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Pedro García Cuartango: “Tan racional es creer en Dios como no hacerlo”

Pedro García Cuartango: “Tan racional es creer en Dios como no hacerlo”

Cuando Friedrich Nietzsche afirmó que Dios había muerto, nos sentimos aliviados; nos habíamos quitado un gran peso de encima. Nos convertimos en Macaulay Culkin en Solo en casa: sin padres, sin normas, sin límites. Pronto el sentimiento de orfandad nos empezó a corroer por dentro. Sin embargo, no buscamos un desfibrilador para resucitar a Dios. Enterrada la fe, nos dedicamos a perseguir la fama, el dinero y el poder; el becerro de oro digital. Hoy que las iglesias se vacían y los únicos altares que visitamos son los de las tiendas de Apple con sus últimos modelos de iPhone, Pedro García Cuartango se atreve a escribir sobre Dios, a buscarlo, con el ahínco de un agnóstico, mediante la filosofía. Y lo hace con éxito —ya va por la quinta edición en apenas unos meses— guiado por la experiencia y la sabiduría del curtido periodista que en lugar de afirmar prefiere preguntarse. Porque el principal objetivo de El enigma de Dios (Ediciones B) no es encontrar a Dios, sino instalarnos en la duda, el único terreno posible para el conocimiento. Por si faltaban argumentos para ir a la librería corriendo a por un ejemplar, Cuartango nos regala dos capítulos antológicos al final del libro: “Vejez” y “Mi madre”; el complemento perfecto a unas magníficas memorias impregnadas por la nostalgia, rencorosas con el paso del tiempo y llenas de preguntas sin respuesta.

Hablamos con Pedro García Cuartango (Miranda de Ebro, 1955) de “su sangre ferroviaria”, acerca de esa amarga metáfora de la vida que es El nadador de John Cheever y sobre la forma en la que el tiempo arde sin dejar cenizas.

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—”Estamos perdidos en la playa infinita del tiempo”, llevo días con esa frase de su libro en la cabeza.

"Nuestra vida es un breve instante, un pequeño fulgor en la eternidad"

—El tiempo es un misterio. En el libro hay un capítulo dedicado a Kant, que dice que el tiempo es una forma de la sensibilidad interna: el tiempo no existe, sino que es una forma de percibir las cosas. No sabemos en realidad qué es el tiempo. Pero sí que tenemos la sensación subjetiva de estar perdidos en la playa infinita del tiempo. Nuestra vida es un breve instante, un pequeño fulgor en la eternidad. El universo se creó hace 13.800 millones de años; la vida humana es un paréntesis pequeñísimo en esa playa infinita del tiempo.

—Comenta en su obra que envidia a los que creen, y que ser agnóstico, vivir en la incertidumbre, resulta agotador. 

—Así es porque el hombre busca certezas. Las busca en el trabajo, en la familia, con nuestros amigos; la incertidumbre es algo muy difícil de sobrellevar. Yo añoro mi infancia cuando tenía unas firmes creencias religiosas, iba a misa, rezaba el Rosario… Ese era un mundo mucho más seguro. De alguna forma, mi camino estaba trazado de antemano. Al dejar de creer, se abre una especie de bosque lleno de incertidumbres, un lugar donde es difícil orientarse. Es algo que llevo con un cierto pesar. Me gustaría tener seguridades, pero creo también que, al final, la vida humana consiste en hacerse una serie de preguntas, muchas de las cuales no tienen respuesta.

—Por muy creyente que uno sea, después de ver lo que ocurre en Gaza, Ucrania y en los conflictos olvidados de África, le entran las dudas sobre la existencia de Dios.

