Una mujer lleva una vida ordinaria en Brooklyn, escribe poesía, tiene novio y gato, y sueña con ser seducida por congéneres mayores. Y un día conoce a otra mujer en un bar, se deja llevar por el deseo y descubre que puede dejar atrás su pasado.
En Zenda ofrecemos cinco poemas de En parejas (Navona), de Maggie Millner.
***
Me convertí en mí misma.
Me convertí en mí misma.
No, siempre fui yo misma.
No hay nadie más como yo misma.
No tendría que haber vuelto mis ojos
hacia adentro, pensaba, si pudiera dirigir mis ojos
hacia él; el ser a quien amaba.
Pero estaba equivocada. Mi mirada amaba
todo lo que veía.
Y entonces un día lo que veía
era un espejo. Y él no estaba en ninguna parte
en el espejo. Y ella estaba por todas partes.
***
Cuando estaba con ella, la experiencia
física de mi placer —la pequeña
muerte— conseguía que la infecta cuestión
de si yo estaba o no en posesión
de una única y clara identidad
fuera irrelevante. Entonces yo era algo más:
un suave vacío. Una red de algún tipo.
Ni culpa ni edad. Ningún adjetivo.
***
De niña, siempre que alguien decía matar el tiempo, te imaginabas a una mujer vestida con una torera de seda que apuñalaba con una daga una pared de gelatina incolora. Así es como te sentías al repartir las colchas, la cubertería de eBay, los libros: como una persona vengativa con un arma en la mano. Parecía imperdonable poner fin a algo a propósito, especialmente cuando veías tan viva la vida que habíais tenido juntos: un animal simbiótico que habías criado con él, ahora tirando de su cuerda. Peludo y hambriento, y mirándote con la impávida expresión de una vaca de granja: un rostro tan suave, desolado e inocente,
que tenías que ser un monstruo para no quererle.
***
En la ciudad, tus ojos son para los árboles, pero en el bosque buscan por todas partes la plata. Viviste una larga temporada junto al mar, pero nunca pudiste ver en él tu propio reflejo, así que te marchaste, cogiste todos tus bártulos y te marchaste. Olvidaste intentar amarlo por sí mismo, que es una especie de característica tuya. Todo el día admirando la tormenta allá afuera, al otro lado de la ventana, por su temeridad, luego excitándote como un perro mal educado. Y qué brillante estaba la bicicleta apoyada en la calle bajo la lluvia. Y qué felices hacía a los robles, que era lo único con vida en el cuadro. Otro día habría podido intervenir la cortina de terciopelo color mostaza, pero esa tarde estaba echada, y además te molestaba incluso que estuviera allí, amenazando con quitarte la vista. Querías decirle a la cortina: ¿Cuáles son tus intenciones con mi hija?, como si la ventana fuera tu hija y hubiese salido de ti revuelta con todo lo que contenía entre sus batientes: la lluvia, la cerca, sus pequeños clavos plateados. Como si el mundo entero hubiese salido de ti con la ventana, hubiera pasado a existir a través de la ventana de tu cuerpo, y ahora le devolvieses resueltamente la mirada: tu estructura de hueso, tu grifo de sangre,
el único lugar del que nunca podrás apartarte.
***
Podrías haber tenido todo lo que querías,
si hubiese sido lo que querías.
Avanzas por el parque al atardecer,
plátanos, viento, niños que se mecen
en los columpios y emiten el sonido exacto de la humanidad.
Miras cómo todo se mueve de acuerdo con la gravedad
y alcanza tu órgano de percepción
según las cualidades del oxígeno y de la iluminación…
Te llevas la manzana a la boca y te apetecería
un poco de mantequilla de cacahuete que la haría
distinta. Y qué. Te agrada lo que te agrada.
Un hombre de aspecto familiar se baja
de una bici bajo una rama llena de pájaros que parlotean
y que pertenece, ahora te das cuenta,
al mismísimo olmo Camperdown descrito por Marianne
Moore. Dos elementos no conforman un modelo.
Alcanzaste a un alto precio
el probable sentido de tu vida, y debes aceptar,
después de todo, que no era realmente
ese aunque, sí, estaba en el proceso.
Esta ciudad está superada por completo
con historias como esta, que son la verdadera
fuente de su escalofriante electricidad, su fuerza
de seducción. Eso y los bagels.
Sigues adelante, practicando tus ejercicios de Kegel,
pasas frente a una boda en la barraca para barcas
de Lullwater, deliciosa forma de llamarla,
tomada de esa zona del lago. Y vas
a perder otra vez. Y da igual lo que hagas
no puedes no querer. Sumerge el pie
si lo deseas. Por qué no. Nadie te ve.
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Autora: Maggie Millner. Traductora: Flàvia Company i Navau. Título: En parejas. Editorial: Navona. Venta: Todos tus libros.
BIO
Maggie Millner es escritora, poeta, profesora en la universidad de Yale y editora sénior en The Yale Review. Sus poemas se han publicado en The New Yorker, Poetry, The Kenyon Review, BOMB, The Nation y otros medios reconocidos.
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