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5 poemas de Cheran

5 poemas de Cheran

La poesía de Cheran resiste cualquier categorización. La poesía ha sido una fuerza fundamental en su vida; en palabras del poeta checo Jaroslav Seifert (1901–1986): “Como amar, como el hambre, como la plaga, como la guerra”. Cheran escribe como un testigo de la tumultuosa historia de su Sri Lanka natal. Desde 1993 vive en Canadá y confiesa que sus sueños «son sobre mis años formativos en Jaffna”. Dice que nunca sueña sobre Canadá u otros países en los que ha vivido o por los que ha viajado. Y que supone “que es por el trauma histórico que hemos sufrido los tamiles, y que es el motor que hace que siga escribiendo”.

Zenda publica cinco poemas de su libro Siembra solo palabras (editorial Navona).

1. UN DÍA DE LLUVIA

¿Recuerdas
aquel día de lluvia?

El atardecer
empezó con un tono dorado,
y terminó con un aguacero.

Montabas tu bicicleta a mi lado,
a cierta distancia,
pero nuestras sombras, por alguna razón,
bailaban entre nosotros, entrelazadas,
mientras oscurecía el cielo
y moría el polvo
bajo una lluvia infinita.

Nos protegimos del agua
en una cabaña cercana, y nos secamos la cara;
nos goteaban las manos.

¿Recuerdas
aquel día de lluvia?

Completamente empapados, la tinta corrida,
nuestros apuntes de clase
quedarían sin revisar.

Azotando las ramas de las palmeras,
arrasando las hojas de las majagüillas,
aquel día el viento pareció aliarse con el propio mar.
¡Y cómo llovía!

Tú estabas junto a mí,
y la humedad saturaba la cabaña.
A través de la densa, llorosa oscuridad de la lluvia
en una sencilla línea, la luz
recorre el cielo, y se esfuma.

Un relámpago, exclamas,
pero ya no está cuando vuelvo a mirar.
Mientras acechamos el siguiente,
restalla un trueno.

Desde tu rostro surcado por el agua
un mechón de cabellos húmedos
resbala hasta el cuello;
una oveja perdida.

La lluvia se torna una lenta llovizna;
regresamos a nuestro camino
retomando la calle.

Diablos humanos nos acechan
sus miradas se dirían flechas
lanzas que nos atraviesan.
Pero la calle se quiebra y se esfuma
cuando estamos juntos.

Y otra vez la llovizna;
tú y yo juntos, resguardados
tras la oscuridad de las nubes.

¿Recuerdas
aquel día de lluvia?

2. EL MAR

Contra la orilla
se elevan las olas, con crestas de espuma,
los brazos abiertos
para abrazar a la tierra.

Desde el evasivo horizonte
a la orilla más cercana forrada de arena
un pálido velo azul se desliza,
resbala, se desvanece.

A veces, milagrosamente quieta,
la vasta extensión se despliega,
mirando arriba hacia el cielo,
abajo a la tierra.

En la oscuridad de la última tarde,
como hojas de palmera
levantando y agachando la cabeza,
se elevan las olas
abrazando lo oscuro.
Abrazando lo oscuro
se elevan las olas.

Entonces, a veces,
los botes zozobran camino a tierra,
los remos salpican,
arrojando hojuelas de luz.

Las olas lamiendo la orilla
agrandan
dentro de mí

el mar.

3. UNA TARDE, MIENTRAS LLEGAN LOS BOTES

Sobre mis profundas huellas
hundidas en la arena dorada
las hojas de pandanus
se van extendiendo.
Mientras las hojas de cocotero
bambolean con el viento,
el cielo se espeja en el agua,
y el azul en la distancia
se disuelve en otro azul.

Blancas velas
lentas se acercan a casa desde el horizonte
rasgando nubes opacas y protectoras.

La cortina de la noche aún no ha caído
sobre el atardecer,
pero la luz del sol, suavemente,
se evapora.

Los botes canturrean camino a casa
hacia la orilla.
En el mar abierto
todavía
se deslizan las velas.

Hasta que el amanecer
se desperece y se eleve
los botes descansarán en la orilla
bajo la media luna.

4. DÍA

La vereda de bambú de la orilla
del sinuoso río amarillo,
ahí es donde te encuentras.

Sabes
que no entiendo
tu idioma,
sin embargo, insistes
en gritarme.
Yo solo sé hablar
en mi idioma.
Eso te pone furiosa,
¿pero qué puedo hacer?

Una y otra vez
me escribes cartas
en tu idioma.
Pero ahora,
que no queda amor
entre nosotros,
ya no puedo hacer el esfuerzo.
Pues ahora, la pérdida puede ser mía.
Así, romperé en pedazos tus cartas
y las arrojaré a las llamas.

En los días venideros,
mi gente
también hará eso.

Cuando sople el viento,
en la vereda de bambú de la orilla del río
un fuego se prenderá.
Y también,
llegará hasta tu casa.

5. SEPARACIÓN

Ramilletes de jazmín colgaban de las vides
y capullos de nenúfar poblaban el lago,
al borde de los ribazos
habían florecido los palofierros.
Y yo lo contemplaba.
«Así habría de ser la primavera»,
dijiste tú, y te fuiste. Aquel día.

Hoy
sobre la rama de un haya cobriza
un ave solitaria se estremece
encogiendo las alas,
una nube
lista para un errar largo como la vida,
y al borde de las orillas del lago
erguida sobre una sola pata
una garza solitaria
practica austeridades.

Autor: Cheran. Título: Siembra solo palabras. Editorial: Navona. Venta: Amazon

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