Foto de portada: Victoria Iglesias
Comencé la lectura de El hombre, de Guillermo Arriaga, un 4 de julio, Día de la Independencia (de los Estados Unidos respecto a Gran Bretaña). Lo hice de manera deliberada y con cierta malicia, pues conocía parte de la trama de la novela y me pareció deliciosamente perverso dar la vuelta a los hechos y ahondar en esa misma ucronía con cuya definición —«Reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos»— el propio autor abre su relato.
Sirviéndose de la enigmática figura de Henry Lloyd, un personaje de incierto pasado, Guillermo Arriaga aborda temas como la esclavitud, el saqueo y la violencia como origen del capitalismo en Estados Unidos y de cómo las grandes fortunas suelen estar teñidas de sangre y fuego (dos elementos, por cierto, muy presentes en la obra del escritor mexicano).
Asimismo, el ganador del Premio Alfaguara por Salvar el fuego trata otros temas como la identidad y las peculiares y tensas relaciones entre mexicanos y estadounidenses y apaches de la frontera. Este último aspecto, la relativamente desconocida lucha entre mexicanos y apaches, ha sido examinada por otros autores mexicanos, como es el caso de Álvaro Enrigue en Ahora me rindo y eso es todo, si bien desde una perspectiva completamente diferente y mucho menos violenta y cruda que la que muestra la obra de Arriaga.
Para ello, el autor dedica casi setecientas páginas y se sirve de seis voces que cuentan una historia que abarca de 1815 a 2024 (la de James, un esclavo líbero; la de Virginia, una mujer fuerte; la de Rodrigo, un joven mexicano afincado en Texas; la de Jeremiah, un esclavo que se niega a hablar inglés; la de Jack Barley, némesis de Henry Lloyd, y la de un académico que trata de reconstruir desde el presente la saga de los Lloyd. Por supuesto, hay un sinfín de voces secundarias, pero no menos poderosas).
Es importante señalar al respecto un detalle: Arriaga construye su relato en base a seis voces, no tan sólo a seis puntos de vista. Con ello quiero destacar que cada una de estas voces cuenta con su propia gramática, sintaxis, estilo, tono… De alguna manera, es como si en este trabajo —gestado a lo largo de veinticinco años, de acuerdo con el propio autor— estuvieran contenidas todas las técnicas y aproximaciones formales que Arriaga ha explorado en otras obras: estructuras no lineales, un clásico en todas sus novelas y trabajos para cine (salvo, tal vez, en Extrañas); alternancia de primera y tercera persona; ausencia de puntos, comas y demás en Extrañas; uso de la jerga y los localismos, como en Salvar el fuego y, por supuesto, la omnipresente sombra de la naturaleza más primaria, ya presente en obras como El salvaje. Todo ello está presente en El hombre y multiplicado por cien.
A este respecto cabe señalar, no sin cierto humor y cierta complicidad, que Arriaga está en camino de superar en complejidad a su admirado Faulkner, quien recoge en su novela Mientras agonizo quince puntos de vista desplegados a lo largo de cincuenta y nueve monólogos interiores.
Ahora bien, que nadie se confunda: más allá de la obsesión de Guillermo Arriaga por el lenguaje, su obra no tiene por finalidad esta dimensión lingüística, sino que su mirada se centra en la historia, en el arte de contar historias y en su avance. Y en este sentido, Arriaga es un narrador único. Y digo único en un sentido literal; personalmente, no soy capaz de nombrar a otro autor contemporáneo con una capacidad similar a la hora de construir relatos en los que se combinan sofisticación y agilidad, crudeza y amor. En resumen, lo más oscuro del ser humano junto a lo más noble; lo que nos recuerda, evocando la letra que Bertolt Brecht escribió para la pieza de Kurt Weill «What Keeps Mankind Alive», que «la humanidad se mantiene viva gracias a actos bestiales».
He mencionado que la extensión de la novela ronda las setecientas páginas, y también que el estilo de Arriaga dista mucho de lo que podría denominarse «literatura de consumo». No obstante, la novela atrapa al lector desde la primera página y no le permite soltarla en ningún momento. Los personajes cautivan. Los capítulos, cortos, invitan a seguir leyendo. Las historias, hipnóticas, brutales y escritas de manera magistral, avivan en los lectores el deseo de avanzar. Los elementos tanto históricos como ficticios, el virtuosismo literario y narrativo, los apuntes interesantes y lúcidos sobre nuestro presente —sobre todo sobre la actualidad de los Estados Unidos en la era de Trump— hacen de El hombre una novela monumental, como surgida de otra época pero llamada a convertirse en un clásico instantáneo y a su autor en un sólido candidato al Nobel de Literatura.
En otras palabras, Arriaga vuelve a subir su propia apuesta y, por supuesto, la gana.



Lo he acabado, y fascinado. Arriaga no defrauda, conversé con él recientemente y cada obra es un regalo para la literatura.