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Leer en voz alta

Creo que el proceso de edición de Andar, que acaba de aparecer en Editorial Contraseña, tiene mucho de bernhardiano. Para empezar, sus editores nunca perdieron el sentido del propósito, ni mientras buscaban una novela de Thomas Bernhard que estuviese libre de derechos en España, ni cuando más tarde, al tener claro que sería Andar, intentaron ponerse en contacto con la agencia literaria encargada de gestionar la obra del escritor austriaco. Dicho de ese modo, no parece que detrás de trámites así hubiese otra cosa que altas dosis de paciencia y perseverancia, pero lo cierto es que también fue necesario un carácter obsesivo y quizás hasta un poco enfermizo para no tirar la toalla a pesar de la larguísima espera, de años, a veces para obtener respuestas desalentadoras y otras para regresar de los callejones sin salida adonde les llevaban teléfonos y direcciones que ya no eran operativos.

La única traducción de la novela al castellano era de 1987 y había aparecido en un tomo de Alianza Tres titulado Relatos, en el que se incluían, además de Andar, las novelas cortas Amras, Ungenach y Jugar al watten. Yo mismo intervine levemente en la búsqueda de pistas, porque he publicado varios libros con el grupo Anaya, al que en su momento perteneció Alianza Tres. Creo que los responsables de Editorial Contraseña pusieron a buena parte de sus amistades a trabajar, no solo a mí, en busca de alguien que los situara en el buen camino. No se habían planteado en ningún caso cuál podría ser el precio de la novela, si habría que traducirla de nuevo o el número de lectores potenciales para ella. Todos esos trámites, que seguramente habrían disuadido a cualquier otro editor, los aplazaron hasta conseguir antes los derechos. Estaba claro que iban a publicar el libro sí o sí. Daban igual los obstáculos y las posibles premisas disuasorias. Aquello no era un trabajo editorial, era una misión de rescate. Mas que de la búsqueda de un libro, podríamos hablar de una obsesión.

Andar es una historia de personajes obsesivos y enfermizos, no tan leves como los que acabo de describir en los párrafos anteriores. El narrador, cuyo nombre nunca llegamos a conocer, pasea los miércoles con su amigo Oehler y los lunes con su amigo Karrer. Cuando Karrer enloquece y es internado en un psiquiátrico llamado Steinhof, el narrador le ofrece a Oehler pasear juntos los lunes y los miércoles, para no alterar sus rutinas. Descubrimos que Oehler y Karrer también paseaban, aunque no se nos diga cuándo, si los jueves o los viernes, si los martes o los sábados. Lo descubrimos porque el narrador nos explica, a partir del momento en que comienza a pasear con Oehler los lunes y los miércoles, que Oehler siempre camina más aprisa los lunes que los miércoles, seguramente porque antes, en sus paseos con Karrer, iba más lento. Oehler, lunes, lento, miércoles, Karrer, aprisa. Bastan tres personajes, dos días de la semana y una actividad como andar, para que desde el comienzo esta novela se convierta en una red combinatoria endiablada, juguetona y enloquecedora.

"Hemos ido de lo grande a lo pequeño, de lo lejano a lo cercano, de lo visible a lo invisible"

La primera novela que leí de Thomas Bernhard fue Un niño. Formaba parte de las lecturas de una asignatura de literatura alemana y locura que cursé en 1988. Antes de llegar a él, leímos Lenz, de Georg Büchner, varios cuentos de Hoffmann, los últimos poemas de Hölderlin, fragmentos de la filosofía de Nietzsche y microgramas de Walser. De aquellas lecturas, me impresionaron muchísimo Primavera precoz, de Unica Zürn, y la obra de Marlen Haushofer, a quienes no conocía;  pero quien más me golpeó fue Bernhard. Todo aquel curso fue muy esclarecedor porque me permitió entender que a menudo la literatura no sigue a pies juntillas a la vida, para rendirle pleitesía y recoger sus momentos estelares, sino más bien para dotar de significado a actos en apariencia banales, actos que llevamos a cabo en soledad y que repetimos incesantemente. Con aquel conjunto de personajes enloquecidos de mi asignatura de literatura alemana comprendí que había novelas que no aspiraban a convertirse en notas a pie de página de la Historia con mayúscula, novelas que seguramente constituían diminutos e insignificantes pasos para la humanidad y que aun así eran pasos de gigante para los seres humanos. Sus argumentos eran minúsculos, incluso absurdos si se juzgaban bajo el prisma del racionalismo, y no por ello dejaban de ser humanos, demasiado humanos. Por decirlo de algún modo, estaban abriendo las puertas a la literatura para que entrase en el siglo XX. Eso explica que la literatura, en especial desde el siglo XX en adelante, se haya batido en duelo contra la realidad y la Historia con mayúscula tantas veces. Ha sido una batalla entre las grandes gestas y los pequeños hechos. Entre el sentido colectivo y el sentido individual. Entre nosotros y yo. La literatura ha ido dejando de ser un telescopio con el que acercábamos planetas lejanos y los adecuábamos al tamaño con el que podían verlos nuestros ojos, para convertirse en un microscopio con el que hacemos que lo diminuto e insignificante cobre vida y sentido ante nuestra mirada. Hemos ido de lo grande a lo pequeño, de lo lejano a lo cercano, de lo visible a lo invisible.

