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Itinerario vital de Azorín

Itinerario vital de Azorín

No debe pasar desapercibido cómo inicia el profesor valenciano Francisco Fuster, ya curtido en trazar perfiles biográficos (de Baroja o Julio Camba), su abordaje de un nombre emblemático de la cultura española de comienzos del pasado siglo, Azorín: Clásico y moderno. Fuster recuerda reservas u opiniones no muy favorables de otros comentaristas del escritor alicantino, de Guillermo de Torre, Josep Pla o Vargas Llosa. Todo ello anuncia la perspectiva de neutralidad —lo digo así para evitar el siempre discutible término “objetividad”— que inspira su minucioso itinerario vital de Azorín. También reconoce que fue un impenitente “grafómano”. Y señala, además (en este caso con palabras, elogiosas, eso sí, de Benjamín Jarnés), la imposibilidad de ofrecer un perfil cerrado de la clase de escritor que era, si novelista, ensayista, poeta… Con todo esto, y sin hacer alarde de ello, nos dice que su semblanza no va a pecar del estigma que suele marcar esta clase de estudios, la hagiografía.

Desde esta perspectiva, Fuster aborda los diversos flancos —aunque no todos, como más adelante señalaré— del personaje con rigurosa documentación. Traza la infancia y adolescencia, y subraya la confrontación del joven con el padre. Refiere las primeras andanzas literarias, encareciendo su rebeldía artística. Cuenta con detalle su trasiego por diversos periódicos de orientación muy diferente, su cuantioso trabajo de “periodista de mesa”, aunque no de “periodista de patas”, dicho con la plástica diferenciación barojiana que Fuster recupera. Relata paso a paso la vocación política marcada por los bandazos ideológicos, el oportunismo y la búsqueda de lucro personal.

"En cualquier caso, a quien la trayectoria política de Azorín le pille de nuevas y acuda a esta biografía con inocencia virginal, el retrato le resultará demoledor"

En buena medida, un foco principal de la biografía está puesto en el quehacer político y en la dimensión ideológica de Azorín. En este sentido, Fuster aborda con escrupulosa imparcialidad la peliaguda cuestión de las relaciones del escritor con la dictadura. Da cuenta de cierta intermediación de Azorín favorable a algún escritor amenazado por los franquistas, pero no la plantea como justificación de su conducta servil ante los vencedores en la guerra. El biógrafo advierte con toda nitidez los excesos, innecesarios, en que incurrió, e invoca los artículos en que celebró a José Antonio Primo de Rivera o jaleó en términos indecorosos a “El Caudillo” en ABC. Los cita literalmente y no deja de aludir a la carga simbólica de las novelas azorinianas de posguerra, aunque, a mi parecer, no con suficiente intensidad.

En cualquier caso, a quien la trayectoria política de Azorín le pille de nuevas y acuda a esta biografía con inocencia virginal, el retrato le resultará demoledor. No es fácil encontrar un ejemplo similar de camaleonismo político, de “vaivén incoherente”, según la exacta formulación de Fuster, al de las piruetas ideológicas del alicantino. Y no solo en su recorrido biográfico global, el paso de la acracia juvenil al ultraconservadurismo ya en la madurez, sino en cortos periodos de tiempo en que transitaba de lo blanco a lo negro, según pone cuidado el biógrafo en certificar.

"Fue Azorín, además, como señala Fuster, una persona de vida monótona y rutinaria, alguien sumamente discreto, introvertido y que no sacaba su intimidad a la plaza pública"

Otros aspectos de la vida de Azorín no mejoran la imagen política e ideológica. Su afán por ser elegido miembro de la RAE y dejar de acudir a la institución al poco de lograrlo tras algún fracaso. El anuncio incumplido, en 1952, de haber renunciado a la escritura para siempre. O la sinecura de la Presidencia del Patronato de la Biblioteca Nacional, adonde no iba ni siquiera a cobrar el sueldo, pues le llevaban todos los meses la nómina a su casa. No es de extrañar, por ello, que ocurra lo que se destaca en el primer párrafo del libro: la obra de Azorín despierta mayor interés que su vida. Apostillaría, por mi parte, que es lo único que interesa. Por una parte, por su espíritu vanguardista que le conecta con el “modernismo” internacional de principios del pasado siglo y que incluso le convierte, según la atrevida hipótesis de Antonio Risco, en un adelantado del nouveau roman francés. Por otra, por su fraseo sintáctico minimalista que tanto contribuyó a agilizar el retoricismo de la prosa decimonónica y por sus manías léxicas. Valores, pues, literarios del todo ajenos a las andanzas terrenales de su creador.

Fue Azorín, además, como señala Fuster, una persona de vida monótona y rutinaria, alguien sumamente discreto (salvo alguna veleidad juvenil: el paraguas rojo que exhibió durante un tiempo), introvertido y que no sacaba su intimidad a la plaza pública. Podría decirse que hay poco que rascar en su interioridad. Por tal motivo, Fuster no entra en este territorio. Solo hace algún apunte ligero a una cierta hipocondría del personaje debida a problemas intestinales crónicos o a algunas manías gastronómicas (su extrema frugalidad y una estricta dieta basada en comer muchas verduras y frutas). Nada se ocupa, por razón del punto de vista elegido, de Julia, la compañera de toda la vida del escritor. Fuster se atiene al itinerario vital exterior de Azorín, y lo detalla de forma meticulosa. Qué hizo y cuándo lo hizo. Cuenta cómo fue la vida de Azorín, pero no cómo fue Azorín. Bucear en la intimidad secreta del personaje habría redondeado esta crónica externa de uno de los nombres fundamentales de las letras españolas del siglo XX.

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Autor: Francisco Fuster. Título: Azorín: Clásico y moderno. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros.

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