Inicio > Series y películas > Del papel a la pantalla > Adaptaciones literarias al cine europeo de finales de los cincuenta (II)

Adaptaciones literarias al cine europeo de finales de los cincuenta (II)

Adaptaciones literarias al cine europeo de finales de los cincuenta (II)

Parte 2: 1959

El puente (Die Brücke, 1959)

Para los espectadores atentos, el nombre de Bernhard Wicki se asocia a un actor alemán (aunque en realidad fue un austriaco afincado en Baviera), no tanto por sus papeles en el cine de la República Federal Alemana, sino por sus personajes secundarios en La noche, de Antonioni, La muerte en directo, de Tavernier o Paris, Texas, de Wenders. Para los cinéfilos Wicki es el director de El puente, de la parte alemana de El día más largo (The Longest Day, 1962), —clásica superproducción bélica norteamericana— y, a lo sumo, algunos citarán Morituri (1965). Wicki supo compaginar su labor como actor en teatro y cine con la dirección de una decena de películas a lo largo de treinta años (de 1958 a 1989). Ya en su ópera prima, rodada en 16 milímetros: Warum sind sie gegen uns? [¿Por qué están en nuestra contra?], 1958, un encargo con fines didácticos, Wicki mostraba su interés por el universo adolescente. Un tema que explora con maestría en El puente.

Narra cómo en un pueblo alemán, en abril de 1945, un grupo de siete amigos que rondan los dieciséis años son llamados a filas. Bajo un inicio con un trasfondo nacionalista sobre conceptos como el honor y el respeto, el film avanza implacable hacia lo grotesco del absurdo, la falsedad de la valentía producto de la inconsciencia juvenil, el intenso rechazo a la guerra y al patriotismo, la condena a la violencia, el pacifismo a ultranza manifestado, aunque resulte paradójico, en las escenas más bélicas.

Sin duda El puente es, junto a Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957, Stanley Kubrick) el mejor ejemplo de cine antibélico de los años cincuenta. Por eso sorprende que el profesor Román Gubern, en su imprescindible libro Historia del cine, lo califique de “falsamente antimilitarista”. Una de dos, o es una errata o el autor tiene un concepto algo ambiguo del antimilitarismo. Nunca se lo he preguntado, pero he estado tentado a hacerlo. Sin embargo, lo verdaderamente sorprendente es el excepcional dominio de la puesta en escena de un actor-director que nunca había rodado cine profesional. Los primeros cuarenta minutos Wicki se detiene en describir con placidez un día en las vidas de los siete chicos, sus clases y su profesor, sus problemas, sus familias disfuncionales —la mayoría ha perdido a su padre, o incluso al revés—, sus aciertos o fracasos amorosos, sus anhelos, en definitiva. Pero la idílica rutina de la ciega retaguardia se ve trastocada con la llamada a filas. Los norteamericanos están a punto de invadir el pueblo, dada su estratégica situación, con un puente en la entrada. Sin apenas instrucción militar, los siete adolescentes se ven obligados a pasar la noche vigilando dicho puente. En realidad, se trata de una estratagema de su sargento para evitar que luchen en el frente. Sin embargo, por un error, el sargento perece bajo la ráfaga de metralleta de un soldado alemán.

"Sin duda El puente es, junto a Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957, Stanley Kubrick) el mejor ejemplo de cine antibélico de los años cincuenta"

Adoctrinados en la máxima militar “luchar o morir”, los chicos permanecerán en el puente hasta el amanecer. Sin cuestionarse siquiera el por qué están allí. Cuando los tanques norteamericanos intentan cruzar el puente los jóvenes soldados defenderán salvajemente su posición, pagándolo con sus vidas. Los aliados se retiran y sólo dos niños alemanes sobreviven. Siguiendo órdenes del mando, otros soldados nazis, que habían permanecido ocultos para eludir a los tanques del enemigo, intentan volar el puente. Los dos chicos se niegan. En la reyerta uno es asesinado; el otro da muerte a su asesino. El cadáver del chico yace en el puente. El otro camina derrumbado hacia casa. La cámara sube en panorámica vertical con un movimiento de grúa majestuoso, encuadrando un plano general del puente, los cuerpos yacentes, restos de bombas, impactos de bala… Un final digno de esta obra maestra del cine moderno.

Dirección: Bernhard Wicki (St. Pölten, Austria, 1919 – Múnich, Alemania, 2000). Guion: Michael Mansfeld, Karl-Wilhelm Vivier, Bernhard Wicki, adaptación de la novela de Manfred Gregor. Fotografía: Gerd von Bonin. Música: Hans-Martin Majewski. Montaje: Carl Otto Bartning. Producción: Hermann Schwerin, Jochen Schwerin. Intérpretes: Folker Bohnet, Fritz Wepper, Michael Hinz, Frank Glaubrecht, Karl Michael Balzer, Volker Lechtenbrink, Günther Hoffmann, Cordula Trantow, Wolfgang Stumpf. Nac.: República Federal Alemana. Dur.: 105 min. B y N.

El puente, película completa

 

Un lugar en la cumbre (Room at the Top, 1958)

Ópera prima de Jack Clayton, autor únicamente de siete largometrajes en apenas tres décadas, es asimismo su película más célebre junto a Suspense (The Innocents, 1961), basada en la novela Otra vuelta de tuerca, de Henry James y El gran Gatsby (The Great Gatsby, 1974), sobre la novela de F. Scott Fitzgerald. Un lugar en la cumbre se puede interpretar como un precedente del free cinema, o incluso como su primera gran película, aunque Clayton, era más bien un outsider, nunca perteneció plenamente al movimiento de los Anderson, Richardson, Reisz, Schlesinger…

Rodada en Surrey y en los estudios Shepperton, estrenada a finales de 1958 en Londres, y en marzo de 1959 en los Estados Unidos, fue un éxito mundial, logrando importantes premios: Oscar a Neil Paterson, al mejor guión adaptado, Oscar a Simone Signoret a la mejor actriz, (también premiada en Cannes), tres premios BAFTA… El suceso fue tal que Ted Kotcheff rodó Vivir en la cumbre (Life at the Top, 1965), sobre la misma obra de Braine y también con Laurence Harvey como protagonista, junto a Jean Simmons. Incluso se emitió una serie televisiva, Man at the Top (1970) lo que indica su repercusión.

Todo encaja como un guante, la música dramática, tensionada de Nascimbene —con un leitmotiv memorable—, la prodigiosa foto en blancos y negros muy contrastados de Freddie Francis, unos diálogos plagados de dobles sentidos con hallazgos en cada frase, reforzados por unas interpretaciones excelentes y una ágil puesta en escena, atenta al menor detalle, con secuencias sobresalientes que avanzan con paso firme y certero, insertadas en una historia cautivadora.

La fluidez narrativa del clasicismo se combina con las nuevas preocupaciones del free cinema, en el que el problema social, motivado por la diferencia entre clases, actúa como elemento de fondo detonante de las relaciones humanas (los planos de los barrios obreros anuncian el realismo británico). ¿Qué une a Joe Lampton (L. Harvey) y Alice Aisgill (S. Signoret)? Ambos se sienten excluidos de la sociedad, desarraigados, no están a gusto ni encajan en los roles que la gente de esa pequeña ciudad norteña les ha asignado. Pero Clayton huye del maniqueísmo fácil, simplón (ricos = malos, pobres = buenos) y compone un Joe pobre pero mezquino, ambicioso y con una deleznable doble moral, únicamente preocupado por su ascensión social, al precio que sea. Tras asistir a su enamoramiento, con planos bellísimos como el travelling de avance al descapotable junto a la colina y la ciudad iluminada de fondo, asistimos a la ruptura de Joe y Alice, en uno de los momentos más patéticos y miserables del cine, con una Signoret superlativa. Volverán a reconciliarse, con un beso bajo la lluvia en las playas desiertas de Dorset y una despedida en la estación de tren. Pero Joe deja embarazada a la joven millonaria Susan Brown (Heather Sears) y decide casarse. Cuando anuncia que abandona a Alice, la madura francesa se emborracha para ahogar sus penas. Esa noche muere despeñada en un accidente de coche. Tras casarse, la duda y la culpabilidad acompañarán siempre a Joe.

Seguro que las palabras de Alice resonarán siempre en su cabeza: “Hay una cosa que nunca has entendido, Joe: esa gente que está en la cumbre son iguales a nosotros. Tú hubieras podido ser más grande que cualquiera de ellos. Lo único que tenías que hacer era ser tú mismo, nada más. Y conmigo lo eras. Sólo conmigo. ¿Ves lo que has hecho?”

Dirección: Jack Clayton (Brighton, East Sussex, Inglaterra, 1921 – Slough, Berkshire, Inglaterra, 1995). Guion: Neil Paterson, Mordecai Richler, basado en la novela de John Braine. Fotografía: Freddie Francis. Música: Mario Nascimbene. Dirección Artística: Ralph W. Brinton. Montaje: Ralph Kemplen. Producción: James Woolf, John Woolf, Raymond Anzarut.  Intérpretes: Simone Signoret, Laurence Harvey, Heather Sears, Donald Wolfit, Donald Houston, Hermione Baddeley, Allan Cuthbertson, Raymond Huntley, John Westbrook, Ambrosine Phillpotts, Richard Pasco, Beatrice Varley, Delena Kidd, Ian Hendry, April Olrich, Mary Peach, Anthony Newlands, Avril Elgar, Thelma Ruby, Paul Whitsun-Jones, Derren Nesbitt. Nacionalidad: Reino Unido. Duración: 115 minutos. Blanco y negro.

Un lugar en la cumbre, película completa

 

Ojos sin rostro (Les yeux sans visage / Occhi senza volto, 1959)

“A mí me aterra más un golpe en la puerta que los marcianos. No conozco a los marcianos. Lo que me interesa es lo insólito dentro de lo normal. Si se pudiera expresar, lo más terrorífico sería expresar lo anodino inédito. Lo insólito está en las situaciones. No se fabrica, se revela.” Georges Franju

Cuando veo Ojos sin rostro pienso en las diferentes formas que puede adoptar el miedo. Imagino cómo hubiese rodado Hitchcock ese mismo guión. Hitchcock era un manipulador de emociones, Georges Franju, en cambio, las disecciona. Su carrera comercial como director fue corta. Su cine era para paladares exquisitos. Chocaba con lo convencional. Cuando rodaba la deslumbrante La tête contre les murs el actor Pierre Brasseur, amigo íntimo, le propuso adaptar una novela que quería producir Jules Borkon. El texto original era, según Franju, un gran guiñol, del que elimina las partes escabrosas —drogas, violaciones, necrofilia—, depurándolo.

Para el guion contrata al dúo Boileau y Narcejac, autores, recordemos, de las novelas que inspiraron Las diabólicas, de Clouzot, y Vértigo, de Hitchcock. El argumento gira en torno a un trastornado cirujano, el doctor Génessier (Brasseur), quien junto a su fiel ayudante Louise (Alida Valli) mantiene aislada del mundo exterior a su hija Christiane (Edith Scob). La chica permanece enclaustrada en su alcoba, oculta bajo una máscara blanca. Tiene el rostro desfigurado, producto de un accidente de automóvil. Conducía su padre. Génessier y Louise secuestran jovencitas parecidas a Christiane, a fin de extraerles la piel de la cara e injertarla en la demacrada faz de su hija. Decíamos que Franju disecciona las emociones, la fría realidad, la cámara opera como el bisturí del Docteur Génessier, disecciona los personajes del mismo modo que los objetos. Fue documentalista, por eso su realización no precisa de muchas explicaciones, elude el diálogo banal, lo superfluo. Decía Marc Chevrie que Franju era un cineasta objetivo, “filmaba a los personajes como objetos y a los objetos como personajes, con una presencia irrefutable y enigmática.”