Un niño trata sobre un trayecto en bicicleta entre dos pueblos. Detrás de eso está la visita de un nieto a su abuelo. El abuelo se llama Johannes Freumbichler y ha conseguido, tras una vida de sacrificios y extrema disciplina, convertirse en un escritor laureado. A lo largo de su vida lo ha apostado todo a la tarea de escribir, mientras el resto de su familia realiza los oficios necesarios para sobrevivir. Para Bernhard es algo más que un abuelo; es un padre, un ejemplo, su mentor. Y en Un niño el corto trayecto en bicicleta que conduce al joven narrador hasta la casa de su abuelo, bajo una intensa lluvia, determina su destino. Bastan unos kilómetros para que eso suceda. Te conviertes en escritor si eres capaz de cubrir una pequeña distancia. Las pequeñas distancias pueden marcar grandes diferencias. En Andar, sin ir más lejos, los personajes recorren unas cuantas calles de Viena, en dirección este y en dirección oeste, manteniendo la cordura a veces y a veces precipitándose directamente en la locura, como si andar, pensar y hablar se mezclasen de maneras inesperadas. Cuando el andar es más intenso que el hablar y el pensar, es posible recorrer una distancia sin sucumbir; cuando es al revés y el hablar y el pensar son más intensos que el andar, entonces es fácil colapsar mentalmente.

"Muy pronto Bernhard produjo también aquel fenómeno que Jorge Luis Borges había detectado en Franz Kafka, capaz de crear, además de sucesores, precursores"

Bernhard murió el 12 de febrero de 1989, poco después de que yo comenzase a leer su obra de manera absoluta y voraz. Ya tenía por aquel entonces muchos valedores importantes en la literatura española, como Félix de Azúa, Juan Benet, Javier Marías, Vicente Molina Foix, José María Guelbenzu, Fernando Savater, Javier García Sánchez o Alejandro Gándara. Lo admiraban hasta la imitación en algunos casos. No era raro leer novelas bernhardianas e incluso poemas bernhardianos escritos por escritores contemporáneos, aunque muy pronto Bernhard produjo también aquel fenómeno que Jorge Luis Borges había detectado en Franz Kafka, capaz de crear, además de sucesores, precursores. Yo, por ejemplo, no supe leer a Hermann Ungar o Hans Lebert sin notar en ellos los acordes musicales que notaba en los libros de Bernhard. Comencé a pensar en él al leer a muchos filósofos, quizás porque no hay nadie como los filósofos que utilicen en su escritura el ritornello como estrategia básica, yendo y viniendo entre los mismos argumentos, observados desde todas las perspectivas posibles, contrastados y vueltos a contrastar, hasta desgastar sus aristas y perfeccionarlos. Kant, Schopenhauer, Kierkegaard, Pascal, Montaigne… Lecturas, vaya por delante, esenciales para Thomas Bernhard, que en más de una ocasión introduce una cita de alguno de esos filósofos al comienzo de sus novelas.

La traductora Virginia Maza, que se encargó de traducir Andar para Editorial Contraseña, compró un libro sobre los efectos musicales en la obra de Bernhard antes de comenzar su traducción. Comparando su traducción con la traducción de Miguel Sáenz para Alianza Tres, me atrevo a decir que ella ha conseguido musicalmente lo que Sáenz solo había conseguido filosóficamente. Con esto quiero decir que no ha mejorado algo que ya era bueno, teniendo en cuenta que se trata de un texto de una dificultad en ocasiones extrema y que tanto ella como Sáenz han salido airosos de la empresa, pero es cierto que ella le proporciona una frescura y una gracia que están ausentes en la traducción de él. Algo así se debe a que hace años los traductores aprendían su oficio de una manera personal, armados de diccionarios y gramáticas, mientras que los de hoy en día aprenden su oficio in situ, mientras viven en los países donde se hablan las lenguas que ellos luego traducen. Los de antes sabían más por escrito y los de ahora saben más desde un punto de vista oral. Unos podían presumir de competencia y otros presumen de actuación. Miguel Sáenz nos enseñó a leer a Thomas Bernhard en voz baja, para nuestros adentros, convirtiendo la lectura en un acto individual; y Virginia Maza ha conseguido el milagro de facilitar que a Bernhard se lo pueda leer en voz alta, algo que nos recuerda que ahora los libros son algo más que mero texto impreso, que son asimismo audiolibros y que son piezas dramatizables, música de fondo para nuestra vida diaria.

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Autor: Thomas Bernhard. Título: Andar. Traducción: Virginia Maza. Editorial: Contraseña. Venta: Todos tus libros

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