El Diablo Cojuelo es uno de los textos más representativos de la sátira barroca española. Publicada por primera vez en 1641, la obra pone en escena un pacto entre un estudiante y un demonio cojo que le permite sobrevolar Madrid y otras ciudades, abriendo los tejados de las casas para mostrarle lo que ocurre en su interior. Esta estrategia narrativa permite a Luis Vélez de Guevara realizar una crítica demoledora de la sociedad de su tiempo, exponiendo las hipocresías, corrupciones y dobleces de cada clase social.
(…) oyó un suspiro entre ellos mismos que, pareciéndole imaginación o ilusión de la noche, pasó adelante con la atención papeleando los memoriales de Euclides y embelecos de Copérnico; escuchando segunda vez repetir el suspiro, entonces, pareciéndole que no era engaño de la fantasía, sino verdad que se había venido a los oídos, dijo con desgarro y ademán de estudiante valiente:
—¿Quién diablos suspira aquí?
—Yo soy, señor Licenciado —respondió una voz entre humana y extranjera—, que estoy en esta redoma, adonde me tiene preso ese astrólogo que vive ahí abajo, porque también tiene su punta de la mágica negra, y es mi alcaide dos años ha.
—¿Luego, familiar eres? —dijo el Estudiante.
—Harto me holgara yo —respondieron de la redoma— que entrara uno de la Santa Inquisición para que, metiéndole a él en otra de cal y canto, me sacara a mí de esta jaula de papagayos de piedra azufre. Pero tú has llegado a tiempo que me puedes rescatar, porque este a cuyos conjuros estoy asistiendo me tiene ocioso, sin emplearme en nada, siendo yo el espíritu más travieso del infierno.
Don Cleofás, espumando valor, prerrogativa de estudiante de Alcalá, le dijo:
—¿Eres demonio plebeyo, o de los de nombre?
—Y de gran nombre —le repitió el vidrio endemoniado—, y el más celebrado en entrambos mundos.
—¿Eres Lucifer?
—Ese es demonio de dueñas y escuderos.
—¿Eres Satanás?
—Ese es demonio de sastres y carniceros.
—¿Eres Bercebú?
—Ese es demonio de tahúres, amancebados y carreteros.
—¿Eres Barrabás, Belial, Astarot?
—Esos son demonios de mayores ocupaciones —le respondió la voz—: demonio más por menudo soy, aunque me meto en todo: yo soy las pulgas del infierno, la chisme, el enredo, la usura, la mohatra; yo traje al mundo la zarabanda, el déligo, la chacona, el bullicuzcuz, las cosquillas de la capona, el guiriguirigay, el zambapalo, la mariona, el avilipinti, el pollo, la carretería, el hermano Bartolo, el carcañal, el guineo, el colorín colorado; yo inventé las pandorgas, las jácaras, las papalatas, los comos, las mortecinas, los títeres, los volatines, los saltambancos, los maesecorales y, al fin, yo me llamo el Diablo Cojuelo. (Tranco I)
El estudiante lo libera de la redoma mágica y el diablo, en agradecimiento, lo lleva volando a la torre más alta de Madrid desde donde, levantando los techos de las casas, se puede observar toda la vida íntima de los más afamados personajes. El diablo también lo traslada por los aires a otras ciudades como Toledo, Córdoba, Sevilla y su patria chica, Écija.
Podríamos decir que es una de las sátiras escritas en prosa más estrambóticas y animadas de la literatura. De Vélez de Guevara diremos que, si como dramaturgo se aparta de lo popular, incide en lo colosal y exuberante del gongorismo metido a prosista, bebiendo en el conceptismo más inequívoco. La novela es una crítica satírico-social desde un ángulo diferente a la picaresca tradicional, pero no por ello deja de ser, en su esencia, cosa de pícaros. Algunos destellos recuerdan a Los Sueños de Quevedo; ambos escritores beben de las mismas fuentes, utilizan similares recursos, comparten ingenio y gracia, y sus obras están caldeadas por el folclore nacional. La obra abunda en dichos, refranes, chascarrillos, citas contrahechas, ingeniosos juegos de palabras… elementos que han contribuido a su buena salud literaria en nuestro país y fuera de él. Prueba de ello es que ha sido traducida a las principales lenguas europeas.
Pero lo que nos interesa hoy es la mirada vertical, panorámica y reveladora que articula la estructura de la novela. El Diablo levanta los techos no para espiar al estilo de un confidente, sino para revelar verdades. Más de tres siglos después, esa misma mirada aérea ha mutado en formato digital: Google Street View, los satélites cartográficos y las plataformas interactivas permiten “verlo todo” desde arriba, desplazándonos por espacios públicos e incluso privados con una sensación de omnipresencia antes impensable. Es otro tipo de picarismo, una revelación de verdades, una muestra cinematográfica en la que no cabe reflexión, porque todo está ahí.
La técnica que Vélez (con el tejado levantado como símbolo epistemológico) emplea —levantar los tejados para mostrar lo que ocurre dentro de los hogares— no es un mero recurso humorístico. Es, en realidad, una formulación barroca del deseo de penetrar en la verdad social: ver lo que los demás esconden, desvelar las máscaras, denunciar el artificio. Como en el teatro del mundo calderoniano, el Diablo Cojuelo arranca los decorados del escenario para mostrar los entresijos del alma humana.
El pícaro en las alturas: otra forma de exponer la realidad
Aunque El Diablo Cojuelo se suele clasificar más como sátira fantástica que como novela picaresca en sentido estricto, incorpora una serie de elementos claramente afines a la tradición del pícaro. El protagonista humano, el estudiante Cleofás, hereda el espíritu transgresor y observador del Lazarillo o del Buscón, aunque desplazado a un plano más vertical y reflexivo.
Este pícaro ilustrado, con acceso al conocimiento mediante su alianza con lo demoníaco, se convierte en un narrador indirecto del mundo corrupto que se le presenta. Pero, a diferencia del pícaro tradicional, que relata sus propias penalidades desde abajo, Cleofás observa la miseria ajena desde arriba, guiado por un ente sobrenatural. La perspectiva cambia, pero la intención crítica se mantiene: desenmascarar los falsos prestigios, exponer la podredumbre institucional, reírse de la nobleza arruinada y de los burgueses vanos.
El Diablo, por su parte, funciona como un pícaro sobrenatural. Aunque posee saberes ocultos, su discurso está lleno de malicia, chismes, ironías y juegos de palabras típicos del pícaro clásico. Es, en cierto modo, una sublimación del pícaro tradicional en clave fantástica, con el poder añadido de levantar tejados y señalar con sátira todo lo que otros temen nombrar.
Este desplazamiento de la picaresca hacia la fábula satírica anticipa una nueva forma de crítica: la del espectador superior, del observador dotado de poder, que no solo cuenta su experiencia, sino que escenifica la decadencia de toda una sociedad. En este sentido, la función del pícaro se reactualiza: ya no se trata solo de sobrevivir, sino de interpretar —con sarcasmo y lucidez— la caída de un mundo.
La analogía es directa: Google Street View es nuestro Diablo Cojuelo. Aunque no vuela sobre tejados ni levanta techumbres, nos ofrece una mirada digital superior, muchas veces indiscreta, que penetra lo urbano, rastrea, compara, escudriña. En algunos casos, ha capturado personas en momentos íntimos, ventanas abiertas o incluso escenas delictivas. En todos los casos, ofrece una experiencia visual que neutraliza la privacidad en nombre del acceso y la utilidad.
El carácter humorístico, distorsionado y grotesco de muchas capturas fortuitas de Street View recuerda la estética caricaturesca de Vélez de Guevara: retratos deformados de lo cotidiano que revelan la fragilidad del orden social. A esto se suma la fascinación contemporánea por lo oculto revelado: existen blogs, canales de YouTube y redes sociales dedicadas exclusivamente a hallazgos bizarros en Street View, repitiendo así el gesto del Diablo Cojuelo en clave posmoderna.
Uno de los aspectos más inquietantes de esta comparación es que lo que en El Diablo Cojuelo se presenta como un acto de revelación crítica, hoy aparece normalizado como forma de entretenimiento. Lo que antes escandalizaba, ahora se consume. En lugar de generar conciencia, la visibilidad perpetua puede alimentar el morbo, la indiferencia o la banalización del otro. La privacidad ha dejado de ser un valor absoluto para convertirse en una moneda de cambio cultural.
El Diablo Cojuelo quería mostrar al estudiante las miserias del alma española. Google Street View muestra nuestras calles, pero también nuestras contradicciones: queremos ver sin ser vistos, acceder a lo ajeno sin perder el control de nuestra propia imagen. Vélez lo presentaba como un juego de revelación; hoy lo vivimos como una rutina sin consecuencias.
En este panóptico barroco, Luis Vélez de Guevara no podía imaginar un mundo como el nuestro, donde la mirada vertical ya no pertenece a un demonio satírico, sino a una interfaz sin rostro ni intención narrativa. Sin embargo, su intuición barroca sigue viva: la necesidad humana de saber qué ocurre tras la fachada, el deseo de desvelar la verdad mediante una visión superior y totalizadora está más presente que nunca.
El Diablo Cojuelo anticipa, en clave literaria y satírica, una forma moderna de entender la realidad: una realidad sometida a una mirada constante, desplazada, ubicua, en la que todos podemos ser observadores y observados. Lo que en el siglo XVII fue una crítica moral encarnada en una fábula grotesca, hoy reaparece como una infraestructura digital con apariencia de neutralidad. Pero el impulso es el mismo: mirar desde arriba para saber quiénes somos realmente.


Un ejemplo estupendo de cómo Zenda logra rescatar obras y miradas que, de otro modo, quedarían relegadas a los anaqueles, y actualizarlas con ingenio para el lector de hoy. Rosa Amor del Olmo consigue tender un hilo vivo entre la sátira barroca y nuestra mirada digital, recordándonos que algunos gestos literarios —como el de levantar tejados— siguen siendo tan provocadores como necesarios. ¡Muy divertido y el extracto genial!
Mucho vos agradezco la buena obra e el gentil decir.
Filologia en estado puro. Menos mal. Sin doctrinismos ni aproximaciones malevolas.
Un verdadero disfrute. Gracias Dra Amor
Téngolo por gran honra e merced de vos!
¡Qué bueno! No lo conocía.
Da para un corto y más. Increíble. Gracias.
Esme gran plazer que vos sea a gusto
Un artículo genial, incorpora El Diablo Cojuelo a la tradición de la anticipación literaria (no Literatura de Anticipación o de Ciencia Ficción) a la tecnología, como el famoso caso de El Aleph de Jorge Luis Borges y la Internet y La Invención de Morel de Adolfo Bioy Casares y la Realidad Virtual.
Otra prueba del brillante intelecto de Rosa Amor del Olmo.
Don Mario. Guárdevos Dios muchos años por tan gentil razonamiento, que en buena ora vino e en mejor se reçibió.