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5 poemas de Andrés Bello

5 poemas de Andrés Bello

Fue todo un erudito en su época:  filósofo, poeta, traductor, filólogo, ensayista, educador, político y diplomático. A continuación reproduzco 5 poemas de Andrés Bello.

Los duendes

Imitación de Víctor Hugo

I
No bulle
la selva;
el campo
no alienta.
Las luces
postreras
despiden
apenas
destellos,
que tiemblan.
La choza
plebeya,
que horcones
sustentan;
la alcoba,
que arrean
cristales
y sedas;
al sueño
se entregan.
Ya es todo
tinieblas.
¡Oh noche
serena!
¡Oh vida
suspensa!
La muerte
remedas.

II
¿Qué rüido
sordo nace?
Los cipreses
colosales
cabecean
en el valle;
y en menuda
nieve caen
deshojados
azahares.
¿Es el soplo
de los Andes,
atizando
los volcanes?
¿Es la tierra,
que en sus bases
de granito
da balances?
No es la tierra;
no es el aire;
son los duendes
que ya salen.

III
Por allá vienen;
¡qué batahola!
ora se apiñan
en densa tropa,
que hiende rápida
la parda atmósfera;
y ora se esparcen,
como las hojas
ante la ráfaga
devastadora.
Si chillan éstos,
aquéllos roznan.
Si trotan unos,
otros galopan.
De la cascada
sobre las ondas,
cuál se columpia,
cuál cabriola.
Y un duende enano,
de copa en copa,
va dando brincos,
y no las dobla.

IV
¿Fantasmas acaso
la vista figura?
Como hinchadas olas
que en roca desnuda
se estrellan sonantes,
y luego reculan
con ronco murmullo,
y otra vez insultan
al risco, lanzando
bramadora espuma;
así van y vienen,
y silban y zumban,
y gritan que aturden;
el cielo se nubla;
el aire se llena
de sombras que asustan;
el viento retiñe;
los montes retumban.

V
A casa me recojo;
echemos el cerrojo.
¡Qué triste y amarilla
arde mi lamparilla!
¡Oh Virgen del Carmelo!
aleja, aleja el vuelo
de estos desoladores
ángeles enemigos;
que no talen mis flores,
ni atizonen mis trigos.
Ahuyenta, madre, ahuyenta
la chusma turbulenta;
y te pondré en la falda
olorosa guirnalda
de rosa, nardo y lirio;
y haré que tu sagrario
alumbre un blanco cirio
por todo un octavario.

VI
¡Cielos! ¡lo que cruje el techo!
¡y lo que silba la puerta!
Es un turbión deshecho.
De lejos oigo estallar
los árboles de la huerta,
como el pino en el hogar.
Si dura más el tropel,
no amanecerá mañana
un cristal en la ventana,
ni una hoja en el vergel.

VII
San Antón, no soy tu devoto,
si no le pones luego coto
a este diabólico alboroto.
¡Motín semeja, o terremoto,
o hinchado torrente que ha roto
los diques, y todo lo inunda!
¡Jesús! ¡Jesús! ¡qué barahúnda!…
¿Qué significa, raza inmunda,
esa aldabada furibunda?
El rayo del cielo os confunda,
y otra vez os pele y os tunda,
y en la caverna más profunda
del inflamado abismo os hunda.

VIII
Ni por ésas. Parece que arroja
el infierno otro denso nublado,
o que el diablo al oírme se enoja;
y empujando el ejército alado,
el asalto acrecienta y aviva.
El tejado va a ser una criba;
cada envión que recibe mi choza,
yo no sé cómo no la destroza;
a tamaña batalla no es mucho
que retiemble, y que toda se cimbre,
cual si fuese de lienzo o de mimbre…
¿Es el miedo? o ¿quién anda en la sala?
Vade retro, perverso avechucho…
¡Ay! matóme la luz con el ala…

