El verano, ferias del libro aparte, suele suponer un ligero descanso para los libreros y libreras que continúan trabajando, al menos en lo que a estar pendientes de novedades se refiere. El ritmo de publicaciones, abocado siempre al esprint, a la quinta o sexta marcha, queda al ralentí. Lo agradece el librero, normalmente, y lo agradecen las mesas de novedades, que suelen disponer de más horas para encariñarse con las novelas que las pueblan.
A pesar de la aparente ausencia de publicaciones, algunas editoriales tratan de sacar en junio el libro del verano, uno que pueda verse en más de una toalla de la misma playa durante los meses venideros. Para conseguir ser realmente la novela de las vacaciones se suele cumplir con la norma no escrita de contener la palabra verano en el título. Ejemplos de calidad hay muchos entre las editoriales independientes: El verano que nos queda (Giulia Baldelli; Dos bigotes), El verano que lo derritió todo (Tiffany McDaniel; Hoja de Lata), El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Tatiana Tîbuleac; Impedimenta), la reciente Lo único que importa es el verano (Francesco Pecoraro; Periférica) o, sencillamente, Verano (Ali Smith; Nórdica).
Y, sin salirnos de las editoriales independientes, de nuevo una excepción a esta norma: Prontos, listos, ya (editada por Las afueras), una novelita de la escritora y guionista uruguaya Inés Bortagaray, que ni siquiera llega a las 90 páginas y que narra un viaje que es en realidad todos los viajes; una infancia, todas las infancias; un verano, cada verano. Las vacaciones, a la manera del filósofo Michel Onfray en Teoría del viaje, comienzan aquí antes de llegar al destino, en el vehículo que traslada al conductor (el padre), la copiloto (la madre) y todos los pasajeros de los asientos traseros (la hija narradora y sus tres hermanos).
Las peleas por ocupar el lugar junto a la ventanilla, el mareo y el vómito, el sueño que irrumpe a base de cabezadas, la posibilidad de tener un accidente, las canciones de la radio, los planes para el destino, lo que se quiere olvidar del lugar de partida, los postes de luz que se ven difusos desde el coche por el efecto de la velocidad, el silbido del aire a través de la ventanilla entreabierta y todas las sensaciones propias del viaje, del vehículo, de la inminencia de las vacaciones, se entremezclan con un monólogo interno sobre lo que es crecer, lo que es vivir: la familia, las mascotas, el primer amor o los amigos que se van. Viaje y vida, acaso dos caras de la misma moneda lanzada al aire, dos caras cuya visión se alterna hasta mezclarse, hasta confundirse durante el ascenso y caída de dicha moneda.
«Elegí ir detrás de papá, a la izquierda del asiento. Creo que puedo protegerlo si me siento a sus espaldas. Cuido que esté atento, le tranco la puerta y rezo en su nuca para no chocar, porque nadie quiere que choquemos, y yo tampoco»
Hay libros que imitan la literatura y otros que imitan la vida, pero el de Bortagaray destila vida, y para lograrlo, qué mejor que volver a la infancia, al momento en el que todo sorprende, con las emociones brotando de manera incontrolable. El resultado es una novela donde a cada página importa menos el destino, el llegar, el lugar, porque la vida ya está ahí, sigue ahí, en ese coche, con la familia.




Sin haber leído la novela de la escritora Botargaray, el comentario que nos ofrece Diego Garot me ha sumergido en la historia de la novela “Pronto,listos ,yá” recordando los viajes en coche con mis padres y hemano, más las mascotas,(perrit@s) Sandy y Toni , en las vacaciones de verano y fines de semana ,durante el resto del año ,cuando las condiciones climatológicas eran propicias para disfrutar de la montaña ,ríos ,y playa .
El comentario de Diego Garot es un relato corto que consigue ,con poco texto, recordar tiempos grandes y cortos de mi vida .