La historia que se cuenta en Los pájaros, de Tarjei Vesaas (Vinje, Telemark, 1897-1970), va de un tonto que se llama Mattis. Vive con su hermana Hege en una cabaña que nos recuerda a la de Walden, de Thoreau. Ambos tienen casi cuarenta años. El espacio donde Mattis y Hege viven viven es un lugar precario, aislado y rodeado de naturaleza. La naturaleza no es baladí en este relato porque no es lo mismo observar qué hace un simplón rodeado de naturaleza, cómo se conecta y vive gracias a ella, que observar qué hace un simplón en una ciudad, por ejemplo, donde aflorarían las risas, las crueldades y los entretenimientos de los cuerdos y sabios con los tontos y simples. En la naturaleza que aparece en Los pájaros, Mattis desplegará una sensibilidad que le servirá, entre otros asuntos, para buscarle un sentido a su vida aunque insistentemente se pregunte “¿por qué las cosas son como son?”. Mattis solo se asusta cuando hay tormenta, pero será el momento de esconderse en las letrinas de la cabaña. Piensa así: ¿Cuándo ha alcanzado un rayo a una letrina?
Mattis es sensible y está en armonía con la naturaleza que le rodea, y así permanece durante toda la historia. Tanta sensibilidad despliega que es capaz de establecer una rara relación con una chocha perdiz. La traigo así, como chocha, porque qué oportunidad han perdido los traductores para jugar con los significados de la especie del ave que Vesaas elige como compañera de Mattis y que “reside”, por algún tiempo, en los alrededores de la cabaña: una becada (Scolopax rusticola), o chocha perdiz, arrea, pitorra, txukuturra, sorda o gallinuela. Las asociaciones con el protagonista son muy evidentes, y se amplían de manera interesante: tonto, simple, sordo, chocho o gallina, es decir ¡rústico! y ¡simplón! Ese sea quizá el motivo por el que Mattis conectó, como si fuese un miembro más de la familia, con la chocha perdiz. De esta manera, el narrador pudo muy pronto equiparar al simplón de Mattis con un pájaro: “ojos extraños. Siempre desconcertados, esquivos, como los de los pájaros”… ¿Un tonto de pueblo como Forrest “Bosque” Gump? ¿Otro Azarías delibesiano unido a la naturaleza por su milana bonita? ¿Se acuerdan? No, hay matices.
Los pájaros es una historia de soledad y de una incomprensión. Un hombre maduro y diferente que se comporta como un niño y que juega como los niños a pesar de ser un hombre de casi cuarenta años: se entretiene, durante una parte de la novela, con los vaivenes de una chocha perdiz que aparece por la cabaña. Él desea trabajar, pero no busca trabajo como hacen los adultos, sino que juega hasta encontrar, casi por casualidad, un trabajo de niños. Así que juega, y a pesar de que sabe que tiene que hacerlo para ayudar a su hermana y traer dinero a casa, termina siempre ensimismado consigo mismo y con la naturaleza que le rodea. Alcanza a trabajar, casi por carambola, en un campo de nabos, pero los escardará solo durante media jornada. La otra mitad la pasa durmiendo, una siesta quizá, bajo el cuidado de la mujer del dueño de las tierras que le dio trabajo para un día. Allí, entre los cardos, conocerá a una pareja que trabaja amándose entre tanto nabo y mala hierba. Mattis, cuando los observa, además de despertar sus pulsiones, se enamora platónicamente de la chica, pero pasan las páginas y casi todo se disipa.
La segunda parte del libro comienza sin la chocha, que ha sido abatida por un cazador. Mattis se pregunta qué podría hacer él en un mundo donde todos son fuertes y sabios y él un simplón. Es un tema que resuena a lo largo de toda la novela, el de la incapacidad de la sociedad para comprender a quienes son diferentes. Parece determinismo social, pero es mental, sin duda. Por eso Mattis sigue apesadumbrado: “un hombre adulto sin trabajo en plena temporada de siega (…) ¿Acaso anda ocioso sin nada que hacer?” Frente a su hermana, “que trabajaba a la velocidad del rayo (…) las chaquetas de punto iban tomando forma”. Es un lastre existencial, es un hilo gordo de la novela, y una realidad: “Hege le daba de comer todos los días, ella lo mantenía con sus labores de punto” y Mattis piensa, hila, cose, hilvana, va mas allá, deja de ser tonto por un instante: quien me mantiene con vida es mi hermana, Hege. No puede desaparecer.
El ansia por el trabajo perfecto para un hombre de casi cuarenta años con la simplicidad desbocada le hace descubrir, tras un accidente con su barquichuela, la posibilidad de trabajar como barquero, llevando y trayendo, desde el islote donde se encuentra su cabaña hasta el poblado donde reside, a la gente sabia y normal. En el momento en que empieza a trabajar como barquero, tanto en la realidad como en la imaginación, su vida, la percepción que tiene de sí mismo, cambia de manera radical. ¡El trabajo os hará libres! Primero, porque experimentará verse como una persona normal que es capaz de engatusar y entablar amistad y conversación con Anna e Inger, dos chicas que veraneaban por la zona; y segundo, por la paradoja que supondrá para su vida la aparición de un leñador forastero, Jorgen, que le solicita sus servicios como barquero para desarrollar su trabajo como talador. Un leñador que volverá chocha no solo a su hermana sino muy chocho y loco también el destino de Mattis. Es un final poético. Léanlo con música: “Al pasar la barca, me dijo el barquero: las niñas bonitas no pagan dinero…”.
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Autor: Tarjei Vesaas. Título: Los pájaros. Traducción: Juan Gutiérrez-Maupomé, Bente Teigen Gundersen y Mónica Sainz. Editorial: Nórdica. Venta: Todos tus libros


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