"En Ojos sin rostro, no hay intriga, no hay trama misteriosa, la inquietud, el miedo glacial procede de las imágenes, es una sinfonía del horror, una poesía del miedo. Lo siniestro"

En Ojos sin rostro, no hay intriga, no hay trama misteriosa, la inquietud, el miedo glacial procede de las imágenes, es una sinfonía del horror, una poesía del miedo. Lo siniestro. El terror es mayor en el recuerdo de lo visto/vivido que en el momento del ser/ver. Los sonidos cobran un ritmo especial, el extraño vals de Maurice Jarre que reincide cada vez que Louise secuestra a una muchacha, el tañer de campanas unido al graznido de cuervos en el cementerio yermo, los perros enjaulados aullando como una jauría lobina, el grito de Edna al suicidarse arrojándose por la ventana, presa de un pavor atávico, su ojos sin rostro —diseccionado, vendado— titilando solitarios en la noche… La tristeza. El fin de Génessier va mucho más allá de la búsqueda de un nuevo rostro para su hija, cada fracaso le reafirma en poder capturar esa belleza perdida del rostro. Ciega los espejos porque no quiere que Christiane se vea desfigurada, pero el ciego es él: se niega a ver que Christiane ya no es Christiane, la pérdida de su rostro es la pérdida de su identidad. Está muerta en vida. Un fantasma. La búsqueda real es la búsqueda de la belleza, del amor perdido, ese que Christiane ya no siente. Por eso libera a la chica, Paulette, por eso asesta el bisturí en el cuello para dar muerte a Louise, por eso libera a los perros para que devoren a su padre. Las imágenes no se van de la cabeza. Todo parece boyar en la noche, incluso las palomas blancas que Christiane hace volar en la negrura del camino escoltado de árboles sin hojas, su silueta blancuzca levitando como ánima de lo infinito.

 Dirección: Georges Franju (Fougères, Ille-et-Villaine, Bretagne, 1912 – París, 1987). Guion: Pierre Boileau, Pierre Gascar, Thomas Narcejac, Jean Redon, Claude Sautet, a partir de la novela de Jean Redon. Fotografía: Eugen Schüfftan. Música: Maurice Jarre. Dirección Artística: Auguste Capelier. Montaje: Gilbert Natot. Producción: Jules Borkon. Intérpretes: Pierre Brasseur, Alida Valli, Juliette Mayniel, Edith Scob, François Guérin, Alexandre Rignault, Béatrice Altariba, Charles Blavette, Claude Brasseur. Nacionalidad: Francia. Dur.: 88 min. Blanco y negro.

Los ojos sin rostro, película completa

 

Romeo, Julieta y las tinieblas (Romeo, Julie a Tma, 1959)

“–Hanka: Tu tienes que vivir.

–Pavel: ¿En este mundo? ¿Sin ti? No.”

La biografía de Jiří Weiss está marcada por dos de las grandes lacras europeas del siglo XX, el nazismo y el estalinismo. De familia judía, se inicia como periodista en Praga, pasando a dirigir documentales en 1935. Con la invasión nazi del país, en 1938, huye a Londres. Allí trabaja para la British Crown Film como documentalista y productor. En agosto de 1945, finalizada la guerra, se nacionaliza la industria del cine checoslovaco. Weiss regresa a Praga. En 1946 se crea la Facultad de Arte Dramático (AMU, semilla de la futura FAMU: Filmová a televizní fakulta Akademie múzických umění v Praze, la célebre escuela de cine, televisión y artes escénicas), donde imparte clases de cine, al tiempo que debuta con un film de ficción, Uloupená hranice [Frontera robada, 1947]. Como antifascista asume los postulados socialistas, pero tras la apertura checoslovaca de 1956 se desvincula de los comunistas e inaugura una etapa del llamado “realismo crítico”, con obras como Vlcí jáma [El pozo del lobo, 1957] o Romeo, Julieta y las tinieblas, su primer éxito internacional, que obtuvo la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. Su prestigio crece. Weiss dirige cuatro películas y dos telefilms. Su influjo en los alumnos de la FAMU, futuros cineastas de la nova vlna (nueva ola), es enorme. No obstante, la invasión soviética en agosto de 1968 le obliga a un nuevo exilio, primero a Alemania, donde rueda tres telefilms, luego a Estados Unidos, donde vuelve a ejercer como profesor de cine. Ya jubilado dirige su testamento fílmico, Marta y yo (Martha et moi / Martha und ich, 1991), ficción inspirada en sus recuerdos de juventud.

