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5 poemas de Eugenio Gerardo Lobo

5 poemas de Eugenio Gerardo Lobo

Fue calificado como el «mejor imitador» de Góngora y conocido como el «capitán poeta» por sus ensayos épicos en los que narró las campañas militares en las que participó. A continuación reproduzco 5 poemas de Eugenio Gerardo Lobo.

Romance

De la mejor biblioteca
de este país, mi atención
remite esos tomos; nadie
tan sabio como su autor.
Sobre la misma materia
van, de buen comentador,
unos chorizos al margen,
a manera de adición.
Repásalos poco a poco,
pues que más se aprovechó
en bucólicas de plato
que en ideas de Platón.
Deja a Cartesio, a Diveo,
Maignan, Gasendo y Bacón,
que aunque todos saben bien,
un pernil sabe mejor.
¿Qué te importa que sea el todo
entidad distinta o no
de sus partes, si lo mismo
son torreznos que jamón?
Deja que materia y forma
se distingan en rigor,
pues que nunca te deshace
el pernil la distinción.
Deja que el continuo sea
de infinita división,
como siempre en tu cocina
sea continuo el asador.
Que obre immediate o mediate
la sustancia, ¿qué importó,
cómo en tu estómago ejerzan
las lonjas su operación?
Que sea entidad separable,
y no modo, la calor,
nada importa, como tú
hagas bien la digestión.
Que la privación se tenga
por principio, no es error,
mientras no haya en los principios
de tu mesa privación.
No niegues a la materia
su infinita partición,
y sacarás más lonjitas
que los átomos del sol.
¿Qué sirve que el microscopio
haga al mosquito capón,
si microscopio no tiene
el paladar ni el sabor?
Sin la costa de alambiques,
sin fatiga y sin sudor
hallarás el caput mortuum,
en haciendo un chicharrón.
En manos de la disputa
el cielo al mundo dejó;
bien se le conoce al pobre
la asistencia del tutor.
Aristóteles, Teofrasto,
Pitágoras y Zenón
jamás pudieron saber
la esencia de un caracol.
Un jerónimo, Agustino,
Crisóstomo y Besarión
supieron más; pero en esto
se burlaba el Hacedor.
En el océano inmenso
de este escondido primor
no hay que buscar los tamaños:
toda ballena es ratón,
También en tales quimeras
gastaba algún tiempo yo,
y en mi vida supe cómo
se establece un cañamón.
Y así, mudando sistema,
pasé a sargento mayor,
y establecí por principio,
pura potencia, al doblón.
De aquí las formas deduzco
de vivir mucho mejor,
porque sin él cualquier cosa
es un ente de razón.
Ésta sí que es crisopeya,
pues haciendo un tres de un dos,
se convierten luego en plata
los yerros de mi renglón,
No me aventajara Lulio
en manejar el crisol,
a no podrirme los polvos
la santa restitución.
Y por fin, lleva sabido
que, sin caudal, es Catón
actus entis in potentia
prout in potentia. Y adiós.

A Marsia, cubriéndose los ojos con la mano

A tu esplendor se opone soberano
de candor sensitivo nube helada,
porque a poder tu luz ser eclipsada,
lo pudiera ser sólo de tu mano.

Escrúpulo viviente más lozano,
solicita a tu sol Clicie nevada,
y, celosa de puro enamorada,
le da en poco cristal mucho oceano.

De breve oposición blanca osadía,
sepulcro y cuna le aplicó en una hora
a la de luces doble monarquía.

A Marsia, llorando

Tanto a tus ojos claros desafía
el tirano dolor que el alma siente,
que a los diluvios de cristal corriente
todas sus luces tu beldad les fía.

Vivo el cuidado, mustia la alegría,
dio sepulcro a tu sol tu mismo oriente;
y, a pesar del ahogo, se consiente
más triste si no menos bello el día.

Fue de tus luces providencia rara
el que a un afán el llanto las rindiera,
y en derretido aljófar anegara;

y a los activos rayos de tu esfera
fue preciso que el agua los templara,
porque el mundo a su ardor no se encendiera.

Define un amante su amor y declara su cuidado

Arder en viva llama, helarme luego,
mezclar fúnebre queja y dulce canto,
equivocar la risa con el llanto,
no saber distinguir nieve ni fuego.

Confianza y temor, ansia y sosiego,
aliento del espíritu y quebranto,
efecto natural, fuerza de encanto,
ver que estoy viendo y contemplarme ciego;

la razón libre, preso el albedrío,
querer y no querer a cualquier hora,
poquísimo valor y mucho brío;

contrariedad que el alma sabe e ignora,
es, Marsia soberana, el amor mío.
¿Preguntáis quién lo causa? Vos, Señora.

Enviando una cesta de jazmines a una dama

Envidiosa es porción de tu blancura
esa que hoy de una verde celosía,
para honrar a tu mano, hurtó la mía,
ésta si cortesana, aquella pura.

El alba bella entre ámbares supura
en su limpio cambray sustancia fría,
madrugando más éste que otro día
y más que a otros crecida su ventura.

Y si ignoras el nombre a estos lozanos
jóvenes que te ofrezco a celemines
-que con serlo, se miran todos canos-

fácilmente creeré que lo adivines
si entre ellos mezclas, Lísida, tus manos.
Si los tocas, verás que son jazmines.

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