"Es muy difícil conciliar la asistencia de un Dios omnipotente y bondadoso con el males del mundo: con hechos terribles como el Holocausto, la guerra de Gaza"

—Ese es el principal obstáculo, el gran muro, que existe entre la humanidad y Dios. Es muy difícil conciliar la asistencia de un Dios omnipotente y bondadoso con el males del mundo: con hechos terribles como el Holocausto, la guerra de Gaza, las masacres de Pol Pot en Camboya. Narro en el libro el momento en el que Benedicto XVI llega a Auschwitz y dice: “Dios mío, ¿cómo has podido permitir esto?” Esa pregunta sigue abierta y ya se la hizo Voltaire cuando ocurrió el terremoto de Lisboa, en 1775, cuando la ciudad quedó destruida y en unos pocos minutos murieron 30.000 personas. Leibniz escribió su teoría según la cual “vivimos en el mejor de los mundos posibles”. Los teólogos católicos dijeron que eso era la voluntad de Dios. Voltaire cuestionó esas interpretaciones, habló de una naturaleza ciega y cruel y dijo que Dios no podía consentir ese tipo de masacres.

Pedro García Cuartango frente al hotel New Yorker

—¿Cómo es la relación entre Dios y la ciencia? ¿Son complementarios o estamos ante un oxímoron?

—Son caminos paralelos. Vías paralelas que no están en contradicción. Creo que tan racional es creer como no creer. Hace un par de años, dos autores franceses, Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, sacaron un libro de mucho éxito que se titulaba Dios, la ciencia, las pruebas. En esa obra dedican 300 páginas a aportar argumentos científicos sobre la existencia de Dios. El principal es que el Big Bang no pudo surgir de la nada porque alguien tuvo que crear la materia; y ese alguien es Dios. Hay argumentos científicos para sostener la existencia de Dios. Y también hay argumentos racionales para ser ateos o para ser agnósticos, como es mi caso. La ciencia aporta pruebas tanto en un sentido como en el otro. La ciencia no es concluyente y, al final, las creencias son una apuesta, sentimientos, convicciones. Por eso creo que estamos siempre hablando de opciones puramente personales.

—En el libro encontramos ciencia, filosofía, pero hay un concepto recurrente: el azar.  

"Es duro de asumir que el azar es tan decisivo, porque tendemos a pensar que todo pasa por algo, pero no es así"

—Leí hace muchos años, cuando estaba en la universidad, el libro de Jacques Monod, El azar y la necesidad, que fue un bestseller en los años 70. Lo que sostiene Monod es que la vida es una mezcla de azar y de necesidad. Yo estoy bastante de acuerdo. Creo que el azar juega un papel esencial en nuestra existencia. En lugar de coger un camino, eliges otro y a lo mejor conoces a la mujer con la que luego te vas a casar. De forma fortuita, a través de un contacto casual, te surge un trabajo. Son cosas totalmente imprevistas. Y no te digo si te pilla un coche cuando vas a cruzar la calle. El azar está presente en nuestras vidas y, en cierta manera, las rige. No lo reduzco todo al azar porque existen la necesidad, la genética, las leyes de la física. Es duro de asumir que el azar es tan decisivo, porque tendemos a pensar que todo pasa por algo, pero no es así.

—Otra frase que he subrayado: “Por mucho que nos esforcemos y reflexionemos, Dios se escapa entre nuestras manos como una trucha”.

—El afán de intentar comprender a Dios, de encapsularlo, de racionalizarlo, es en vano porque cada uno tiene una idea distinta de Dios. En cualquier caso, desde el punto de vista de la teología católica, Dios sería tan grande y tan inmenso que no podemos comprenderle porque nuestro entendimiento es finito y limitado. Entonces, cualquier ensayo, cualquier intento de intentar agotar la esencia de Dios, creo que conduce al fracaso.

—Decidió escribir este libro cuando llegó la carta de la Seguridad Social comunicándole oficialmente su jubilación. ¿Cómo fue ese vértigo que sintió? 

