Inicio > Blogs > Ruritania > Del don Juan clásico al Simón contemporáneo

Del don Juan clásico al Simón contemporáneo

Del don Juan clásico al Simón contemporáneo

Imagen de portada: Fotograma de ‘Don Juan’ (1926), de Alan Crosland

A lo largo de la historia literaria, el deseo masculino ha encontrado en la figura de don Juan uno de sus símbolos más persistentes: un seductor incansable, retador del orden moral y esclavo de su propia libertad. Sin embargo, en pleno siglo XXI, este arquetipo parece haber mutado en algo muy distinto. El llamado síndrome de Simón (acrónimo en inglés de single, insecure, male, overachieving, neurotic: soltero, inseguro, masculino, sobreactuante y neurótico) define a un tipo de hombre contemporáneo marcado por la inseguridad afectiva, la necesidad de validación y la incapacidad para establecer vínculos duraderos. ¿Es Simón el nuevo don Juan? ¿Se trata de una evolución del mismo mito o de su completa inversión?

El don Juan clásico —el de toda la vida— representa el arquetipo del seductor absoluto. Desde El burlador de Sevilla y convidado de piedra de Tirso de Molina, pasando por Don Juan Tenorio de José Zorrilla, hasta la ópera Margarita la tornera adaptada por Chapí y estrenada en el Teatro Real en 1909, este personaje ha encarnado una masculinidad desbordante, marcada por el desprecio hacia las normas sociales y religiosas.

"Este tipo de don Juan no busca amor, sino conquista; no desea vínculo, sino reafirmación de su poder"

Pero este tipo de don Juan no busca amor, sino conquista; no desea vínculo, sino reafirmación de su poder. Su relación con las mujeres es utilitaria y simbólica: cada conquista es una medalla, un triunfo del yo frente al otro. Pero bajo esta aparente seguridad se esconde una ansiedad profunda: la necesidad constante de demostrar su valía a través del deseo ajeno.

En 1894 Galdós estrenó uno de sus fracasos, Los condenados, y en 1896 La fiera, una obrita teatral sobre las dos Españas que hasta hoy nadie ha entendido. Ambos dramas tienen como protagonistas hombres cuyos caracteres podrían considerarse formas subsiguientes del don Juan, una transición hacia la bonhomía. Para la creación de José León y Berenguer, protagonistas de estas obras, Galdós podría haberse inspirado en el drama original, sobre el que escribía en 1886 en La Prensa de Buenos Aires:

«¡Qué encanto el de la versificación siempre florida, sonora y con aquella ampulosidad española que tanto halaga los oídos del pueblo! […] De todas las adaptaciones que se han hecho del inmortal tipo de don Juan, es quizás ésta la más humana y revestida de galas poéticas. El drama del Convidado de Piedra ha recorrido todas las literaturas y ha tenido puesto de honor en todas las lenguas. Quizás no existe en todo el arte dramático situación más grandiosa ni de más profundo sentido moral».

Personalmente, siempre pensé que Fortunata y Jacinta bien podría haberse titulado Las andanzas de Juanito Santa Cruz, otro tipo de don Juan casado encubierto por la sociedad burguesa de la época.

"Donde don Juan avanza, Simón se retira. La relación con las mujeres ya no es una conquista, sino un campo minado de dudas"

Pero hay otros donjuanes. El Don Juan de Torrente Ballester no es un hombre malvado, sino producto de condicionamientos sociales y políticos. Este don Juan que deambula por las calles de París, sin posibilidad de asistir a su propio entierro, es un personaje más humano que abre la puerta a los “simones” de hoy. El humor, en este caso, permite abordar su condición sin caer en lo inverosímil.

Este tipo ha evolucionado hacia lo que podríamos llamar el “simoneo”. Como afirma Jean Rousset en Literatura del Barroco (1953), «el deseo de don Juan no es amoroso, sino teatral; necesita actuar su poder». En ese sentido, don Juan podría ser interpretado no solo como un libertino, sino como alguien profundamente narcisista cuya identidad depende de la mirada ajena. Su tragedia no radica en su destino final, sino en su incapacidad de amar sin poseer.

En contraste, el don Juan posmoderno —Simón— describe a un hombre que ha crecido en un entorno de expectativas contradictorias: se le pide sensibilidad, pero también firmeza; independencia, pero también compromiso. Este nuevo arquetipo masculino no seduce por exceso de confianza, sino que evita el vínculo por miedo. Donde don Juan avanza, Simón se retira. La relación con las mujeres ya no es una conquista, sino un campo minado de dudas y exigencias emocionales que teme no poder cumplir.

"El paso de don Juan a Simón representa más que un cambio estilístico: es síntoma de una crisis identitaria"

En la literatura contemporánea encontramos personajes que encarnan este perfil: hombres frágiles, introspectivos, que se relacionan desde la carencia, no desde el dominio. Werther, de Goethe, anticipa esta figura: un joven sensible, devorado por una pasión no correspondida, cuya tragedia no está en la conquista fallida, sino en su incapacidad para vivir sin el otro (Las penas del joven Werther, 1774). Más recientemente, autores como Michel Houellebecq han creado protagonistas masculinos que ilustran la soledad, la alienación afectiva y la pérdida de referentes emocionales claros. En Las partículas elementales (1998), Bruno vive sus relaciones con mezcla de deseo, miedo y resentimiento, incapaz de establecer una intimidad real.

El paso de don Juan a Simón representa más que un cambio estilístico: es síntoma de una crisis identitaria. La masculinidad ya no puede definirse por dominio, fuerza o conquista, sino por la capacidad para lidiar con la fragilidad, la duda y el deseo de reciprocidad. En lugar de celebrar la cantidad de conquistas, el hombre moderno empieza a preguntarse por la calidad de sus vínculos.

Como sostiene Robert Bly en Iron John (1990), la masculinidad actual atraviesa un «proceso de iniciación incompleto», donde el hombre no logra articular su sensibilidad con su deseo. La literatura, como espejo de lo humano, ha acompañado esta transformación, mostrando personajes que ya no encajan en moldes clásicos. Simón no es héroe ni villano: es reflejo de una sociedad que ha desmontado los viejos moldes sin haber construido del todo los nuevos.

Don Juan y Simón representan dos formas de deseo masculino: una marcada por la acción y el dominio; la otra, por la duda y la necesidad de conexión emocional. Si don Juan seducía para sentirse invencible, Simón evita el amor para no sentirse vulnerable. Ambos, sin embargo, revelan una verdad común: el deseo es inseparable del miedo, y la identidad masculina sigue siendo un campo de batalla entre lo que se espera y lo que se siente.

5/5 (13 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios