Esta es una novela de amor familiar y romántico que cuenta la historia de un neumólogo que sufre una enfermedad respiratoria sin cura y que, temiendo no poder recuperarse, regresa a su pueblo natal para reencontrarse tanto con su pasado como con su primer amor: Hotaru.
En este making of Bárbara Mariu rememora el impulso que le llevó a escribir Hotaru: El secreto de las luciérnagas (Plaza & Janés).
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Ninguno de los que habitamos este planeta hemos pedido venir a él. Nacemos aturdidos, llorando en la más absoluta hostilidad, embadurnados de sangre y placenta. Algunos, incluso, tienen esa imagen grabada para la posteridad en una vieja cámara de vídeo para que jamás olviden que hubo un día en el que tuvieron peor cara que la que aparece en su foto de DNI. Sin embargo, una vez que establecemos el primer contacto humano, parece ser que algo dentro de nosotros dice: «Bueno, ya que estamos aquí, vamos a ver qué pasa». Todavía no sé si es por curiosidad o por no saber cómo volver a nuestro lugar seguro, ese de donde nos han arrancado. A pesar de los cientos de frases motivadoras que se han ido propagado por las agendas y sobres de azúcar en los últimos años para que salgamos de nuestra zona de confort, somos animales de costumbres por no decir bastante cómodos.
La efimeridad de la memoria la convierte en uno de los bienes más preciados, sobre todo cuando el frenético ritmo al que estamos sometidos en nuestro día a día va en su contra. El estrés y la deshumanización hacia la que caminamos de forma automática son armas de destrucción masiva para aquella parte de nosotros que hemos ido forjando desde niños y que deberíamos esforzarnos en proteger para que siempre podamos volver a ella en los peores momentos como adultos. Por eso nuestro lado animal, el que está alerta de todo peligro, cuando nota que estamos a punto de perder nuestra propia identidad y caer en el abismo, nos rompe para que nos detengamos y nos tomemos el tiempo que haga falta para reconstruirnos. Para mí, este tiempo fueron tres años y medio, a los que acabé llamando Hotaru: El secreto de las luciérnagas.
Cuando empecé a escribir Hotaru jamás llegué a pensar que se convertiría en lo que ha acabado publicándose. Todo empezó como un proyecto de novela romántica, una vía de escape para descansar de las largas e infumables jornadas de estudio de uno de los másteres menos motivadores que jamás se haya inventado. Por aquella época, mediados de 2020, a pesar de que ya podíamos salir a la calle, los abrazos eran una muestra de afecto que todavía costaba ver, incluso entre familiares o amigos. Era difícil aceptar cómo la sociedad española, la del país de la pasión, buscaba saludos impersonales, sin mostrar ningún tipo de apego con no convivientes, algo que, paradójicamente, en Japón se lleva siglos realizando. ¿Era la hora de que Occidente entendiera las muestras de cariño del Lejano Oriente? Ya tenía un manuscrito con una premisa similar en el cajón, pero quería seguir indagando sobre este tema ahora que un choque de codo se había convertido en un beso.
No obstante, la vida da muchas vueltas y nosotros con ella. Hay suertudos que llevan un par de pastillas de Biodramina en el bolsillo, pero otros acabamos mareados y caemos al suelo sin saber ni por dónde nos ha venido el golpe.
Hotaru: El secreto de las luciérnagas empezó a ser lo que es hoy cuando me quedé sin saber cómo escribir. Un día, de la nada, el simple hecho de abrir el ordenador se convirtió en mi peor pesadilla. Las manos acariciaban las teclas, incapaces de pulsarlas, porque no me salían las palabras. Mi diccionario interno se había quedado en blanco, no recordaba ni siquiera los nombres de los amigos que me escribían para saber cómo me encontraba. De pronto, me convertí en una persona con mi mismo aspecto, pero que solo respiraba, que dormía todo el día y que no sabía leer un párrafo sin repetir la misma línea tres veces. Mis recuerdos más felices, aquellos que me hacían resurgir en los peores momentos, los que formaban ese lugar seguro en el que refugiarme cuando había tormenta, no estaban por ninguna parte.
Tras meses de terapia que me sirvieron como recuperación y documentación, decidí irme a mi pueblo y rodearme de naturaleza. Cada día me iba a pasear entre las flores salvajes del campo, aquellas que después incluí en las páginas de la novela como agradecimiento a su poder de sanación. Entonces, los recuerdos felices comenzaron a resurgir de nuevo, y con ellos las palabras y nombres que pensé que jamás recuperaría.
Cuando me vi preparada, empecé la reestructuración de la trama y de los personajes. Quise dar complejidad y protagonismo a las emociones que los conformaban. No me importaba si estas los afeaban o podían llegar a cambiar de género la novela, cosa que ocurrió, aunque también me liberó. Necesitaba que la gente, si algún día llegaba a conocer a Seiya o a cualquiera de sus vecinos, pudiese ver que eran personas con contradicciones, secretos, penas y alegrías; dicho de otra forma: que sintieran que estaba hablando de alguien que podría ser perfectamente de su familia, un amigo suyo o un compañero de trabajo. Sin embargo, a pesar de la dosis de realidad y crudeza que se presenta en cada una de las historias vitales de los personajes, quería dar un mensaje de esperanza, ya que todos ellos siguen adelante, ya sea por ellos mismos o por otras personas. Este pensamiento de resiliencia es algo que solo encontramos en los humanos.
Por otra parte, creo que lo que hace especial a Hotaru: El secreto de las luciérnagas y más la acerca a la literatura japonesa no es que transcurra en un pueblo de Gifu, sino el peso casi sagrado de la naturaleza y la forma de describir la ambientación, que parece que no debes leerla con los ojos sino con el corazón. Conforme iba reescribiendo la novela me fue inevitable no imaginarme todas las descripciones como si las hubiese dibujado Hayao Miyazaki. Y es que otra de mis intenciones era crear una historia que nos dejara ser niños de nuevo conforme la fuésemos navegando entre sus páginas. Revisé toda la filmografía del Studio Ghibli —admito que lo hago cada dos meses—, compré libros de arquitectura japonesa dibujada a acuarela, recetarios ilustrados… Quería que la realidad traspasase un filtro mágico, una especie de encantamiento, que la hiciera más amable y nos dejara verla con la inocencia que nuestro niño interior todavía mantiene.
Es posible que esta novela haya sido el manuscrito con más reescrituras y ediciones antes de enviarlo a una editorial para que lo publicasen, que más dolores de cabeza me ha dado hasta el momento; sin embargo, no me arrepiento del viaje. A pesar de que la transición de un género a otro siempre da vértigo, todos los cambios han sido una enseñanza, un crecimiento, cicatrices doradas que la han ido perfeccionando hasta su punto final. Para mí, Hotaru: El secreto de las luciérnagas ha acabado siendo una reconciliación con la vida, un abrazo tras un muy largo y duro día.
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Autor: Bárbara Marui. Título: Hotaru: El secreto de las luciérnagas. Editorial: Plaza & Janés. Venta: Todos tus libros.


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