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La herida como escucha

La poesía de Antonio Méndez Rubio siempre ha desafiado los límites de la comunicación, y en Peor que pedir (Pre-Textos, 2025), este desafío se intensifica. El título, de clara inspiración goyesca, nos introduce a un poema prólogo separado de las tres partes del libro. Escribir… (l)o peor no da la bienvenida: más bien plantea una negación, una advertencia. La escritura aparece como acto solitario ante el vacío: «Lo inexistente es lo / peor de todo». Esa conciencia de oquedad, y del dolor que no puede compartirse, atraviesa cada verso.

Como en obras anteriores del autor, la desconfianza hacia los marcos normativos del lenguaje es palpable. Méndez Rubio fractura la sintaxis, introduce silencios y cortes, y renuncia a lo ornamental, sin sacrificar la emoción. Tras el poema introductorio, se inicia la primera parte: No por nada. Desde el primer texto («De qué // te sirve…») lo que se impugna no es sólo el lenguaje como mediación, sino el propio marco que hace posible una pregunta. Hay una herencia de Juan Gelman en estas fracturas: las dos barras (//), recurrentes en toda la primera parte y nunca antes usadas por Méndez Rubio, actúan como una escansión secreta: pausas internas del habla y fisuras entre planos de conciencia. Indican un espacio de suspensión y desvío.

"La escritura no busca epifanías: señala la grieta, no su reparación"

La escritura no busca epifanías: señala la grieta, no su reparación. Los poemas, breves, densos, se dirigen a un lugar apenas sostenido por un resto de aliento: «El relente se sostiene mejor / temblando en el extremo de las hojas… // por lo menos / a veces.» No hay concesiones al lirismo, ni al dramatismo. Prevalece una escucha casi tangible del daño y una conciencia de su inaprensibilidad. Esta ética del desposeimiento —el no usar el lenguaje como herramienta de poder, ni siquiera de claridad— es una forma de fidelidad a una realidad que no está ni aquí ni ahora, sino «en el borde de lo que hace daño». Lo político se formula como atención extrema al modo en que el lenguaje toca el mundo.

La segunda parte del libro, No por ahora, continúa en su negación de frases cotidianas. Desde ese umbral de aplazamiento, el libro abandona las dos barras y gira hacia una tensión entre el decir y su desactivación. «El poema sin poema es un poema también», se afirma en Vida gratis, donde la escritura comienza a rozar su propio límite, su borde ontológico. Esta declaración no es un gesto metafísico ni una pose teórica: es la constatación de que «el poema / es poema / hasta donde dice adiós», hasta donde desaparece.

El tono se vuelve más depurado, más escueto y, a la vez, más cargado de sospecha. El yo poético tantea su lugar en el mundo como quien explora una realidad en retirada. En Todo a una carta, inspirado en el I Ching, se dice: «Observa mi verdad / quedarse sin futuro / y dime si se entiende.» La lucidez no redime: apenas constata. Por eso, el sujeto poético no se defiende. En este tramo, Méndez Rubio extrema su ética de la renuncia: no hay construcción de sentido que no implique pérdida. «Mejor separarse / del todo / para siempre», sentencia el poema De balde, donde incluso la posibilidad de la visión se disuelve en la intemperie de una ausencia. Pero la voz no se extingue; se convierte en eco, pregunta. Más que una poética del silencio, esta sección propone una poética del desistimiento: un decir no para abrir espacio, no por evasión, sino por fidelidad a aquello que no se deja nombrar sin violencia.

Si en las secciones anteriores Méndez Rubio construía una poética del despojamiento y de la fractura del yo, en la tercera parte, No del todo, el poemario avanza hacia una indagación más radical: la voz lírica, que ya no se reconoce ni se afirma, tantea en lo incierto con una lucidez herida. El discurso se retrae y se intensifica. El centro no es el mundo, ni siquiera el lenguaje: es el temblor que queda tras su retirada. «Hablar de un destierro no dicho / a quien no lee ni escribe», define no solo el exilio de la palabra: también su imposibilidad de ser escuchada por un otro abolido. La poesía no puede aspirar al contacto: solo a «mirar con todo el cuerpo y callar». Este repliegue es un gesto de resistencia. En Será eso, las palabras actúan «tan temprano y sin querer», como si fuesen arrastradas por una fuerza anterior al sujeto. Esa apertura expone, pero también revela el límite de lo decible. El poema se vuelve zona de tránsito y desaparición. De ahí que el título No del todo aparezca como umbral: una negativa parcial, una reserva de sentido.

"Méndez Rubio despliega una escritura que, sin renunciar al rigor político ni a la experiencia lírica, se sitúa en el umbral donde el poema busca dar a sentir aquello que aún no tiene forma"

Hay, sin embargo, momentos donde lo mínimo brilla igual que un acto suficiente. Esa economía del decir y la elipsis se lee en poemas como Hojas de 1912, donde las hojas que «se parecen a letras» evocan lo escrito y portan «esa virtud: / cada cual… / se convierte al momento / en un brote de nada-por-aquí…». La poesía, entonces, no es mensaje ni refugio, sino chispa: su potencia está en ese prender «la llama al fuego» sin promesa de futuro.

En estos poemas finales, el poeta tantea una poética del último borde. No se trata de afirmar nada: en Noviembre, alguien «persigue alguna alondra haciendo el gesto / de despedirse realmente de ella». La alondra es una figura del lenguaje que escapa y apenas deja rastro. En una suerte de ars poetica invertida, Vida gratis establece su declaración: «El poema sin poema es un poema también». La poesía no necesita sostenerse en la forma ni en la identidad del decir: puede ser silencio, sombra, espera, «una piel demasiado oscura para ser de verdad». Lo importante no es que se entienda, sino que se intente. Porque en este libro lo poético busca dar cuenta, sin alarde, de lo que permanece.

En Peor que pedir, Méndez Rubio despliega una escritura que, sin renunciar al rigor político ni a la experiencia lírica, se sitúa en el umbral donde el poema busca dar a sentir aquello que aún no tiene forma. El poeta se afilia a una tradición exigente y escasa: la de quienes, como Paul Celan, entienden que «el poema quiere dirigirse a alguien», incluso cuando no sabe si ese alguien existe. Pero a diferencia de poetas de herida más explícita, Méndez Rubio opta aquí por una poética de la retirada, una respiración quebrada que perdura cuando ya no queda nada que sostener.

Este libro está más cerca de la sombra que acompaña a los cuerpos que de lo que se afirma. En ello recuerda a José Ángel Valente, para quien escribir era restar palabras al lenguaje, o a Inger Christensen, cuya lucidez formal no excluía la conciencia del límite. Como ellos, Méndez Rubio escribe desde una orilla minada: allí donde todo puede fallar, donde la palabra no da fe, pero sí testimonio.

Lo más admirable de Peor que pedir es que no claudica. A pesar de su escepticismo, del lenguaje exhausto, persiste en una forma de fidelidad a la dificultad misma de sostener la atención, de insistir sin poses, sin consuelo ni espectáculo. Ese lugar, donde escribir es casi peor que pedir, pero también más justo, es precisamente donde la poesía sigue siendo necesaria y donde Méndez Rubio se distingue como uno de los poetas esenciales de su generación.

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Autor: Antonio Méndez Rubio. Título: Peor que pedir. Editorial: Pre-Textos. Venta: Todos tus libros.

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Carmen
Carmen
5 meses hace

Qué maravilla!!

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
5 meses hace

“LO IMPORTANTE NO
ES QUE SE ENTIENDA,
SINO QUE SE INTENTE” PORQUE “LA POESÍA
SIGUE SIENDO
NECESARIA”
JULIO MAS ALCARAZ

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