Cuando en 1974 Nazario Luque Vera se traslada con todos sus bártulos y una ilusión a prueba de bombas a la capital catalana, Barcelona era una de las capitales europeas de la cultura. Un hecho indiscutible que se vio favorecido por la circunstancia de que buena parte de los componentes del llamado boom hispanoamericano, atraídos por las editoriales de prestigio y por el aire predemocrático que ya se percibe en el ambiente, se habían convertido en asiduos caminantes de sus calles, en parroquianos habituales de sus más relevantes cafés. Para un dibujante, Barcelona es la ciudad soñada, “un hervidero de gente que te miraba por la calle y te sonreía”. Y también la ciudad “de váteres públicos rebosantes de hombres que te mostraban la polla desinhibidos, y de cines, como el Arnau, donde los maricones campaban a sus anchas”. Porque Nazario busca el lugar adecuado en el que poder desarrollar su talento, y, asimismo, la libertad suficiente para no tener que disimular su homosexualidad, que, en estas páginas, sin tapujos ni cortapisas, proclama a los cuatro vientos, aportando detalles que a veces resultan un tanto crudos y escabrosos.
A pesar de ello, la obra se lee con agrado. Su prosa es fluida y no faltan anécdotas con las que entretener y mantener en vilo al lector más exigente. Es, como diría Gómez de la Serna a propósito del estilo de Gutiérrez-Solana, una prosa con tropezones. Deliciosos tropezones que nos recuerdan los primeros años del cine de Almodóvar, a quien cita en alguna ocasión a lo largo de estas páginas.
El género que aborda el autor, en donde abunda lo particular e íntimo, no anula por completo la presencia de ciertos juicios que nos va ofreciendo como verdaderas perlas que invitan a la reflexión. De este modo, hay una parte pedagógica cuando se refiere, por ejemplo, a las condiciones que requiere un tebeo para ser considerado underground: el haber sido realizado libremente, sin la intervención de la censura y que hubiera sido autoeditado al margen de editores foráneos. Tampoco falta la crítica contundente y severa a una ciudad que, con el devenir de los años, con las olimpiadas del 92 a la vuelta de la esquina, desde las instituciones, desde los organismos de la oficialidad, trata de borrar del mapa a aquellos habitantes que resultan incómodos, demasiado pintorescos y raros. Y en ese capítulo entran los artistas como Nazario.

En el centro de estas páginas hay un buen ramillete de fotos del autor y de sus colegas de entonces. Instantáneas en donde se nos muestra a un joven Nazario de largas guedejas y estampa de cantante de rock and roll, con los pulgares en los bolsillos delanteros de su pantalón. Y también a un Nazario en postura mucho más erótica y provocadora con todas sus vergüenzas al aire, sin que se inmute por ello. Hay retazos de humor, porque sería incoherente que un libro así adoleciera de ello, y también los pasajes dolorosos, en los que nos da noticia de esos amigos que van cayendo por el camino, como soldados de una guerra perdida, por los estragos del sida y el maldito caballo.
Título: La vida del dibujante underground. Autor: Nazario. Editorial: Anagrama. Páginas: 284. Venta: Amazón y Fnac


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