El cine de Weiss merece una revisión. Las filmotecas deberían recuperarlo. Romeo, Julieta y las tinieblas es una gran obra realista, romántica y trágica, claustrofóbica, opresiva, excelente, deudora de toda una tradición literaria centroeuropea a cerca de las repercusiones del nazismo en la vida cotidiana.

"Una historia melancólica, de hondura humana, narrada con la sensibilidad que sólo un judío exiliado como Weiss podría haberle dado. Demuestra que el amor real puede brotar en cualquier sitio, incluso en medio de un holocausto"

Se basa en un relato o novela corta del escritor Ján Otcenásek, publicado en 1955 con el título de Občan Brych [“Ciudadano Brych”, no me consta que se haya traducido al castellano.] Narra una de las historias de amor más efímeras, bellas, sencillas, tristes y sentidas de toda la historia del cine. Praga, mayo de 1942. El joven Pavel (Ivan Mistrík) descubre en el bloque de viviendas donde vive a una chica judía, Hanka (Daniela Smutná), que huye de la Gestapo. Pavel la oculta en la buhardilla. Día a día la cuida, le lleva comida, agua para lavarse, mantas… Se enamora perdidamente de la preciosa Hanka. La madre de Pavel (Jirina Sejbalová), una modista que trabaja en casa, y su abuelo (Jirina Sejbalová), relojero jubilado, descubren que el chico les oculta algo. Pero también se entera una odiosa vecina, una prostituta colaboracionista que en medio de una redada grita para delatarla. Hanka huye asustada a la calle, sabedora de que le aguarda la muerte, pero evitando así que fusilen a Pavel. Cruza el portón de hierro. Se oyen disparos. Pavel grita desconsolado escalera abajo, golpea la puerta cerrada con llave. El último plano es el de la buhardilla vacía, escenario de su amor perdido; la ventana abierta ilumina una mesa, el viento pasa las páginas de un diario. El de Hanka. Fin.

Una historia melancólica, de hondura humana, narrada con la sensibilidad que sólo un judío exiliado como Weiss podría haberle dado. Demuestra que el amor real puede brotar en cualquier sitio, incluso en medio de un holocausto. “Hanka: ¿Has oído alguna vez el silencio? / Pavel: No, nunca. / Hanka: Yo lo oigo todo el tiempo. ¿Pavel, has tenido miedo alguna vez? / Pavel: ¿Por qué? ¿Tienes miedo? / Hanka: Estoy tan sola aquí. Voy a volverme loca. No quiero vivir.” Solloza. Se miran. Los negros ojos de ella dejan de estar tristes. Sabe que la ama. Ya nunca la abandonará.

Dirección: Jirí Weiss (Praga, Bohemia, Imperio Austrohúngaro, act. República Checa, 1913 – Santa Monica, California, EEUU, 2004). Guion: Jirí Weiss, Ján Otcenásek, sobre una novela de Ján Otcenásek.  Fotografía: Václav Hanus. Música: Jirí Srnka. Dirección Artística: Karel Skvor.  Montaje: Miroslav Hájek. Intérpretes: Ivan Mistrík, Daniela Smutná, Jirina Sejbalová, Frantisek Smolík, Blanka Bohdanová, Eva Mrázová, Karla Chadimová, Miroslav Svoboda, Karlicka Svobodová, Vladimír Ráz, Milos Nedbal, Anna Melísková, Václav Lohniský, Josef Kozak, Ladislav Kazda, Jirí Kodet, Jindrich Narenta, Alexandra Myskova, Vera Vachová. Nacionalidad: Checoslovaquia. Duración: 92 min. B y N.

Romeo, Julieta y las tinieblas, película completa

Nota: Durante el fecundo año fílmico de 1959 se rodaron en Europa algunas grandes adaptaciones al cine, que ya se estrenaron en 1960, caso de El bello Antonio, A pleno sol, La máscara del demonio, Los crímenes del doctor Mabuse, etcétera. Pero es ya otra historia.

5/5 (10 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios