En los versos de este libro resuena la búsqueda por la que ya clamaba el poeta sufí Farid ud-Din Attar en El lenguaje de los pájaros. Y es que, en el fondo, seguimos entonando una salmodia para descubrir el origen del anhelo que nos guía.
En Zenda reproducimos cinco poemas de El canto del Ney (Renacimiento), de Juan José Cerezo Manchado.
***
La sed que nos separa
Solo hay silencio en esta habitación.
Siento una soledad tan infinita
que dudo de si existo.
No acierto a conocerme.
No percibo ni el eco de mis pasos.
Me descubro en el fondo de un profundo vacío
donde ya no me aguarda ni el auxilio de Dios.
Él está destruyendo todo en mí.
Sin embargo, me ahoga
una sed innombrable
que me arrastra despacio hasta un triste destino.
Esta sed infinita,
a la que tan en vano me abandono,
ni siquiera me sacia con su impulso constante,
pues tan solo conduce a seguir más sediento
de tu clara presencia.
Esta sed que es mi escudo,
mi último bastión, mi único sendero conocido,
me separa de ti.
Llévatela, muy pronto, mi Señor,
que no quiera aferrarme a su desdicha,
y quede libre para ir a tu lado
con la fe verdadera del que no tiene nada.
***
La tela
… rompe la tela de este dulce encuentro.
San Juan de la Cruz
Has rasgado la tela
que impedía este encuentro.
Manejaste mi mano
para romper la urdimbre
que había entre nosotros.
Mi cuerpo, que por siempre, custodiase mi alma,
se me antoja inservible
en esta nueva vida que dispones,
y, cual simple artificio,
sigue, ciego, tu voz,
sumido en la completa voluntad
de tus propósitos.
Al observar la tela desgarrada
un fervor me domina
y mi ser se diluye en tus aguas eternas:
-sin dejar de ser mío solo a ti pertenece-.
Ahora, no lo dudo, me acompañas;
un milagro escondido se halla dentro de mí.
Tu presencia invisible me conforta
en cada nuevo paso del camino.
***
Mi tristeza
Esta honda tristeza
–que me domina siempre que te escondes–
se diluye en las cosas cotidianas
y, acaso, no la trato
como ella se merece,
pues su lamento es luz donde descubro
que el brillo de tu amor llegó a mis ojos.
Al final, la confundo, nombrada en otros sitios
que no le corresponden:
la pérdida constante del curso de los años,
deseos que no aguardan lugar para cumplirse,
o, a veces, simplemente,
la apatía del otro cuando esperas
su mano o su consuelo.
Aunque intuyo la forma de hacerla más presente,
y no es otra que amarla sin reparos
–desnuda en mi interior–
como un niño asustado que se acuna
y se acoge con celo hasta llamarla
despacio por su nombre:
Mi querida tristeza, reflejo cristalino
de mi ignota nostalgia por tu rostro.
Ella es mi única verdad;
el sólido bastión que me permite
descubrir tu existencia indemostrable
en este mundo incierto
que duda confundido a cada paso.
***
Mi póstumo regalo
¿Y si este libro –el póstumo mensaje
grabado a fuego lento
en la carne sumisa del papel–
fuera el camino que conduce
de forma más segura hasta su dicha?
Los versos que hoy escribo
no solo son capaces de advertir su presencia
y señalar el rumbo hacia su encuentro,
sino que son estelas encendidas
que demuestran su paso entre nosotros
y conceden la luz que le descubre.
La prueba que mañana nos indique
que podemos llegar a conocerle
con tan solo decir estas palabras
que él no ha de pronunciar,
pero que han de posarse en vuestros labios
–como un ave que viene del origen–
a leer con vosotros mis poemas.
***
Despedida
Te acercas a mi lecho
y te descalzas cuidadoso:
Pisas suelo sagrado,
pues sacro es el lugar
donde un hombre se postra
para esperar la muerte.
Ya ves que las facciones que conforman mi rostro
cambiaron de inmediato en pocos días.
Y aquello que podía definirme
apenas se divisa en mi mirada.
Solo queda una luz
que ya no se parece, de tan débil,
al antiguo fulgor que brillaba en mis ojos.
Y, ahora que su herida
ha dejado su huella
en cada cicatriz,
puedo verle a lo lejos y seguir el sendero
que me lleva a su lado.
Hoy estoy convencido de iniciar mi andadura.
No debes recordarme por mi nombre
sino por la manera
que el dolor ha querido darme forma.
Ya no me llamo Juan José.
Y no existe lenguaje
que pueda describirme con palabras,
pues qué son las palabras sino espejos
donde los otros pueden revivirnos
pensando que nos miran sin vernos realmente.
Pero no tengas miedo,
y por última vez coge mi mano
antes de que mi cuerpo me abandone
y empiece mi partida.
Bien sabes que a quien nada puede atarle
no le importa viajar hacia lo ignoto.
El afán por su encuentro
puede más que lo oscuro del camino.
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Autor: Juan José Cerezo Manchado. Título: El canto del Ney. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros.
BIO
Juan José Cerezo Manchado (1984) publicó en 2010 su primer libro Nuevo manual de inexperiencias premiado en el concurso Universidad de Navarra, donde el poeta curso su licenciatura de medicina. Posteriormente el autor publicaría La fragua de los días (Renacimiento,2015) que sería finalista en el premio internacional de poesía joven Martin García Ramos. Posteriormente lanzó a la imprenta Vosotros (Renacimiento,2020) galardonado con el premio de poesía Francisco Sánchez Bautista. En diciembre de 2024 el poeta es finalista del premio mundial de poesía mística Fernando Rielo con su poemario El canto del ney (Renacimiento, 2025).


Oh! dulce tristeza de aquellos años en que aún podía sonreír.