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Sabrina Salerno en una noche de San Silvestre de mi juventud

Sabrina Salerno en una noche de San Silvestre de mi juventud

Justo al principio de Hermosos y malditos (1922), F. Scott Fitzgerald nos habla de cómo la ironía —el don más preciado, según el autor, entre los alegres desahogados de la Nueva York de 1913— descendió sobre Anthony Patch cuando éste tenía 25 años. Fue, apunta el novelista, como esa última pasada con la gamuza que da el lustre a los zapatos ya limpios. Algo muy semejante asistió a Sabrina Salerno durante la grabación del especial del fin de año de 1987 para TVE, cuando, como quien no quiere la cosa, uno de sus más íntimos encantos se le salió por el escote como si fuera un accidente. Para mayor recochineo, la canción que la joven italiana entonaba, cuando la mitad de su lirismo se desató, llevaba por título “Boys”.

No debieron de ser muchos los que se creyeron que aquel momento estelar de la televisión en España fue fortuito. Basta con discurrir un poco para comprender que, un espacio de una fecha tan señalada como la última del año, se graba con mucha antelación. Entre otras cosas, para que los artistas que han de amenizarla también puedan pasar la noche de San Silvestre con quienes estimen oportuno hacerlo. Las supuestas explicaciones que Hugo Stuven —el realizador del programa— dio al representante de la cantante, asegurándole que aquel plano sería suprimido del montaje final, parecían no ser ciertas. De hecho, toda España —especialmente los tíos, sí señor— dio cuenta de que no se suprimió nada cuando llegó la emisión. Y luego estaba la picardía con que Sabrina, tan voluptuosa como una maggiorata del cine italiano de los años 60 —aunque ella es genovesa, recuérdese a Sophia Loren en las comedias napolitanas del gran Vittorio de Sica— miró a cámara cuando la fortuna —o la desgracia— aireó una de sus poderosas razones.

"Yo recuerdo aquella actuación de Sabrina como la ironía descendiendo sobre Anthony Patch"

Hubo polémica al respecto. Pero el escándalo fue mínimo en comparación con lo que eran esas cosas 15 años antes, cuando los escotes de Rocío Jurado, perfectísimamente, podían hacer que la señora de cualquier ministro llamase a Prado del Rey, dijera que aquello era una “indecencia” y parase la emisión. Yo recuerdo aquella actuación de Sabrina —quien anteriormente solo había interpretado una de sus piezas, sin pena ni gloria, en una emisión del Un, dos, tres— como la ironía descendiendo sobre Anthony Patch —mejor dicho: como la imagen que me sugiere ese párrafo de Scott Fitzgerald— porque la revolución sexual ya estaba hecha en España. Y yo imagino aquel triunfo del placer y la razón sobre el pecado, la indecencia y cuanto se quiera argumentar para esconder y condenar la sexualidad, como un zapato limpio, que el descuido de Sabrina Salerno cantando “Boys” fue a lustrar.

Aquellas chicas de antes de ayer, que previamente a la entrega te preguntaban si las querías, relativamente frecuentes en los años 70, eran inimaginables en el 87. Aquellas noches de los 80 era mucho más normal que, ya en la consumación, la compañera efímera, de apenas unas horas —encontrada y perdida—, se refiriera al destino último de aquello que Vicente Aleixandre en Hija de la maruno de los poemas incluidos en La destrucción o el amor (1933)— llamaba “la espuma que queda después de aquel amor”.

"Pero en los 80 la cosa había cambiado radicalmente, la revolución sexual había alcanzado sus últimos objetivos"

Allá por los 70, supongo que, como legiones enteras de adolescentes solitarios, leí cientos, miles de versos con las primeras decepciones sentimentales que la vida me deparó. Pero en los 80 la cosa había cambiado radicalmente, la revolución sexual había alcanzado sus últimos objetivos. De aquella España del nacionalcatolicismo —de la que soy un hijo para bien y para mal—, en la que el inefable Rafael Arias-Salgado prohibía los anuncios de medias porque “fomentaban la masturbación”, y ésta no solo era un vicio y un pecado, sino que también provocaba la ceguera, no quedaban ni las ruinas en la España de 1987, la de mi juventud. Madrid era una de las ciudades más libertinas del mundo. Eran los años de las novietas y las amigas con derecho a roce. Ni el SIDA, que ya había empezado a matar gente, fue capaz de atajar aquella promiscuidad de nuestra juventud. Las camareras de los bares de copas eran las chicas más guapas del mundo y los que estábamos en el ajo salíamos todas las noches, hasta bien entrada la madrugada, prestos a admirarlas y a beber. Tanto era así que la timba de fin de año —un mito en los tiempos en que las noches se me iban leyendo poesía— perdió para los noctámbulos de entonces todo su interés… Hasta que Sabrina Salerno nos dio aquella alegría en la última velada del año 87.

"La cosa fue sonada. Pero yo no recuerdo ninguna crítica furibunda, como sin duda provocaría en nuestro abominable tiempo un descuido así"

A buen seguro que aquello estaba preparado. Es más, respecto a quienes ahora llaman fascismo, machismo y el largo etcétera a cuanto concierne a la sexualidad masculina, es probable que incluso lo supiera Pilar Miró. Nada sospechosa de ser ni fascista ni machista, ni nada por el estilo, sí que era, por aquel entonces, directora del ente público.

La cosa fue sonada. Pero yo no recuerdo ninguna crítica furibunda, como sin duda provocaría en nuestro abominable tiempo un descuido así. La de mi Madrid en el 87 fue una sociedad tan cínica y hedonista como la de esos desahogados, hermosos y malditos, del gran F. Scott Fitzgerald. De ahí que la traiga a colación. Entonces, en la España de hace 38 años, fue tanta la trascendencia de aquella emisión que los desnudos de Sabrina Salerno, para solaz de los tíos, no tardaron en ser relativamente frecuentes en las páginas de Interviú. Las maggioratas voluptuosas y veinteañeras comenzaron a cobrar notoriedad. La primera de ellas fue Samantha Fox. Después todos envejecimos. El tiempo pasó.

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