio

liminal hemos escrito

transparencias para

niños ciegos, sueños

para los

insomnes fieles y

cuerpos sin

color para los

espíritus. Usamos la

escalera como vía de

tren y recorremos la

frontera punta

a punta.

Descansamos al

borde de la escalera.

Trabajamos el

espacio liminal que es

la escalera.

Un puente de vacíos

entre origen y

destino.

Nadie nunca ha

vuelto al origen.

Nadie nunca ha visto

el destino.

En el espacio liminal

escribimos

nuestros mitos en las

cáscaras de los frutos

que no volvimos a

plantar. Y esperamos

sin sentarnos,

deseamos sin

doparnos, dormimos

con los ojos

trenzados.

En el espacio liminal

un día se mide en luz.

Así nos envejecen los

pies: se convierten en

manos. En el espacio

liminal todo cuerpo

es un puño, la

posibilidad de la

obsidiana, la

esperanza del árbol,

la materialización del

nuevo Sol.

Decían que nadie

podía habitar aquí:

«Nadie puede habitar

allí, allí no hay aire».

Y sin embargo,

nuestros cuerpos,

nuestras vidas.

***

Resbalan mis hijos por entre mis piernas.
Seña de identidad: una sola sangre.
Arrastro el testigo hasta la esquina de la noche y en vasos
medio fríos, medio
húmedos, disuelvo los nombres por explorar.
Un último trago a mi apellido antes de la siguiente luna:

otro anticonceptivo, otra calada, otro verso.

A veces tengo que sangrar abundantemente para saber que estoy viva.

***

EL MUSEO DE LA MEMORIA

Aprendemos del vivir en el Museo de la Memoria
como quien aprende de la muerte en las Enciclopedias:
sin olfatear jamás el cadáver.

Reproducimos el retrato, firma el tiempo.

De la tienda de souvenirs elegimos la sinfonía del eco primigenio
y le prendemos fuego nomás sacarla del empaque.
Que no vengan los de antes a cobrar las deudas,
que no vengan a manchar sunuestra obra.

Chilla distante el fundador oculto del Museo de la Memoria,
y suena distorsionado el pregón de quien le sucedió.
que luego repetimos en voz baja:

No serás el eco del tirano
No repetirás del victorioso el error

Pero nadie da sus nombres.
La música es hermosa, mas la letra erra.
Así que nos preguntamos:

¿Acaso yo escribí el diálogo?
¿Acaso yo encendí la mecha?

En las postales del cuadro más visitado del Museo de la Memoria,
una leyenda:

“Tanto mata quien raja la panza de la vaca
como quien le ata las patas
y quien aprende a comer.”

(Aquí también erra la letra.)

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