—Eso hay que experimentarlo. (Risas) Como dices, es una situación que te provoca vértigo. Yo empecé a trabajar muy joven en el periodismo, en la época de Franco. De repente, cumples sesenta y cinco años, y llega la carta de la Seguridad Social. Aunque tengo la jubilación activa —sigo trabajando—, da la sensación de haber acabado una etapa, de entrar en la vejez. Piensas que la vida activa ya es cosa del pasado y que lo que viene a partir de ese momento va a ser algo negativo: la pérdida de facultades físicas, la precariedad… Una sensación muy rara. (Piensa) Es difícil de explicar. Recibir esa carta me produjo una sensación de incertidumbre, de malestar. Piensas: ¡¿joder, esto era la vida?! Pues sí. (Reímos)

—Son muchos los filósofos que aparecen en su libro. ¿Con cuál de ellos se queda a la hora de intentar explicar a Dios y su posible existencia?

"Estoy fascinado por la filosofía de Spinoza. Su Ética es un libro que ha estado muchos años en mi mesilla de noche"

—Estoy fascinado por la filosofía de Spinoza. Su Ética es un libro que ha estado muchos años en mi mesilla de noche. Spinoza tiene la idea de que Dios es la sustancia, una sustancia única. Nos está diciendo que la esencia de Dios lo impregna todo. Es una concepción muy ambiciosa y además muy difícil de compatibilizar con la explicación del mal, con el sufrimiento, con la fragilidad humana. Porque si Dios es todo, ¿cómo existe el mal? Pese a todo, esa idea de Spinoza me fascinó; es un libro que me ha marcado mucho, aunque creo que su visión es en cierta manera utópica. Hay algo de voluntarismo en su filosofía.

Pedro García Cuartango, autor de “Iluminaciones”

—Al final del libro, muestra una identificación con el materialismo de Charles Darwin y Karl Marx.

—Sí. Creo que son herramientas indispensables para comprender el mundo. Necesitamos la teoría de la evolución para entender qué es el hombre y de dónde viene. Y Marx nos aporta una serie de claves para conocer los mecanismos del poder y para saber cómo funcionan las leyes de la economía. Karl Marx viene a decir que la conciencia es un producto de la existencia. O dicho de otra forma, que las relaciones materiales de producción condicionan nuestra conciencia, lo que pensamos. Y yo creo que eso es cierto. Aunque hay un cierto reduccionismo en esa filosofía, creo que somos lo que determinan nuestros conocimientos, nuestra familia, nuestra educación y, en definitiva, las condiciones materiales del mundo.

—También hay muchos escritores: Franz Kafka, Carson McCullers, Flannery O,Connor… El retrato que traza de John Cheever engancha perfectamente con conceptos que trata en el libro, como la muerte, nuestra orfandad existencial, la fragilidad de la existencia, el dolor del hombre…  

"En esa historia vemos el concepto del paso del tiempo, la idea de que al final todo se acaba, todo es perecedero y que somos seres arrojados al mundo"

—Cheever encarna perfectamente todas esas contradicciones de las que estamos hablando. Un escritor de relatos formidable —quizás el mejor del siglo XX—, pero que tuvo una vida desgraciada. Fue un alcohólico y vivió consumido por no asumir su condición homosexual. Ese drama interno le sirvió para crear. John Cheever es una figura que me impresiona; me gusta mucho su literatura, especialmente el cuento de “El nadador”. Ese relato es una metáfora de la vida. Un señor que recorre nadando durante un día todas las piscinas del condado y cuando llega a su casa, allí no vive nadie, está vacía. En esa historia vemos el concepto del paso del tiempo, la idea de que al final todo se acaba, todo es perecedero y que somos seres arrojados al mundo.

—El capítulo dedicado al mal es brillante. Cuando habla de Hitler, lo hace de la infalibilidad. Es algo que podemos atribuir a más dictadores. Y que también relacionamos con Dios. ¿Juegan los tiranos a ser Dios? 

—Sí, claro. Porque los tiranos abolen todas las normas, ellos están por encima de todas las limitaciones. Esas son las teorías de Carl Schmitt. En este sentido, hay una pauta común entre los dictadores de la derecha y de la izquierda, entre figuras como Stalin y Hitler, que al final son casi simétricas. Esa es la característica de estos regímenes totalitarios: están dirigidos por personas que son amos de la vida y de la muerte. Esa ha sido la causa de una serie de catástrofes que han asolado a Europa durante el siglo XX.

