Todos los corazones habitan refugiados dentro de un pecho. O tal vez no. Algunos son extirpados para sobrevivir y, así, quedan expuestos a las miradas ajenas. El pálpito agitado por las emociones lo aumenta de tamaño y transparenta aquello que lo conmociona, hiere o entusiasma, dejando al descubierto cuanto lo aletea y altera. La cardiomegalia de Alice ha convertido su corazón en una fresa gigante de tres kilos de masa muscular, que arrastra por las calles en una bolsa de plástico. Así se inicia La lista de Alice (Caleidoscopio, 2025), novela de la autora portuguesa Judite Canha Fernandes, con un interesante y detallado posfacio de Sofía Castro y de Verónica Palomares, también traductora de la obra. Aunque su propuesta parece surgir de un cierto realismo mágico, esta narrativa está más próxima a la novela social por la denuncia del sistema económico neoliberal y el enfoque feminista, reflejo del compromiso de la autora.
A lo largo del tiempo, fui comprendiendo que ser invisible es una construcción social mercenaria que se la alimenta de la Historia y de la lateralización y del borrado de las visiones, de los cuerpos y de las luchas de las personas borradas. Ser invisible es el mal colectivo de la falta de privilegio. Es uno de los errores de la Historia. (p. 61)
La hipertrofia del corazón de Alice es una hermosa metáfora que se desenvuelve en varios planos y tiempos, donde la lista (de miedos) articula el transcurso narrativo de un día. Con un lenguaje altamente poético, vigoroso, directo y cierto sarcasmo, esta novela traspasa lo previsible para abordar con ironía y lucidez el daño, y ahondar sin dramatismos en las dificultades de la mujer hoy para ubicarse en un entorno que sigue siendo masculino y adverso. La lista de miedos superados en el envés de una factura pronto se transforma en una lista de miedos (y violencias) por franquear anudada a los hombres, cuyos nombres empiezan todos por F., quienes sembraron semillas de miedo en ella, unos miedos que aceleran y agrandan ese corazón palpitante ante el daño, visibilizando su vulnerabilidad. El fin de este inventario no es otro que rastrear el origen de los miedos, como el método genealógico de Nietzsche: “Los miedos, incluso los que parecen que no vienen de ningún lado, tienen una raíz y nacen de lo concreto, son fruto de la situación” (p. 26), para desactivarlos: “conocer la localización exacta de cada miedo de la lista hecha en un papel en sucio. Entender de dónde venía cada uno, para enseguida triturarlo hasta apoderarme de él por completo” (p. 36).
Transitamos durante un día con el corazón de Alice a cuestas por las calles de una ciudad, la cual se revela como un espacio hostil para el cuerpo de la mujer: “Consumiremos todas las calles de todas la ciudades” (p. 60). El relato de las incursiones en su cuerpo de los hombres abarca desde los tocamientos a los diez años hasta el acoso callejero, el miedo a plantar cara ante miradas y comentarios, las propias revisiones de ropa, escote o altura de la falda para no parecer provocadora: “Las mujeres son violadas con pantalones, con velo o con burka, pero misteriosamente toda la gente las ve con escote” (p. 36), así también el paternalismo, los micromachismos, los prejuicios de sus parejas… Situaciones cotidianas y universales de las mujeres, donde el debate sobre el feminismo no se evita:
De hecho, es preciso tener la paciencia de una santa para ser llamada por todos los hombres —malfollada, malparida, extremista, feminazi, malhumorada, men hater, imposible de soportar, etc.— y quedarse callada. (p. 57)
No obstante, Alice es una heroína. Asiste con valentía a su desafío personal. No sólo aprecia su libertad y la defiende, sino que es capaz de tomar conciencia e iniciativa —razón por la cual ha sido ridiculizada, humillada y rechazada—, capaz de descolonizar sus miedos para impedir que violadores, abusadores, machistas, los hombres vulgares, misóginos, sus errores y contrasentidos y sus miedos juntos la venzan, al acelerar su corazón y descubrir sus emociones. Porque, al final, los miedos son “una ficción. (…) Son ilusiones que la cabeza produce, no son reales. Son alucinatorias” (p. 51), concluyendo en un cuestionamiento del amor (romántico) desde un dolor cáustico: “Comprendí que una persona podía tener la forma de un poema y ser un sepulcro” (p. 89). El desajuste entre los patrones heredados e institucionalizados, el miedo a no ser amada, la convocan a revolverse: “El amor es una ilusión colectiva, una mansión habitada por orgasmos y desilusiones” (p. 88). Sin embargo, esta novela se aleja de lo predecible para sorprendernos en su estilo y perspectiva.
Judite Canha se define por la coherencia de su obra, y La lista de Alice se despliega por esos territorios compartidos pero que ella convierte en únicos. Esta pequeña y divertida fábula contemporánea a través de este corazón agigantado y extirpado nos permite entender desde dónde las mujeres se sostienen en la sociedad actual. Ese corazón le genera un malestar que le obliga a enfrentar sus miedos para transformarse: “Saliste de los miedos siendo una chica disfrazada de mujer” (p. 89). En pocas ocasiones, la lucidez desde donde se escribe se revela tan necesaria para ofrendar la comprensión en un mundo líquido donde se desvanecen las promesas y los vínculos. La vocación de compromiso de Judite Canha en esta obra nos posibilita arraigar la fragilidad del corazón de Alice en la firme convicción de que la literatura puede y debe atravesar y romper los horizontes. ¿Es posible esconder o domar el corazón?
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Autora: Judite Canha Fernandes. Título: La lista de Alice. Traducción: Verónica Palomares. Editorial: Caleidoscopio. Venta: Todos tus libros



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