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Guillermo Arriaga: «Escribimos con el inconsciente»

Guillermo Arriaga: «Escribimos con el inconsciente»

Después de éxitos internacionales como El salvaje (Alfaguara, 2017) o Salvar el fuego (Alfaguara, 2020), Guillermo Arriaga (ganador de importantes galardones como el Premio Alfaguara, el Mazatlán, y autor de obras para cine como Amores perros, 21 gramos o Babel), regresa con Extrañas (Alfaguara, 2023). Su nueva novela supone un giro en su narrativa, una apuesta más elevada que, sin lugar a dudas, el escritor mexicano vuelve a ganar.

Extrañas nos lleva al siglo XVIII, a la frontera entre la ciencia y la religión. En este nuevo trabajo, el autor nos introduce en la historia de William Burton, un joven noble que decide rebelarse contra la tradición familiar y romper con su destino, a fin de convertirse en médico, después de contemplar el inhumano trato que reciben unos «extraños» seres humanos, debido a sus malformaciones y taras genéticas.

Hablamos con Guillermo Arriaga sobre «engendros», ciencia, religión, lenguaje y ajedrez.

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—En Extrañas has abandonado los escenarios urbanos, el México al que nos tienes acostumbrado, y tus lectores esperamos, en cierto modo, encontrarnos con algún elemento autobiográfico en tus novelas. ¿Qué hay del propio Guillermo Arriaga en este trabajo?

"Yo procuré no meter nada autobiográfico, para que la novela terminara empapada de todos los temas, las obsesiones…"

—Te diría que todo y nada. Nada porque nunca he tratado realmente de retratarme o hacer autobiografía. Es lo que siempre les digo mis alumnos: «Quiten todo lo que haya de ustedes en una novela, para que esté todo lo de ustedes». Porque si no, empiezas a hacer caricatura de ti mismo. Yo procuré no meter nada autobiográfico, para que la novela terminara empapada de todos los temas, las obsesiones… Lo decía Ernesto Sabato: tú no eliges las obsesiones, las obsesiones te eligen a ti. Entonces prefiero que las obsesiones solas sean las que se construyan, sin manipular mucho. Escribimos con el inconsciente.

—Te has alejado de la estructura habitual de tus novelas y obras para cine (con ecos faulknerianos, saltos temporales, etc.), y optas en este trabajo por una narrativa más lineal, si bien sigues jugando con el tiempo al llevarnos a otra época (temática y formalmente). 

—Lo que trababa de hacer era que se sintiera como una novela del siglo XVIII. Traté de crear una puntuación distinta, una cadencia distinta; no usar el «que», el «porque» ni el «aunque», lo que te obliga a reconstruir las frases; no usar los adverbios acabados en «mente»; el usar palabras de antes de 1790… A veces era muy frustrante. Por ejemplo, «el señor Wright era de un gran optimismo»… ¡pero no existía la palabra «optimismo» en esa época! Porque yo siempre he dicho que no existen sinónimos, existen palabras precisas. Aunque me encantó el reto. Aprendí muchísimo del lenguaje. Creo que empecé a encontrar los engranajes profundos del lenguaje.

—Hallamos precisamente en Extrañas un juego con el lenguaje, pero en un sentido diferente al que podemos encontrar en Salvar el fuego (donde juegas con el slang, la jerga, el argot). ¿Podemos decir que el propio lenguaje, el lenguaje en sí, es uno de los grandes «protagonistas» o, al menos, uno de los grandes temas de todas tus obras?

"Soy un obseso del lenguaje. En todas mis novelas hay un trabajo con el lenguaje"

—Soy un obseso del lenguaje. En todas mis novelas hay un trabajo con el lenguaje. En Salvar el fuego, como señalas, aparece todo ese argot, y traté de que tres personajes hablaran de forma distinta cada uno. Y aquí me dije: «Tengo que tratar de pensar como si fuera del siglo XVIII». Con todas estas limitaciones de lenguaje que tenía el siglo XVIII para expresar el mundo. Y, sobre todo, cuando es ciencia. Cuando palabras científicas como «torso», «esquelético», «escalpelo», «bicéfalo» no puedes usarlas te obliga a pensar de una manera completamente distinta como escritor.

—Claro, porque sólo podemos percibir, describir y comprender el mundo a través del lenguaje.

—Ése fue mi principal trabajo: encontrar la cadencia y expresar el mundo con todos los límites. Pero me gustó, ya que te obliga a reconocer los límites y a empujarlos.

—Me ha dado la impresión de percibir aquí otro guiño a un clásico de la novela de aventuras. Si en El salvaje me pareció escuchar ecos de Jack London, quizá en un segundo plano, aquí he creído sentir a Joseph Conrad en algunos pasajes. 

—Mira, acertaste de pleno. Yo no escribo pensando en Jack London o en Conrad, obviamente, pero en el fondo sí hay un símil en algunos momentos con El corazón de las tinieblas. Ese entrar en un territorio desconocido donde, a su vez, hay un personaje cuyo apellido evoca a Conrad: William Burton. El nombre es un homenaje a Richard Burton.