—Aparece en ese capítulo y en otro más adelante uno de los personajes más terribles del siglo pasado, el dirigente nazi Adolf Eichmann. A partir de su juicio en Jerusalén, surge el concepto de “la banalidad del mal”.

"Eichmann decía que lo único que hacía era planificar el transporte que llevaba a los judíos a Auschwitz. De ahí surge la idea de la banalidad del mal"

—Me leí las actas del juicio, que resultaron muy interesantes. Adolf Eichmann basó su defensa en la idea de que él era un funcionario de las SS que se limitaba a obedecer órdenes. Él decía que lo único que hacía era planificar el transporte de los trenes que llevaban a los judíos a Auschwitz y al resto de campos de exterminio. De ahí surge la idea de la banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt. Me fascina el personaje porque encarna muchas de las contradicciones del siglo XX. Podemos preguntarnos cómo fue posible el Holocausto, la devastación de Europa y los terribles males que cayeron sobre Alemania. Interrogarnos por qué los alemanes, un pueblo culto y civilizado, siguió a Hitler hasta el final. Creo que detrás de todo eso está la idea de la banalidad del mal: hacemos lo que dice nuestro Führer porque creemos que es bueno para Alemania. Ahí existe una renuncia implícita a pensar, a ser crítico, a asumir las responsabilidades propias.

David Gistau, Pedro García Cuartango y José Luis Garci

—Pasear por Miranda de Ebro es su particular magdalena de Proust. Sobre todo, cuando camina cerca de la estación de tren. “Tengo sangre ferroviaria”, afirma.

—Sí, eso es algo que siempre les digo a mis amigos, que tengo carbonilla en vez de sangre. Yo nací a unos metros de la estación. Mi padre trabajaba en la Renfe, mis tíos, mi abuelo y todos los hermanos de mi abuelo; somos una familia cien por cien ferroviaria. Mi infancia la pasé en la estación de Miranda de Ebro. De hecho, siempre pensé que sería maquinista. Cuando era pequeño, no comía hasta que salía el tren de la una. Mi vida está muy vinculada sentimentalmente al ferrocarril.

—Nos cuenta cómo los olores se relacionan con su memoria: como esa cera de los pupitres.

—Eso a mis hijas no se lo he explicado nunca. En la escuela parroquial de Miranda, cuando acababa el curso, teníamos que lijar los pupitres —en los que había un tintero porque escribíamos con pluma—. Después de limpiarla y lijarla, le dábamos cera. Era un rito de final de curso. Y ese es un olor que tengo profundamente grabado.

—También nos cuenta la decepción al regresar a la chopera de su infancia, idealizada en su memoria, donde pasaba los domingos pescando cangrejos, bañándose en la poza y comiendo tortillas de patata y filetes empanados. 

"Cuando volví a la chopera, nada me recordaba al pasado y ya nada quedaba de aquel pasado"

—Eso es algo que me ha torturado y en lo que pienso muchísimas veces. Ese sitio que yo recordaba ya no tiene nada que ver con la realidad. No encontré rastro del manantial. Además, el lugar estaba muy deteriorado. Lo recordaba de forma distinta y eso me produjo una enorme frustración. Supongo que eso pasa porque la memoria elabora los recuerdos de una forma y tendemos a idealizarlos. Cuando volví a la chopera, nada me recordaba al pasado y ya nada quedaba de aquel pasado.

—Ese paso del tiempo es uno de los temas importantes de su libro. Menciona al final de un capítulo la frase de Elsa Triolet: “El tiempo arde sin dejar cenizas”. 

—Sí, efectivamente. El tiempo pasa sin dejar rastro; todo desaparece, todo se desvanece. Tengo ya setenta años y mi padre, mis tíos, muchos amigos y compañeros de colegio han desaparecido. El tiempo ha ardido y no ha dejado ninguna ceniza. Eso es algo que me da mucho que pensar. Vivimos muy aferrados al presente y pensamos que las cosas van a durar siempre. Y no es así. Todo pasa. Volvemos al principio, somos un fulgor en la playa infinita del tiempo.

