La escritora, editora y gestora cultural Mónica Nepote (Guadalajara, 1970) recibió hace unos días el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores por su libro Las trabajadoras, publicado por la pequeña editorial Heredad, una obra muy interesante que parte de la poesía y se funde con el ensayo y en la que recupera el lenguaje de la costura y la mecanografía para reivindicar el trabajo de las mujeres. Según ha relatado la autora, el libro nació a partir de una inquietud que le despertó la noticia de que trabajadoras y trabajadores de la empresa turca Bravo Tekstil dejaban mensajes ocultos en prendas de ropa que confeccionaban con la leyenda: “Yo hice esta prenda que vas a comprar, pero ¡no me pagaron por ella!”. Como ha explicado Verónica Gerber, miembro del jurado que premió el libro, Las trabajadoras es una obra que “piensa el sistema de la lengua —ese con el que hacemos literatura— como un patrón que da órdenes al cuerpo reventado de las mujeres máquina. Y, para confrontarlo, configura un vocabulario de líneas punteadas, botones y tinta mecanográfica que sostiene la vida con alfileres y espaldas encorvadas. Es con este vocabulario que la autora acciona su máquina de recepción y transcribe a su hermana Lilián; comparte las etiquetas subversivas en la ropa de Zara; amplifica la voz de los litros de agua desecados en color; invoca las enseñanzas de la abuela para hacer una cadena, un nudo; convierte su cuerpo en una hoja que guarda las inscripciones de las teclas; recibe los dictados fantasmales de sus ancestras y desteje la trama de la herencia”. Para la autora, el texto le hizo ver “todo ese caudal en el que se entremezclaba el trabajo de muchas mujeres, de experimentos, de música, de ensamblajes, fórmulas y palabras que palpitaban en un libro posible”, este que ahora ha recibido uno de los mayores reconocimientos literarios que se otorgan en México a obras publicadas. Muy merecido.
LA BIBLIOTECA DE CARLOS FUENTES
La lectura siempre fue un gran estímulo en la vida del escritor mexicano Carlos Fuentes. El acervo libresco que conservaba rebasaba los 22 mil volúmenes, distribuidos en las tres plantas de su casa de la Ciudad de México y en su piso de Londres. Al morir, Fuentes quiso que esa enorme biblioteca se convirtiera en patrimonio de los veracruzanos, pueblo natal de su padre, Rafael Fuentes, así que ya en vida gestionó la donación a la Universidad Veracruzana (UV), que el próximo mes de septiembre pondrá a disposición de los lectores una parte de ese acervo, en concreto los 7 mil libros que estaban en la casa londinense y cuyo periplo no ha sido fácil, pues ha permanecido varada mucho tiempo en un puerto inglés debido a una serie de enredos burocráticos que tuvo que deshacer su viuda, Silvia Lemus, y el investigador Jovany Hurtado, quien ha explicado que la mayoría de los títulos que leía Fuentes en su casa de la capital del Reino Unido, donde comenzó a pasar largas temporadas desde los años 90, respondían a la necesidad que el escritor tenía a la hora de escribir las novelas que hizo desde esa época. En cambio, en su casa de la Ciudad de México conservaba en una planta los títulos de historia de México y su obra, en otra planta tenía toda la literatura latinoamericana, los libros de cine y los de filosofía, y en otra tenía autores en inglés, francés, italiano y portugués. Por otra parte, Hurtado destaca que quien visite la biblioteca de Fuentes en la UV no sólo descubrirá qué leía, sino cómo leía y el trabajo que hacía detrás de cada lectura, pues primero subrayaba los párrafos que le interesaban con tinta verde y cada vez que lo hacía iba poniendo claves como RC, UC o una Q, y al final hacía anotaciones. Tras descifrar esas claves. Hurtado llegó a la conclsuión de que RC era “revisar cita del autor”, UC era “usar cita para el libro” y la Q, question, cuestionaba alguna idea, lo que muestra, como destaca el investigador, que Fuentes era un lector profundo. Al final de cada libro que leía, resume Hurtado, Carlos Fuentes escribía la fecha y el lugar donde había leído el ejemplar, y en algunos casos se han encontrado cartas en sus páginas y dibujos, lo que convierte a ciertos ejemplares en auténticas joyas. Un patrimonio que, gracias a la generosidad de la familia Fuentes, cualquier amante de los libros podrá disfrutar.


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