IX
¡Funesta sombra! ¡Tenebroso espanto!…
Amedrentado el corazón palpita…
y la legión de Lucifer en tanto,
reforzando la trápala y la bulla,
a un tiempo brama, gruñe, llora, grita,
bufa, relincha, ronca, ladra, aúlla;
y asorda estrepitosa los oídos,
mezclando carcajadas y alaridos,
voz de ira, voz de horror, y voz de duelo.
¡Qué fiero son de trompas y cornetas!
¡Qué arrastrar de cadenas por el suelo!
¡Qué destemplado chirrío de carretas!…
¡Ya escampa! Hasta la tierra se estremece,
y según es el huracán, parece
que a la casa y a mí nos lleva al vuelo…
¡Perdido soy!… ¡Misericordia, cielo!

X
¡Ah! Por fin en la iglesia vecina
a sonar comenzó la campana…
Al furor, a la loca jarana,
turbación sucedió repentina.
El tañido de aquella campana
a la hueste infernal amohína,
sobrecoge, atolondra, amilana.
Como en pecho abrumado de pena
una luz de esperanza divina;
como el sol en la densa neblina,
de los montes rizada melena;
el tañido de aquella campana,
que tan alto y sonoro domina,
y se pierde en la selva lejana,
el tumulto en el aire serena.

XI
¡Partieron! La sonante nota
a la hueste infernal derrota.
Uno a otro apresura, excita,
estrecha, empuja, precipita.
Huyó la fementida tropa;
no trota ya, sino galopa;
no galopa ya, sino vuela.
Por donde pasa la bandada,
una sombra más atezada
los montes y los valles vela,
y el luto de la noche enluta.
Como de leña mal enjuta,
que en el hogar chisporrotea,
de mil pupilas culebrea
rojiza luz intermitente,
que va señalando la ruta
de Satanás y de su gente.

XII
Cesó, cesó la zozobra.
A escape va la pandilla;
y la tierra se recobra
de la grave pesadilla
de esta visita importuna;
y la perezosa luna
sale al fin, y el campo alegra.
Allá va la sombra negra;
distante suena la grita
de la canalla maldita;
como cuando ciñe un monte
de nubes el horizonte,
y desde su oscuro seno
rezonga lejano trueno;
como cuando primavera
tus nieves ha derretido,
gigantesca cordillera,
y a lo lejos se oye el ruido
de impetuosa corriente
que arrastra una selva entera,
cubre el llano y corta el puente.

XIII
Mas a ti, ¿qué fortuna,
huerta mía, te cabe?
¿Respiras ya del grave
afán? ¿Injuria alguna
sufriste?… ¡Cuánta asoma,
entreabierta a la luna,
nueva flor! ¡Cuánto aroma
de rosas y alelíes
el ambiente embalsama!
No hay una mustia rama;
no hay un doblado arbusto.
Parece que te ríes
de tu pasado susto.

XIV
Sobre aquellos boldos
que a un pelado risco
guarnecen la falda,
al amortecido
rayo de la luna,
van haciendo giros.
Enjambre parecen
de avispas, que el nido
materno abandona,
despojo de niños
traviesos, y vuela
errante y proscrito.

XV
¡Desventurados!
Del patrio albergue
también vosotros
gemís ausentes;
vagar proscriptos
os cupo en suerte…
¡Terrible fallo!…
¡y eterno!… ¡Pesen
mis maldiciones,
blandas y leves,
sobre vosotros,
míseros duendes!

XVI
Hacia el cerro
que distingue
lo sombrío
de su tizne
-padrón negro
de hechos tristes-
vagorosas
ondas finge,
parda nube,
con matices
colorados,
como el tinte
que a la luna
da el eclipse;
y en la espira
que describe,
rastros deja
carmesíes…
¿En qué abismos,
infelice
nubecilla,
vas a hundirte?…
Ya los ojos
no la siguen;
ya es un punto;
ya no existe.

XVII
¡Qué calma
tranquila!
Tras leve
cortina
de gasa
pajiza,
la luna
dormita.
Al sueño
rendidas,
las flores
se inclinan.
El viento
no silba,
ni el aura
suspira.
Tú sola
vigilas;
tú siempre
caminas,
y al centro
gravitas,
¡oh fuente
querida!
ya turbia;
ya limpia;
ya en calles,
que lilas
y adelfas
tapizan;
ya en zarzas
y espinas.
¡Tal corre
la vida!

El himno de Colombia

Canción Militar Dedicada a S. E.
el Presidente Libertador Simón Bolívar.

Otra vez con cadenas y muerte
amenaza el tirano español.
Colombianos, volad a las armas,
repeled, repeled la opresión.

Suene ya la trompeta guerrera,
y responda tronando el cañón;
de la Patria seguid la divisa,
que os señala el camino de honor.

CORO
Suena ya la trompeta guerrera
y responde tronando el cañón;
ya la patria arboló su divisa,
que nos muestra el camino de honor.

¿Qué Patriota de nobles ideas
apetece la torpe inacción?
¿quién aprecia el reposo entre grillos?
Ciudadano, morir es mejor.

Libertad, haz que dulce resuene
de Colombia a los hijos tu voz;
que jamás uno solo se afrente,
prefiriendo la vida al honor.

CORO
Libertad, ¡oh cuán dulce que suena
de Colombia a los hijos tu voz!
No será que uno solo se afrente
prefiriendo la vida al honor.

De la Patria es la luz que miramos,
de la Patria la vida es un don.
Verteremos por ella la sangre,
por un bárbaro déspota no.

Libertad es la vida del alma;
servidumbre hace vil al varón.
Defender a un tirano es oprobio;
perecer por la Patria es honor.

CORO
Libertad es la vida del alma;
servidumbre hace vil al varón.
Defender a un tirano es oprobio,
perecer por la Patria es honor.

Defended este suelo sagrado,
que crecer vuestra infancia miró;
en que yacen cenizas heroicas,
en que reina una libre nación.

Recordad tantas prendas queridas,
de la esposa el abrazo de amor,
de los hijos el beso inocente,
de los Padres la herencia de honor.

CORO
Defendamos la patria querida
que nos guarda las prendas de amor;
defendamos los caros hogares;
conservemos la herencia de honor.

Recordad los patriotas ilustres
que cobarde crueldad inmoló.
¿No escucháis que apellidan venganza?…
Embestid a esa turba feroz.

Recordad del Araure los campos,
que el valor colombiano ilustró;
a Junín, Boyacá y Ayacucho,
monumentos eternos de honor.

CORO
Recordemos de Araure los campos
que el valor colombiano ilustró;
a Junín, Boyacá y Ayacucho,
monumentos eternos de honor.

¿Veis llegar las legiones venales,
que conduce a la lid la ambición?
Contra pechos de libres patriotas
impotente será su furor.

Atacad; una fe mercenaria
poco da que temer al valor.
Por victoria hallarán escarmiento,
por botín llevarán deshonor.

CORO
Avanzad, oh legiones venales,
que conduce a la lid la ambición;
por victoria hallaréis escarmiento
por botín llevaréis deshonor.

El cóndor y el poeta

Diálogo

POETA
-Escucha, amigo Cóndor, mi exorcismo;
obedece a la voz del mago Mitre,
que ha convertido en trípode el pupitre;
apréstate a una espléndida misión.

CÓNDOR
-¡Poeta audaz, que de mi aéreo nido
en el silencio lóbrego derramas
cántico misterioso! ¿a qué me llamas?
Yo sostengo de Chile el paladión.

POETA
-No importa; es caso urgente, es una empresa
digna de ti, de tu encumbrado vuelo,
y de tus uñas; subirás al cielo,
escalarás la vasta esfera azul.

CÓNDOR
-¿Y qué será del paladión en tanto,
cuya custodia la nación me fía?

POETA
-Puedes encomendarlo por un día
a las fieles pezuñas del Huemul.

CÓNDOR
Pero el camino del Olimpo ignoro.

POETA
-Mientes; tú hurtaste al cielo, ave altanera,
en pro de nuestros padres, la primera
chispa de libertad que en Chile ardió.

CÓNDOR
-¡Falaz leyenda! ¡Apócrifa patraña!
Robaba entonces yo por valle y cumbre,
según mi antigua natural costumbre;
monarca de los buitres era yo.
Años después, llamáronme, y conmigo
vino esa pobre, tímida alimaña,
de los andinos valles ermitaña;
y, el paladión nos dieron a guardar.
Mal concertada yunta, que, algún día,
recordando los hábitos de marras,
estuve a punto de esgrimir las garras,
y atroz huemulicidio ejecutar.

POETA
-¡Oh mente de los hombres adivina!
¡Oh inspiración profética! No sabes,
alado monstruo, espanto de las aves,
el oculto misterio de esa unión.

¡Junto a la mansa paz, atroz instinto
de pillaje y de sangre! ¡Incauto el uno,
audaz el otro en tentador ayuno,
y de la Patria en medio el paladión!

Tremendo porvenir, yo te adivino,
pero no tiemblo. Es fuerza te abras paso
de la ilustrada Europa al rudo ocaso;
está en el libro del destino así.

Sus últimos destellos da la antorcha
que el hijo de Japeto trajo al mundo;
suceda al viejo faro moribundo
joven tizón, ardiente, baladí.

CÓNDOR
-No sé, poeta, interpretar enigmas;
no entiendo de tizones ni de faro.
Deja los circunloquios, y habla claro.
¿De qué se trata? Explícate una vez.

POETA
-De aquel fuego sagrado que trajiste
¿niégaslo en vano? a un ínclito caudillo,
apenas queda agonizante brillo;
nos viene encima infausta lobreguez.
Renovarlo es preciso.

CÓNDOR
-¿Cómo?

POETA
-Debes
seguir del sol la luminosa huella,
sorprenderle, robarle una centella,
metértela en los ojos, y escapar.

CÓNDOR
-Muy bien; me guardo el fuego en las pupilas,
cual si fueran volcánicas cavernas.
¿Y qué haré luego de mis dos linternas?

POETA
-Quiero a Chile con ellas incendiar.

CÓNDOR
-¿Incendiarlo? ¿Estás loco? ¿De eso tratas?

POETA
-Incendiarlo pretendo en patriotismo;
abrasarlo, molondro, no es lo mismo;
quiero hacer una inmensa fundición.
Quiero llamas que cundan pavorosas,
descomunales llamas, llamas grandes,
que derritan la nieve de los Andes
y la de tanto helado corazón.

¿Abrasar? ¡Linda flema! -¿Es tiempo ahora
de contentarse con mezquinas brasas
que den pálida luz, chispas escasas,
como para el abrigo de un desván?
No, señor; vasto incendio, llamas, llamas,
que unas sobre las otras se encaramen,
y levantando rojas crestas bramen,
y les sirva de fuelle un huracán.

Despacha, pues; arranca; desarrolla
el raudo vuelo; tiende el ala grave,
como la parda vela de la nave
cuando silba en la jarcia el vendaval.
Vuela, vuela, plumífero pirata;
recuerda tu nativa felonía;
asalta de improviso al rey del día
en su carroza de oro y de cristal.

CÓNDOR
-Ya te obedezco, y tiendo como mandas,
el ala; aunque eso de tenderla un ave
no ligera ni leve, sino grave,
para tanto volar no es lo mejor.
Y si de más a más tenderla debo,
como la parda vela el navegante
cuando oye la tormenta resonante
que amenazando silba, peor que peor.

Que no desplega entonces el velamen,
antes amaina el cauto marinero,
y aguanta a palo seco el choque fiero,
si salvar piensa al mísero bajel.
Así lo vi mil veces, revolando
entre las nubes negras, cuando hinchaba
la Mar del Sur sus ondas, y bregaba
contra la tempestad el timonel.

POETA
-No lo entiendes: la nave del Estado
es la que yo pintaba; y la maniobra
a que apelamos hoy, cuando zozobra,
no es amainar, estúpido ladrón.

CÓNDOR
-¿Pues qué ha de hacer entonces el piloto?

POETA
-Según doctrina de moderna escuela,
debe correr fortuna a toda vela,
sin bitácora, sonda, ni timón.
Si tú leyeras, avechucho idiota,
gacetas nacionales y extranjeras,
la ignorancia en que vives conocieras;
todo ha cambiado entre los hombres ya.

Altos descubrimientos reservados
tuvo el destino al siglo diecinueve;
hoy en cualquiera charco un niño bebe
más que en un hondo río su papá.
¡Oh siglo de los siglos! ¡Cual machacas
es tu almirez decrépitas ideas!

¡Qué de fantasmagorías coloreas
en el vapor del vino y del café!
¡No era lástima ver encandilarse
los hombres estudiándose a sí mismos;
y tras mil embrollados silogismos,
salir con sólo sé que nada sé!

¡Ea, pues! ¡A la empresa! Bate el ala,
y apercibe también las corvas uñas,
y guárdate de mí si refunfuñas,
lobo rapaz, injerto de avestruz.

CÓNDOR
¿volando? -Ama aún el buitre robador su nido;
Chile, a traerte voy, no la centella
que incendiando devora, sino aquella
que da calor vital y hermosa luz.

Égloga

Tirsis, habitador del Tajo umbrío,
con el más vivo fuego a Clori amaba;
a Clori, que, con rústico desvío,
las tiernas ansias del pastor pagaba.
La verde margen del ameno río,
tal vez buscando alivio, visitaba;
y a la distante causa de sus males,
desesperado enviaba quejas tales:
No huye tanto, pastora, el corderillo
del tigre atroz, como de mí te alejas,
ni teme tanto al buitre el pajarillo,
ni tanto al voraz lobo las ovejas.
La fe no estimas de un amor sencillo,
ni siquiera, inhumana, oyes mis quejas;
por ti olvido las rústicas labores,
por ti fábula soy de los pastores.

“Al cabo, al cabo, Clori, tu obstinada
ingratitud me causará la muerte;
mi historia en esos árboles grabada
dirá entonces que muero por quererte;
tantos de quienes eres adorada
leerán con pavor mi triste suerte;
nadie entonces querrá decirte amores,
y execrarán tu nombre los pastores.

“Ya la sombra del bosque entrelazado
los animales mismos apetecen;
bajo el césped que tapiza el prado,
los pintados lagartos se guarecen.
Si afecta las dehesas el ganado,
si la viña los pájaros guarnecen,
yo solo, por seguir mi bien esquivo,
sufro el rigor del alto can estivo.

“Tú mi amor menosprecias insensata,
y no falta pastora en esta aldea
que, si el nudo en que gimo, un dios desata,
con Tirsis venturosa no se crea.
¿No me fuera mejor, di, ninfa ingrata,
mis obsequios rendir a Galatea,
o admitir los halagos de Tirrena,
aunque rosada tú, y ella morena?

“¿Acaso, hermosa Clori, la nevada
blancura de tu tez te ensoberbece?
El color, como rosa delicada,
a la menor injuria se amortece.
La pálida violeta es apreciada,
y lánguido el jazmín tal vez fallece,
sin que del ramo, que adornaba ufano,
las ninfas le desprendan con su mano.

“Mi amor y tu belleza maldecía,
tendido una ocasión sobre la arena,
y Tirrena, que acaso me veía,
-¡oh Venus, dijo, de injusticias llena;
lejos de unir las almas, diosa impía,
las divide y separa tu cadena!…
De Clori sufres tú las esquiveces,
y yo te adoro a ti que me aborreces.-

“¡Ah! No sé por qué causa amor tan fino
puede ser a tus ojos tan odioso;
cualquier pastor, cuando el rabel afino,
escucha mis tonadas envidioso.
¿No cubre estas praderas de contino
mi cándido rebaño numeroso?
¿Acaso en julio, o en el crudo invierno,
me falta fruto sazonado y tierno?

