Ignorado, se agazapa en los caminos. Todo en él es sombra. Sombra que espera, destello que avisa. Cuando te acercas a ese extraño bulto sobre la tierra, como si un trapo hubiese estado esperando el soplo de la vida, alza el vuelo. Es tan hermoso entonces como un halcón. Las alas puntiagudas. El vuelo circular donde deletrea, en figuras de aire, el alfabeto del misterio.
Ama la medialuz, mucho más allá de la puesta del sol, cuando la noche está a punto de imponerse pero aún en la esfera fulge un ámbito cian. Es entonces cuando lo ves planear sobre los álamos cazando insectos. Esto es una suposición. Pues nunca descubres lo que realmente está haciendo. Si entreabre el pico. Si lo que brillan son sus ojos o sus plumas. Uno solo lee el aura de los mensajes que deja en el vuelo. Pues le encantan los círculos. Los traza y los busca. Y ahí deja caer la energía de un significado a disposición de quien se deje habitar por él. Cae desde lo alto. No se escucha. Se incorpora a la piel. La silueta del chotacabras se expande en la figura humana. Silueta viste silueta. Cuando ya es muy de noche, su canto insiste como una ambulancia empeñada en socorrer lo oscuro.
Digo que busca los círculos de piedra. Una vez en Nuevo México, en la meseta conocida como Shining Stones, me había sentado en el centro delimitado por una sucesión de cuarzos. Respondían al sol durante el día y a las estrellas durante la noche. Yo escuchaba la energía que emanaba de una montaña llamada Pedernal, en concreto, tres haces de luz que se imponían al púrpura del crepúsculo. Jamás supe de donde venían pero, al tercer día, entendí su significado. Eran tres matices de una misma luz que nace del magma de la verdad cuanto todavía aguarda. Entonces, de algún lugar, surgió un chotacabras para coronarme. Voló circularmente sobre mi cabeza y no se marchó hasta que le grité mi promesa de asumir mi camino.
Ahora viene a buscarme cuando visito el círculo de piedras desde el que se observan el castillo y el río, en la meseta castellana. Se ha habituado a responderme sin que yo le haga preguntas. Las huele dentro de mí. Solo tengo que mirar cómo se deslizan sus alas en la penumbra que se está diluyendo en la noche. Las hojas y las ramas de los olmos son manchas de tinta en una oscuridad de nácar. El chotacabras las escribe con la aguda silueta de su vuelo.
Me escribe a mí mientras lo observo. Se adentra en las pupilas de sombra. Ahí es donde se produce el vuelo y la fusión. Son mis ojos o los suyos. Me veo mirarme desde abajo. Estoy escribiendo en él. Soy yo el que comprende, es él el que comprende mientras nos comprende la noche. Silueta integra silueta. La tinta invade todo el espectro de la luz. Estamos dentro sin figuras. Volar es permanecer quieto. La quietud es el movimiento circular. La sombra es una sola vida y resplandece.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: