Detrás de la afirmación de que “la improvisación no es sólo una práctica estética, sino también un ejercicio ético y político. Es una transformación del mundo y de nosotros mismos” se encuentra el verdadero legado epistemológico y moral de Arnold Ira Davidson (1955), catedrático en la Escuela Mandel de la Universidad Hebrea de Jerusalén y profesor titular emérito distinguido de la Universidad de Chicago, quien codirige asimismo la serie ensayística de la editorial Alpha Decay. Formado en Harvard bajo la tutela de John Rawls y Stanley Cavell, en los años ochenta recaló en Stanford y Princeton. Tras pasar por la Universidad de Pisa, hoy es profesor de Filosofía de las Culturas en la Universidad Ca’ Foscari Venezia, experto en las figuras de los pensadores Michel Foucault y Pierre Hadot. Precisamente, estas dos eminencias de la filosofía contemporánea sirven como abrevadero y estímulo, como acuífero y cauce, para dotar de sentido unitario al libro del profesor Davidson, que en su traducción castellana se muestra en su forma más completa hasta la fecha, al incorporar nuevas citas, extensas notas y un ensayo final que no aparecían en el original italiano de Mimesis Edizioni de 2020.
Los ejercicios espirituales de la música —subtitulado Improvisación y creación— pone de manifiesto, tal y como advierte en el prólogo la profesora Laura Cremonesi, el modo en el que la música tiene la capacidad de ofrecer una respuesta profunda a las preguntas filosóficas que siguen acompañando hoy al ser humano, hasta el punto de desvelar un modo de estar en el mundo con plenitud y, lo más importante y decisivo, con utilidad. Esto es, una alternativa posible y con sentido a las vicisitudes de la existencia. Como proponía la filosofía antigua, los textos de esa disciplina servían para ofrecer una orientación para la vida, no tanto para exponer un sistema, por lo que su lectura y frecuentación iban destinadas a modificar hábitos y modos ordinarios del vivir (o del sobrevivir, según se mire), hasta el punto de sublimarlos en una modificación vital destinada a ingresar en un estadio trascendente de transformación perpetua en lo personal gracias a la práctica gradual e indefinida de unos ejercicios, llamémosles “espirituales” siguiendo a Hadot, de los que hoy nos llegan ecos desde aquellos textos antiguos en pos de un perfeccionismo moral cuyo motor es la música, la música improvisada en general y el jazz en particular. De ahí que aquí pinten mucho Sonny Rollins, Cecil Taylor, Steve Lacy, Derek Bayley, Kenny Barron, Art Tatum, Ben Webster, Lee Konitz o John Zorn, momentos en que el camino de perfección roza lo místico. La improvisación vista como forma de pensamiento y como arquitecta del existir. Como una actitud ante la vida, la respuesta más sincera a la pregunta que T. S. Eliot se hacía en su Prufrock cuando decía aquello de “¿me atreveré a perturbar el universo?”. En asuntos de improvisación la respuesta se vuelve una obligación insoslayable.
“El presente es el único momento en el que podemos actuar”, señala Davidson siguiendo a Hadot, por lo que esa celebración del momento que es la intervención dentro del instante mediante la improvisación libre es uno de los escasos mecanismos que se tienen para alcanzar la felicidad. Dicho de otro modo, permanecer pasivo, renunciar al avance, acaba pasando factura moral. Sonny Rollins diría que “estar satisfecho contigo mismo es tu enemigo”. Eso vale tanto para los artistas que piensan que ya han alcanzado su nivel máximo de perfección como para el común de los mortales que se instala en la mediocritas, en la idea de que todo resulta mediocre a la postre si no se persigue el camino de la excelencia perpetua. Davidson ejerce como buen medium a la hora de mostrar la senda por la que transitar cuando está en juego diferenciar la mímesis de la emulación; ya puestos, no imitar sino emular, el trazo decisivo que va de la obediencia a la libertad. Y en ese camino consigue hacer más sabios a sus lectores, pues su mirada es desprejuiciada al tiempo que severa, arrojando una pregunta impertinente en estos tiempos en los que cuesta desligarse de la vulgaridad. Desde esta perspectiva, Los ejercicios espirituales de la música se muestra enemigo de trivialidades. La pregunta es simple: ¿por qué conformarse con fruslerías cuando puede aspirarse a la trascendencia? Y eso vale para la música y para otros muchos asuntos de este mundo. “La creatividad exige el valor de deshacerse de certezas”, dejó escrito Erich Fromm. Aquí de nuevo cobra todo el sentido el adagio virgiliano a propósito de que la fortuna socorre a los audaces. Ánimo.
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Autor: Arnold I. Davidson. Título: Los ejercicios espirituales de la música. Traducción: Juan Gabriel López Guix. Editorial: Alpha Decay. Venta: Todos tus libros.


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