Foto de portada: Luis Rosales, alrededor de 1940
La investigadora Noemí Montetes-Mairal ha hecho un descubrimiento extraordinario: una obra de teatro inédita, firmada por Luis Rosales y Alfonso Moreno, en la que el protagonista confiesa que, durante su juventud, delató a un hombre contrario al régimen. ¿Por qué es este descubrimiento tan importante? Porque Federico García Lorca fue detenido precisamente en casa de Luis Rosales aquel fatídico día de agosto de 1936. Por tanto, estamos ante una obra que nos obliga a lanzar una pregunta: ¿está el autor haciendo una confesión o se trata solo de ficción?
En este making of Noemí Montetes-Mairal explica cómo dio con el manuscrito de una obra de teatro que llevaba ochenta años desaparecida y que, además de anticipar ciertos conceptos orwellianos, sirve de prólogo para la lectura de La casa encendida.
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Estas cosas siempre ocurren por azar.
O quizá no.
Y cómo nos gustan los azares, las casualidades, y fantasear con ello.
Lo que voy a contar me sucedió por azar, pero debo admitir, también, que sin mis conocimientos previos, y sin el hecho de estar manejando materiales próximos, no me habría ocurrido. No habría caído en la cuenta. Las cosas suceden por azar, sí. Pero también es cierto que al azar lo solemos ayudar.
Un día de hará… ¿dos años? Estaba preparando un estudio sobre la influencia de la literatura catalana en el poeta Dionisio Ridruejo. Tengo en casa sus memorias, su poesía y varios títulos suyos de un género mestizo entre la prosa poética, la reflexión literaria, política, cultural, autobiográfica… Ridruejo fue un tipo interesantísimo. Cogí el volumen de su correspondencia que, por supuesto, no es completa porque la publicación de la misma derivaría en un número ingente de tomos, y tampoco así sería completa. Buscando referencias a autores catalanes, me encontré con una carta que me llamó lo suficiente la atención como para que decidiera contactar con el editor del tomo, el profesor Jordi Gracia. Jordi me contestó enseguida, como suele ser habitual en él, y trató de ayudarme en todo lo que pudo y recordaba respecto de lo que le consulté. Tras nuestra conversación, decidí que debía acercarme a Salamanca, a rebuscar entre la correspondencia de Dionisio Ridruejo, ya que el archivo personal del poeta fue a parar al Archivo General de la Guerra Civil. Pero no iba a ser fácil: la intendencia familiar se complica mucho cuando tienes tres hijos y el más pequeño apenas cuenta cinco años. Hube de esperar a que me pidieran formar parte de un tribunal de tesis en la Complutense. Decidí que me escaparía unos días antes a Salamanca, a bucear entre legajos.

Comida homenaje a Vicente Aleixandre celebrada en el Restaurante Biarritz de Madrid, el 4 de mayo de 1935 con motivo de la aparición de La destrucción o el amor. De izquierda a derecha y de pie: Miguel Hernández, Juan Panero, Luis Rosales, Antonio Espina, Luis Felipe Vivanco, José Fernández Montesinos, Arturo Serrano Plaja, Pablo Neruda y Leopoldo Panero. Sentados: Pedro Salinas, María Zambrano, Enrique Díez-Canedo, Concha de Albornoz, Vicente Aleixandre, Delia del Carril y José Bergamín
Así lo hice. Pasé varios días allá, mañana y tarde, pero no logré encontrar lo que buscaba, pese a que le di la vuelta al archivo como un calcetín. Fue inútil. Finalmente el último día, tras haberme rendido, decidí matar el tiempo que aún me quedaba hasta la hora en que partía mi tren hacia Madrid, en leer las cartas que María Fouz (la novia, entonces, del poeta Luis Rosales) le fue enviando a Dionisio Ridruejo hasta el año 1951, en el que se casan Fouz y Rosales. Fouz y Ridruejo eran buenos amigos, se tenían mucha confianza, y esto se percibe claramente en las misivas de ella (las de él no se guardan en Salamanca). De repente, el fragmento de una carta me llamó poderosamente la atención. María le contaba a su amigo Dionisio que Luis había escrito una comedia muy buena, y que a ver si él (Dionisio) podía hacer algo para que se representase. ¿Comedia? ¿Mediados de los años 40? Me he pasado media vida estudiando al poeta Luis Rosales y sabía que este, al contrario de Ridruejo, no había escrito obra teatral alguna en esas fechas. Sí lo había hecho durante la guerra, a cuatro manos con Luis Felipe Vivanco, otro poeta del grupo del 36 buen amigo de ambos. Vivanco y Rosales habían publicado una obra teatral, La mejor reina de España, en 1939, un drama en el que se abogaba por la fraternidad entre los pueblos y se menoscababa la guerra.
Me quedé con la mosca detrás de la oreja. Al llegar a casa lo primero que hice fue conectarme a los fondos Luis Rosales del Archivo Histórico Nacional. Cuando hice la tesis no podían consultarse, pero en estos momentos está todo disponible online. Para mi sorpresa, descubrí no una obra teatral sino dos: una comedia, La vida es la vida, y un drama, ¿Por qué? (este datado en enero de 1946), ambos escritos a cuatro menos por Luis Rosales y Alfonso Moreno (otro poeta del grupo con mucha menos obra que los citados, pero que cultivó una estrecha amistad con Rosales, especialmente en los años 40). Las leí. La primera es muy mala, más parece un borrador que una obra, es caótica y los personajes no están bien trazados, incluso en ocasiones se confunden entre sí. Ahora bien, ¿Por qué? me dejó sin habla, y por muchas razones: porque anticipaba, incluso en versos enteros, la poética de La casa encendida, un libro que Rosales se suponía había sido escrito en un rapto de inspiración en marzo de 1949; porque se avanzaba en algunos años a ideas que Orwell desarrolla en su conocida novela 1984, acabada en 1948 y publicada en 1949, como son las que conciben los Ministerios de la Verdad y de la Paz; porque perfilaba un Rosales extremadamente crítico con la política, el gobierno dictatorial, los autoritarismos, los totalitarismos, el ejército… un Rosales muy distinto a la imagen que de él tenemos hoy: un intelectual que no se adscribió a la ideología del Régimen pero que tampoco se pronunció en su contra; y finalmente, porque en él aparece un fragmento en el que un personaje, de nombre Luis, afirma lo siguiente (se mantienen en la cita las partes tachadas del texto):
Luis.- Mira, Martín, no puedo proceder de otra manera. Un deber de conciencia me obliga a ello. Nunca lo dije a nadie, pero hay algo en mi vida que necesita esta reparación. (Recordando). Hace ya muchos años. Era yo joven y pertenecía en mi país a un club revolucionario. Era entonces la moda. Por mi posición familiar tenía conocimientos en las altas esferas de la sociedad y del ejército. En los días de la revolución… yo delaté a un hombre, al General Krodar, que se encontraba refugiado en mi casa. Le costó la vida. Yo creí que era una obligación de justicia revolucionaria, pero desde entonces su recuerdo ha perturbado mi conciencia. Me repetía continuamente la palabra infamante: ¡Eres un delator! ¡Eres un delator! Me expatrié y he dedicado mi vida entera a luchar contra aquella revolución que me había envilecido. Y ahora se me presenta la ocasión para reedificarme… Me entregaré. ¡Dios sabe qué será de mi suerte!… pero Martín, ocurra lo que ocurra, créeme, será un descanso.