El explorador que trajo Las mil y una noches, nos dio a conocer el Kama-Sutra, etc. 

—Exacto. En algún momento pienso que voy a decir que estoy contando la historia del abuelo de Richard Burton (risas).

—Aunque Extrañas está narrada en primera persona, probablemente sea una de tus últimas novelas más susceptibles de una adaptación audiovisual. Es muy fílmica.

—Como sucede con las otras, en apariencia es fílmica. Pero es un viaje al interior. Yo las escribo como libros, y me cuesta trabajo pensar si van a ser películas o no.

—Un lobo en El salvaje, un presidiario sofisticado en Salvar el fuego. Y aquí, en Extrañas, «engendros». En definitiva, lo otro, lo diferente.

"A mí me ha dolido ver el trato que se le ha dado a gente por ser diferente, ya sea por una malformación, por un problema genético"

—Respecto a esta novela en particular, a mí me ha dolido ver el trato que se le ha dado a gente por ser diferente, ya sea por una malformación, por un problema genético, pero siempre hay como un rechazo escondido. O, a veces, un rechazo directamente abierto. Participé como director en una serie que se llamaba ABC discapacidad. Uno de mis compañeros fue a una zona rural del sur de México y se encontró con muchachos con parálisis cerebral criados entre el ganado. Yo vi las imágenes y me impactaron. Luego tuve un amigo con parálisis cerebral. Un chico brillante, alumno destacado en Psicología y Derecho, y entrenador profesional de fútbol. Y aun así el rechazo que había hacia él, las humillaciones, los abusos de todo tipo. Estas personas lo sufren por ser diferentes, y quería reflejarlo en la novela.

Hay mucha terminología médica, anatómica antigua, pero también náutica, geografía e historia, lingüística… ¿Cómo fue el proceso de documentación para esta novela? 

—Lo médico siempre ha sido algo que me he interesado mucho. Contrario a Arturo Pérez-Reverte, que sabe todos los términos de navegación, porque él es navegante, en ese terreno sí tuve que investigar.

—Más allá de los términos, me llamó la atención la precisión con la que definías texturas de órganos o de vísceras.

 —Eso sí lo sé porque soy un gran aficionado a la caza. Y me basé en la descripción de los órganos de los animales, que conozco perfectamente.

—La novela se sitúa en el momento histórico donde la religión da paso a la ciencia. El propio William Burton, el protagonista y narrador de la novela, menciona expresamente este giro: «Fracturar la naturaleza para arribar a un nuevo equilibrio, a otra naturaleza determinada por nosotros».

"Se piensa que el romanticismo de los siglos XVIII y XIX va contra el racionalismo del siglo XVIII, pero ese racionalismo no es tan «racionalista», era casi poético"

—Se piensa que el romanticismo de los siglos XVIII y XIX va contra el racionalismo del siglo XVIII, pero ese racionalismo no es tan «racionalista», era casi poético: los riesgos que tomaban, la aventura de romper con todos los atavismos morales que derivaban de la religión frente al conocimiento científico… Eran muy aventureros. El siglo XVII creó todas las bases para entender, pero el siglo XVIII fue toda la apuesta.

—Sin embargo, la sensación que se suele tener es que el siglo XIX fue el más rupturista. 

—En medicina el siglo XVIII lo cambió todo. Los cirujanos pertenecían al gremio de los barberos. Ibas a cortarte el pelo y los pies (risas). Es muy simpático eso. Los verdaderos médicos eran los farmacéuticos y los consideraban poco más que carniceros —les pedían cosas como «ve ahí y córtale la pierna», etc.—. Muchos de ellos eran personas muy burdas, pero estos cirujanos empezaron a reconstruir el mundo y la forma de ver el mundo, el conocimiento. Para mí, lo más importante es toda la exploración del conocimiento. Todos los cambios durante el siglo XIX no podrían haber tenido lugar sin las bases del siglo XVIII.

Al hilo de la dicotomía entre razón y pasión, entre ciencia y creencia, aparece en la novela un tablero de ajedrez (el juego racional por excelencia); un tablero de ajedrez al que, en un momento dado, le faltan unas piezas. ¿Qué papel juega? ¿Qué importancia o significación tiene? ¿Es una forma de acceder a la psicología de los jugadores? 

—Yo no escribo una novela con todo planificado, con todo lleno de post-its. A veces ni siquiera sé de qué va a tratar. El caso es que estaba viendo Masterclass y de repente vi el episodio de Kaspárov, y decidí meterlo en la novela. Me gusta jugar al ajedrez. Los jugadores aficionados tienden a proteger el centro, pero yo me muevo en los extremos y los confundo muchísimo. El modo en que juegas al ajedrez habla del tipo de persona que eres, sobre tu psicología.

—Aunque sea un poco prematuro, es inevitable preguntarte por tus nuevos proyectos. ¿Qué viene después de Extrañas? 

—Estaba escribiendo una novela, quiero volver a dirigir cine, y acabo de producir una película dirigida por mis hijos, Mariana y Santiago.

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