“Ni tampoco es horrible mi figura,
si no me engaño al verme retratado
en el cristal de esa corriente pura;
y a fe que a ese pastor afortunado
que supo dominar alma tan dura,
si a competir conmigo fuese osado,
en gentileza, talle y bizarría,
siendo tú misma juez, le excedería.

“Ven a vivir conmigo, ninfa hermosa;
¡ven! mira las Drïadas, que te ofrecen
en canastos la esencia de la rosa,
y para ti los campos enriquecen.
Para ti sola guardo la abundosa
copia de frutos que en mi huerto crecen;
para ti sola el verde suelo pinto
con el clavel, la viola y el jacinto.

“Acuérdate del tiempo en que solías,
cuando niña, venir a mi cercado,
y las tiernas manzanas me pedías
aún cubiertas del vello delicado.
Desde la tierra entonces no podías
alcanzar el racimo colorado;
y después que tus medios apurabas,
mi socorro solícita implorabas.

“Entonces era yo vuestro caudillo,
mi tercer lustro apenas comenzado,
sobresaliendo en el pueril corrillo,
como en la alfombra del ameno prado
descuella entre las yerbas el tomillo.
Desde entonces Amor, Amor malvado,
me asestaste traidor la flecha impía
que me atormenta y hiere noche y día.

“¡Ah! Tú no sabes, Clori, qué escarmiento
guarda Jove al mortal ingrato y duro;
hay destinado sólo a su tormento
en el lóbrego Averno un antro oscuro;
en su carne cebado, un buitre hambriento
le despedaza con el pico impuro,
y el corazón viviente devorado
padece a cada instante renovado.

“Mas, ¡ay de mí! que en vano, en vano envío
a la inhumana mi doliente acento.
¿Qué delirio, qué sueño es este mío?
Prender quise la sombra, atar el viento,
seguir el humo y detener el río.
Y mientras lo imposible loco intento,
tengo en casa la vid medio podada,
y en el bosque la grey abandonada.

“¿Qué fruto saco de elevar al cielo
esta continua lúgubre querella?
Ni encender puedo un corazón de hielo,
ni torcer el influjo de mi estrella.
Si Clori desestima mi desvelo,
sabrá premiarle otra pastora bella.
Ya baja el sol al occidente frío;
vuelve, vuelve al redil, ganado mío”.

A la nave

¿Qué nuevas esperanzas
al mar te llevan? Torna,
torna, atrevida nave,
a la nativa costa.

Aún ves de la pasada
tormenta mil memorias,
¿y ya a correr fortuna
segunda vez te arrojas?

Sembrada está de sirtes
aleves tu derrota,
do tarde los peligros
avisará la sonda.

¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,
mientras el mar las conchas
de la ribera halaga
con apacibles olas.

Presto erizando cerros
vendrá a batir las rocas,
y náufragas reliquias
hará a Neptuno alfombra.

De flámulas de seda
la presumida pompa
no arredra los insultos
de tempestad sonora.

¿Qué valen contra el Euro,
tirano de las ondas,
las barras y leones
de tu dorada popa?

¿Qué tu nombre, famoso
en reinos de la aurora,
y donde al sol recibe
su cristalina alcoba?

Ayer por estas aguas,
segura de sí propia,
desafiaba al viento
otra arrogante proa;

Y ya, padrón infausto
que al navegante asombra,
en un desnudo escollo
está cubierta de ovas.

¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo
no tuerces? ¿Orgullosa
descoges nuevas velas,
y sin pavor te engolfas?

¿No ves, ¡oh malhadada!
que ya el cielo se entolda,
y las nubes bramando
relámpagos abortan?

¿No ves la espuma cana,
que hinchada se alborota,
ni el vendaval te asusta,
que silba en las maromas?

¡Vuelve, objeto querido
de mi inquietud ansiosa;
vuelve a la amiga playa,
antes que el sol se esconda!

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