Alfonso Moreno (izquierda) y su mujer, Carmela Huart, junto a María Fouz y Luis Rosales (derecha), en 1965.
Cómo no vincular ese General Krodar con Lorca, cuando fonéticamente están tan próximos (las vocales, dos consonantes), cuando los perfiles del autor y del personaje son tan afines. Ahora bien, un personaje —pese a que su autor lo dibuje con algunos rasgos similares a los suyos— no es el autor. No solo los poetas: todos los artistas son fingidores. Se alimentan de la vida para luego recrearla, reinventarla. Y sin embargo todos conocemos el poder de las palabras, lo sencillo que nos resulta establecer fáciles conexiones entre autor y personaje. Ante esto es preciso insistir en que no, en que en este fragmento Rosales, que albergó en su casa a Lorca hasta que lo detuvieron para matarlo, que se jugó la vida para tratar de salvarlo y no lo consiguió, que hubo de pagar un alto precio por ello, no está confesando una delación. En todo caso, confiesa su tormento por no haber logrado protegerlo más. Esta obra refleja la culpa del superviviente, torturado ante la ausencia del amigo muerto.
Tras haberla examinado contacté con Luis Rosales Fouz, el hijo del poeta y de María Fouz. Este no había leído la obra y se quedó, ante la noticia, apabullado. Ambos convinimos en que era importante que se diera a conocer, pero que la diera a conocer (y cuanto antes) alguien que la explicara bien, que recalcara que lo que refleja esa obra no es la culpa del delator, sino la de aquel que hizo cuanto pudo y se castiga por no haber logrado ir más allá de sus posibilidades. Escribí el ensayo. Lo presenté a Revista de Occidente. Tardé un tiempo en recibir respuesta (los cauces de aceptación de un artículo son los que son). Juan Claudio de Ramón y Amalia Iglesias me trataron, tras la aceptación del texto, con cortesía y amabilidad infinitas. El artículo finalmente aparece en el número 530-531 (el de julio-agosto de 2025), de la revista más veterana de España. Se arma un revuelo mediático considerable. Me contactan de diversos medios. Entre ellos, Álvaro Colomer, de Zenda. Y Álvaro sabe que lo que me pida lo tiene.
De toda esta agitación, que confío no quede en humo, me gustaría pensar que se logrará editar este drama escrito a cuatro manos; que se rehabilitará en el lugar que merece la figura y la poesía de Alfonso Moreno; que la imagen de Rosales se redibujará como la de un hombre muy crítico con la política y con el poder, de una enorme capacidad creativa (aunque esto último ya se sabía); y sobre todo, que prevalecerá la idea de que nadie, nunca, debería dar nada por sentado, porque conviene estar siempre cuestionándose no solo la historia de la literatura y del arte, sino, y sobre todo, la realidad.


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