—La muerte no existe en nuestra sociedad. La escondemos.

—Así es.

—Sobre todo, no existe el muerto.

"La muerte es algo invisible porque no forma parte de nuestra vida cotidiana. Pero la paradoja es que la muerte está ahí"

—No existe el muerto. Lo hemos visto en los atentados del 15-M y en la pandemia. Los medios de comunicación eluden cualquier visualización de la muerte; salvo que sea muy lejana, como en Gaza. Esconder la muerte es una tendencia de nuestra civilización; elevar la muerte a la condición de tabú. Antes los cadáveres se velaban en casa. La muerte es algo invisible porque no forma parte de nuestra vida cotidiana. Pero la paradoja es que la muerte está ahí. Todos sabemos que nos vamos a morir. Todos sabemos que es algo ineludible, pero intentamos apartarla de nuestra mente. No hay tampoco una representación de la muerte en la cultura. En el arte medieval y en el Renacimiento era el eje principal de las representaciones de la pintura y la escultura. Eso ya no existe. La muerte se ha desvanecido.

—Como usted mismo reconoce, el último capítulo, dedicado a su madre, ha sido el más duro de escribir.

—Sí. Ha sido muy duro. Ha sido un ejercicio de autodisciplina, porque en el fondo es una despedida. Mi madre tiene 99 años, está en silla de ruedas y tiene demencia senil. Necesitaba escribirlo, dejar un testimonio y que también me sirviera como una especie de desahogo. Pensé que al hacerlo mucha gente se sentiría identificada. Estos son temas de los que no se habla, pero están ahí: la vejez de nuestros padres, el prolongamiento artificial de la vida… Es algo muy doloroso, muy dramático, la pérdida de la madre. A excepción de la de un hijo, esta es la mayor pérdida que podemos tener.

—Terminamos la entrevista. Ahora puedo hacerle una recriminación. Nos ha engañado: usted ha usado a Dios para escribir un memoir magnífico.

—Totalmente. Es un reproche acertado. (Risas) Pero también creo, en mi descargo, que no hay otra forma de escribir sobre Dios. No tendría sentido que hubiera hecho un Tratado de Teología. Para eso ya están san Agustín y santo Tomás. Como he comentado, la fe es algo personal y tienes que hablar de ti mismo. Fue una opción deliberada que el libro tuviera dos planos intercalados: mi vida —mi biografía— y el tema de Dios. Lo hice consciente y deliberadamente. No es que no haya salido así por casualidad, quería hacerlo de esa forma.

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Pablo75
Pablo75
3 meses hace

“hay argumentos racionales para ser ateos o para ser agnósticos, como es mi caso. La ciencia aporta pruebas tanto en un sentido como en el otro.”

¿La ciencia aporta pruebas de que los ateos tienen razón, de que no existe Dios? ¿Qué pruebas?

“Lo que sostiene Monod es que la vida es una mezcla de azar y de necesidad. Yo estoy bastante de acuerdo. […] El azar está presente en nuestras vidas y, en cierta manera, las rige.”

Hablar del azar sin definirlo es no decir nada, es jugar con las palabras.

“El azar son las leyes que ignoramos”, ha escrito el matemático Émile Borel. Y un proverbio árabe dice: “El azar es la sombra de Dios.”

Lo mismo puede decirse de la necesidad: ¿la necesidad de quién?

Don Blas
Don Blas
3 meses hace

En absoluto desacuerdo con el título, Ockham ya dijo que no supongamos más entidades que las necesarias, y Laplace lo repitió: Dios es una hipótesis inútil

david
david
2 meses hace

“Leí hace muchos años, cuando estaba en la universidad, el libro de Jacques Monod, El azar y la electricidad, que fue un bestseller en los años 70”. Una afirmación absolutamente sorprendente.

Javier
Javier
23 ddís hace

No sé si habrá Dios o no, ya lo veré cuando estire la pata, pero sin religión que corte el rollo al personal lo que hay es barra libre para devorarnos…